La historia de Georgalos, una empresa dedicada a la industria alimenticia en el mercado de las golosinas, y de su marca insignia, Mantecol, fue, ante todo, un proyecto familiar. Antes de ser un éxito empresarial, fue el sueño de un hombre que anhelaba unir a su familia, separada por la guerra. “Su objetivo era familiar, no brillar en el plano empresarial”, dice Juana Cleopatra Georgalos, hija de “Don Miguel”, fundador de la empresa.
Miguel Nomikos Georgalos fue un inmigrante griego que llegó a la Argentina en barco (sin saber que había llegado a la Argentina) escapando de la invasión alemana a Polonia. Si bien había nacido en la isla griega de Chios, unos años antes había dejado atrás a su familia y su tierra con la ambición de aprender el oficio de pastelero en Varsovia, donde estuvo más de un año en la casa de un tío.
Arribó al puerto de Buenos Aires en 1939, con 22 años. No sabía pronunciar una sola palabra en castellano. Llevaba una valija y dentro una fórmula que luego cambiaría su vida y la de toda su familia: la receta de lo que después se conocería como Mantecol.
Cuenta su hija que en ese tiempo la gente iba al puerto a buscar a sus compatriotas. “Un hombre se le acercó y le ofreció alojamiento en su casa. Ese señor cambió su destino”, señala Cleopatra. Sin ahorros, y con el sueño de traer a su familia al país (fue el mayor de cinco hermanos), se puso a trabajar en lo que sabía hacer: postres. Además, al no tener documentos, no podía buscar otro empleo.
El Mantecol y el sueño del reencuentro
Miguel se propuso hacer Halvá, un postre a base de pasta de sésamo que en Grecia se consume para acompañar el café. Pero apareció el primer obstáculo: el sésamo no se conseguía en estos pagos, así que lo hizo con maní, después de intentar con la garrapiñada.
En su modesto cuarto elaboró artesanalmente, utilizando solo una paila de bronce, los primeros 5 kilogramos de halva con pasta de maní. Lo elaboraba por la noche y de día salía a venderlo, puerta a puerta. De a poco su sabor empezó a conquistar el paladar de los vecinos del barrio de Floresta, a donde lo ofrecía inicialmente.
En los primeros tiempos el producto se vendía muy bien durante los partidos de fútbol de All Boys, ya que Miguel era vecino del campo de juego.
En 1941 se estableció en el barrio de Floresta y se puede decir que allí arrancó su actividad industrial, que en un primer momento fue bautizada como La Greco Argentina, aunque esa denominación no trascendió como la que vendría después: Georgalos Hnos, que comenzó a utilizar esa denominación en 1968.
El negocio prosperó tanto que con los años el inmigrante solitario pudo, gracias a esta golosina, empezar a cumplir el sueño de reencontrarse con su familia, de la que no supo nada durante varios años. Tanto fue así que Miguel se había casado y había tenido una hija sin que sus familiares lo supieran.
Entre 1947 y 1955 trajo a todos sus hermanos (Timoléon, Sófocles, Constantino y Odysseos), a sus padres y a algunos primos. Todos se fueron sumando a su emprendiendo. “El primero en llegar fue Sófocles. Fueron llegando de a uno. En un momento vivíamos todos en mi casa. Éramos 22 para comer”, recuerda Cleopatra. Y asegura que nadie renegaba de esa situación. “La vivíamos con naturalidad”, explica. Y cuenta que su madre se encargó de contenerlos a todos.
Las oscilaciones de una empresa
El negocio continuó creciendo y a fines de los años '50 la familia buscó un campo en Córdoba para autoabastecerse de maní, que era la materia prima principal para su producción. Así llegaron, aunque varios años después, a la ciudad de Río Segundo, que se convirtió en la sede de la empresa. El pico del crecimiento fue entre el ´60 y el ´70. En ese tiempo se comenzó a exportar maní.
Durante su apogeo, Georgalos expandió su negocio a los chocolates, los turrones con oblea y los caramelos.
Pero en la década del 90 la firma tuvo una de sus grandes crisis. La planta, que según su actual director Miguel Zonnaras (nieto de Don Miguel) en ese momento tenía 1.200 empleados, pasó a tener 400. Todo se dio en un contexto de apertura del país al mundo. “Las multinacionales y la competencia nos perjudicaron. Nos costó adaptarnos”, explicó Zonnaras en una entrevista. Fue un tiempo de protestas prolongadas frente a la planta, justo cuando ya estaba incursionando la segunda generación de la empresa.
Vender Mantecol, vender su historia
El 2001 fue un año bisagra para la firma: en enero de ese año, y para cancelar buena parte del pasivo que la empresa había acumulado, se tomó la decisión de desprenderse de su producto estrella: Mantecol, que representaba el 40% de la facturación y significaba el 96% del mercado de ese tipo de postre a base de pasta de maní. Es decir, Georgalos no sólo había vendido un producto, sino prácticamente un mercado completo.
La venta se realizó por 22,5 millones de dólares. La opción, se explicó oportunamente, era vender la empresa o vender Mantecol.
Así fue que la marca, infaltable en la mesa de los argentinos para las fiestas de fin de año, fue vendida a Cadbury Stani. Los nuevos propietarios de la receta introdujeron cambios en la fórmula.
Don Miguel no fue testigo de esto. Había fallecido en 1995, a los 80 años. “Creo que papá hubiera reaccionado con el mismo dolor que reaccionamos todo, pero además con la impotencia de no tener edad para recuperarlo”, dice Cleopatra.
La operación sirvió para capitalizarse y desarrollar nuevos productos. En 2009 lanzaron con éxito Nucrem, un producto inspirado en Mantecol pero con una textura más suave y cremosa. Y en 2014 la compañía compró General Cereal, dedicada a la elaboración de barras de cereales Flow y Vita Cereal. Pero devolverle su marca original a Georgalos era un sueño pendiente que los sucesores de aquel inmigrante griego querían cumplir.
El 8 de julio de 2022 las empresas Georgalos y Mondelez anunciaron la firma de un acuerdo por el cual una de las marcas de golosinas más clásicas del mercado local volvía a manos argentinas. El acuerdo firmado contemplaba la adquisición, por parte de Georgalos, de su histórica marca Mantecol, de la cual se había desprendido en 2001.
Algunos viejos empleados recuerdan que aquel día estuvo cargado de emoción. Dicen que en la planta de Georgalos en Río Segundo se respiraba un ambiente de alegría y orgullo, como si hubieran recuperado no solo una marca, sino una parte de su historia, y que en esos momentos la celebración se sintió como si hubieran ganado el mundial.
(Colaboró en esta nota la historiadora de Río Segundo, Mita Tabares).