Del mismo modo, la reacción de varios actores de la política, la Justicia y de la propia sociedad, que promovió un cacerolazo que llegó a los oídos de los jueces supremos, reanimó a Mauricio Macri. Porque por primera vez percibió que, más allá del contexto económico adverso, su discurso contra la impunidad podía transformarse en acción. El resultado fue más que satisfactorio para el Gobierno: el máximo tribunal retrocedió sobre sus pasos y aclaró que el proceso continuará: Cristina tendrá que estar el martes al mediodía sentada en Comodoro Py junto a Julio de Vido, José López, Lázaro Báez y Carlos Kirchner, primo de su esposo.
Quedará para más adelante la discusión sobre qué esperar de la actual composición de la Corte. La nominación de Horacio Rosatti para ocupar una silla en el tribunal es asumida por el equipo presidencial como un fracaso. Pero ese paso está dado, y hacia adelante nadie espera actitudes demasiado constructivas de parte de la cabeza del Poder Judicial.
Macri percibe que tiene una única alternativa: persistir. La jugada de Alfredo Cornejo sorprendió al entorno presidencial no por el tono sino por la oportunidad. Marcos Peña ratificó la respuesta que se le dio a la UCR: no habrá interna con el Presidente. El plan A sigue siendo enfrentar la volatilidad del dólar (ahora con la ayuda del FMI) para que continúe el sendero descendente de la inflación, y conseguir que derrame el discurso de los "defensores del cambio". El Presidente (ingeniero al fin) espera que las mejoras institucionales venzan al pasado, porque sino será como poner en duda la ley de gravedad.