Los pronósticos oficiales prevén que la energía mayorista se abaratará el año próximo unos 10 dólares el megawatt, ubicándose entre 50 y 55 dólares, según cómo se haga el cálculo. Quizás para entonces se reanime la demanda, que no sólo no crece tal como se preveía sino que viene retrocediendo, signo inequívoco del parate económico.
El grueso de la energía eléctrica se genera a partir de usinas térmicas, alimentadas a gas o a combustibles líquidos, importados y más caros. Pero la creciente producción de hidrocarburos de Vaca Muerta permitiría sustituir estos últimos carburantes por aquel que, a su vez, será más abundante y, por consiguiente, tendrá menor precio.
Por pura lógica matemática, generar electricidad resultará más económico, lo que permitiría a Hacienda seguir con la reducción de subsidios sin tener que aumentar como contrapartida la tarifa. Sería prematuro un anuncio pero la especulación es consistente. Finalmente, no se trataría de ningún milagro. El país tiene un subsuelo pródigo en gas no convencional, hay empresas privadas dispuestas a explotarlo y el Gobierno no escatima esfuerzos fiscales para alentarlas.
La gran apuesta estratégica del momento es el gas y para sostenerla desde el Estado vale todo. Tal vez, hasta resignar algunos principios. Los colaboradores del ex ministro de Energía, Juan José Aranguren, no se cansaron de denostar en eventos públicos lo que Javier Iguacel en este momento reserva para sus reflexiones en privado: los subsidios a la producción o a la oferta de los hidrocarburos fósiles son malos y el esfuerzo fiscal debe concentrarse en los consumidores más vulnerables a través de la tarifa social.
Pero el poder de persuasión de las productoras es tan contundente como su billetera, que se pone esquiva si no le garantizan ciertas condiciones de rentabilidad para hacer sus millonarias apuestas de riesgo. Más allá de cierto prurito inicial, el actual secretario de Energía se avino a sostener las distintas formas de subvención a las petroleras, que justificaron las últimas modificaciones al presupuesto nacional para pagarlas.
Si efectivamente las facturas de luz se aquietaran por la razón detallada arriba, el esfuerzo fiscal empezaría a cobrar sentido y a darle respuesta a varias voces críticas.
"¿Por qué los bienes energéticos tienen precios en dólares?", objeta ante un grupo de estudiantes universitarios Pablo Challú, quien como secretario de Comercio de Carlos Menem firmó la liberalización de todos los precios (salvo de los medicamentos), pero como funcionario duhaldista propuso frenar las remarcaciones castigando con una versión dura de la Ley de Abastecimiento y hoy, desde un rincón del peronismo, promueve el control de precios basado en los costos de cada actividad y no en otros parámetros como las paridades de importación y exportación.
Este tipo de pensamiento explica por qué el retorno de cualquier fragmento del PJ al gobierno irrita la epidermis empresaria.
Pero el compañero de fórmula de Guillermo Moreno fue también conocido lobbista de los laboratorios nacionales nucleados en Cilfa, donde conoció las mañas privadas para maximizar márgenes. Su objeción hacia la dolarización del gas y petróleo también se explica por una visión moldeada en ese ámbito patronal.
Claro que los comentarios de quienes tienen ambiciones políticas difícilmente hagan mella en la decisión oficial de promover el gas en la matriz local, algo a tono con el documento que firmaron en Bariloche los ministros de Energía del G20.
Ese texto ratifica la voluntad del grupo de promover la eficiencia y modelos energéticos más amigables con el medio ambiente y también rescata al gas, que es una opción intermedia entre las renovables puras y otros fósiles más contaminantes.
A instancias de Argentina, el documento incluyó el concepto de "transiciones" (plural) hacia ese mundo más verde, habilitando que cada país cubra ese camino según su conveniencia o el modelo de negocios nacional. Así, mientras Brasil limpia su matriz con usinas hidroeléctricas, China tiene en construcción veintiocho usinas nucleares. Pero Alemania abandonó lo atómico y apuesta al carbón con tal de no depender del gas ruso. En este contexto diverso, Argentina parecería condenada a aprovechar la prometida abundancia del gas y abastecer con él al mundo.
El mismo documento energético del G20, rubricado el 15 de junio en la Patagonia, ratifica la decisión de eliminar los subsidios sobre los combustibles fósiles. Pero, ya se sabe, no es posible tomar al pie de la letra a los textos diplomáticos.