Depósito Pilar ha demostrado que cuando se mezcla amor, familia y compromiso, se puede construir una base sólida que perdure en el tiempo. Fundada con pasión hace más de medio siglo, supo tejer relaciones fuertes con clientes que se han convertido en una extensión de la familia ferretera.
En una época marcada por cambios rápidos, esta firma apuesta a la permanencia, sin perder de vista la innovación.
Su historia se remonta a los primeros años de la década de 1970. Libia Girardi era administrativa en Palmar, en la ciudad de Córdoba. “En ese tiempo necesitaban achicar la planta de empleados y para eso les montaban un negocio en alguna localidad. Así llegó a Pilar”, cuenta su hijo Fredy Rover (45), tercera generación en la empresa. El desembarco en Pilar fue en 1973.
Fredy dice que en ese momento el negocio era muy chiquito y lo único que vendían eran ladrillos y viguetas Palmar, de ahí que se identifique al local con ese nombre. “Fue un inicio difícil. A veces pasaban semanas y no hacíamos una venta. Estaba tan frenado que me sentaba en mi Renoleta a escuchar radio mientras esperaba a que entrara algún cliente”, recuerda Héctor Rover.
Pese a todo dice que nunca pensaron en cerrarlo. “No es como ahora. En esa época hacíamos cuatro o cinco ventas y con eso era suficiente”, señala.
Cerámicos y sanitarios
Fredy cuenta que Libia, su madre, se dio cuenta que ofreciendo solamente ladrillos y viguetas el negocio no iba a funcionar y entonces decidió incursionar en otros productos: sumó cerámicos y sanitarios. La decisión fue acertada. “Hoy estamos más relacionados con estos productos”, resume Fredy, que junto a su hermana Emilse se sumaron a la conducción del local hace más de dos décadas.
Fue en un contexto difícil a nivel familiar. Había fallecido la madre de Libia y la mujer se alejó por un tiempo del negocio hasta que se repuso emocionalmente. También el país vivía tiempos convulsionados: era 2001. “No entraba nadie”.
“Nosotros aceleramos la evolución del negocio. Nos sumamos a las tendencias, lo profesionalizamos y modernizamos, pero todo se lo debemos a mi vieja. Ella fue la cabeza de todo”, explica Fredy, que se recibió de administrador, aunque confiesa que el mayor aprendizaje lo obtuvo de sus padres.
Previo a su incursión no vendían cemento y ellos insistieron en hacerlo. Dicen que hoy eso les genera mucha rotación. También sumaron nuevos productos de corralón, como caños de agua y gas. “Son de los que más salen”, asegura Fredy.
Y recientemente incorporaron el código QR a los productos en venta. El cliente con su celular puede saber cuánto cuestan y hasta conocer cuántos hay en stock. “Además no tenemos que actualizar los precios porque se hace automáticamente por sistema”, destacan. También está en proceso la página online para ventas.
En estos años la ampliación de productos fue acompañada por la ampliación del local, unas veinte veces más grande que el original. Y las remodelaciones continúan actualmente.
Todo atravesado por los valores de siempre: trabajo, responsabilidad, palabra. Aseguran que esto fidelizó a los clientes. “Tenemos clientes de hace 50 años”, señalan Fredy y su padre. Llegan de Lozada, Villa del Rosario, Costa Sacate y otras ciudades cercanas.
Amor, familia, negocios
Se sabe: no es sencillo llevar adelante empresas familiares. En ocasiones se suelen mezclar los asuntos laborales con las cuestiones personales. “Es verdad. No es fácil congeniar el amor, la familia y el trabajo. Siempre hay diferencias, pero puedo decir que lo llevamos muy bien”, dice Héctor Rover.
Su relación sentimental con Libia empezó hace 62 años. Y desde hace más de medio siglo son socios en Depósito Pilar. “Seguimos siendo más pareja que socios”, asegura Héctor, y lo dice con una sonrisa. Y aclara: “Yo fui socio de su padre, Don Juan”.
Actualmente Libia está más alejada del negocio, aunque sus hijos dicen que sigue haciendo “sus pasaditas”. Héctor continúa haciendo cobranzas. No es extraño verlo con la vieja camisa de Palmar.
“El negocio tiene que ser un disfrute, por eso nunca se nos ocurrió venderlo. Para nosotros Depósito Pilar es una vida”, dice Héctor. Su hijo, sentado a su lado, asiente con la cabeza.