“Creo que podemos conocer el pasado, siquiera de un modo simbólico, y que podemos imaginar el futuro, según el temor o la fe; en el presente hay demasiadas cosas para que nos sea dado descifrarlas”.
Así planteaba Borges su escepticismo con las miradas prospectivas que planean futuros todos inverosímiles.
El presente de Latinoamérica es apasionante. La visión de pobres contra ricos que caló hondo desde la Venezuela de Chávez, el Brasil de Lula, el Paraguay de Lugo, el Uruguay del Frente Amplio y la Argentina de los Kirchner (por sólo citar el bloque Mercosur) se desgranó en corrupciones escandalosas y promesas de tiempos mejores que se demoraban.
La ausencia del “imperialismo” (distraído en batallas más relevantes en la última década) dejó al populismo sin “el otro” a quien echarle la culpa. Fracasaron con todo éxito solitos.
Pero la caída del populismo no resuelve nada en sí mismo. La brutal desigualdad social de la región (y el mundo) clama por nuevas recetas a los viejos problemas. Ya se sabe: con palabrerío desde los balcones no se consiguió mucho. Es la hora de la realpolitik, una vieja mirada que pone foco en políticas que solucionen cosas concretas, del ahora, en lugar de los encuadres ideológicos en los que casi nadie ya cree.
Si lo que viene será mejor es algo que -con Borges- podemos sólo responder desde el temor o la fe. (IB)