Una empresa se puede mandar una macana, claro y puede recorrer tres caminos no excluyentes:
Lo soluciona ante el reclamo y corta por lo sano.
Espera la instancia de Defensa del Consumidor y -de alguna manera- restituye un equilibrio con ese cliente.
Deja pasar las cosas y -si el cliente es perseverante- responde ante la Justicia.
A Tomás Vega, Latam lo obligó a “ir a largas”. Su viaje cancelado del 2016 no tuvo la compensación de $ 4.000 que él pretendía en concepto de combustible y peajes por el forzado viaje a Ezeiza.
Dos años después, en la causa Di Tella Belén y otro c/ Latam Airlines Group SA (expediente 6231615), la Justicia obligó a la empresa a resarcir al damnificado con $ 80.000 por daño moral y otros $ 50.000 por daño punitivo, una figura relativamente nueva que busca “aleccionar” a las compañías para que no sigan manteniendo una conducta impropia con sus clientes.