Cuenta la historia que había un lugar habitado por duendes donde existían dos grandes grupos, aquellos que promovían y fomentaban la verdad como una única forma de vida, y aquellos que les gustaba vivir y crecer engañando y promoviendo la mentira.
Es así, como cada grupo desde su lugar, decidió construir dos palacios: el Palacio de la Verdad y el Palacio de la Mentira. Lo interesante, fue que los ladrillos del Palacio de la Verdad se creaban cada vez que un habitante del lugar, decía una verdad. Los duendes constructores de la verdad utilizaban dichos ladrillos para hacer su obra.
Lo mismo ocurría en el otro palacio, donde los duendes de la mentira construían su obra con los ladrillos que se creaban con cada nueva mentira que decían los habitantes del lugar.
Ambos palacios eran impresionantes, los mejores del mundo, y los duendes competían duramente porque el suyo fuera el mejor. Tanto, que los duendes de la mentira, mucho más tramposos y marrulleros, enviaron un grupo de duendes a otros lugares alejados para conseguir que otros habitantes dijeran más y más mentiras. Y como lo fueron consiguiendo, empezaron a tener muchos más ladrillos y su palacio se fue haciendo más grande y espectacular.
Pero un día, algo raro ocurrió en el Palacio de la Mentira: uno de los ladrillos se convirtió en una caja de papel. Poco después, otro ladrillo se convirtió en arena y al rato otro más se hizo de cristal y se rompió. Y así, poco a poco, cada vez que se iban descubriendo las mentiras que habían creado aquellos ladrillos, éstos se transformaban y desaparecían, de modo que el palacio de la mentira se fue haciendo más y más débil, perdiendo más y más ladrillos, hasta que finalmente se desmoronó.
Fue así que, incluidos los duendes mentirosos, comprendieron que no se pueden utilizar las mentiras para construir nada, porque nunca son lo que parecen y no se sabe en qué se convertirán.
FIN
Cualquier semejanza de esta historia con la realidad es pura coincidencia. ¡Buen fin de semana!