Reversión de flujos internacionales, la peor sequía en 50 años, déficits fiscal y externo, pero también errores propios del Gobierno hicieron de 2018 el peor año en materia económica de los últimos 11, desde aquel 2008 que contuvo la crisis con el campo por "la 125" y el peso de la crisis global de las sub-prime.
La pregunta, tras las primeras semanas de 2019, es si los meses que faltan hasta llegar a las elecciones de octubre le alcanzarán a Mauricio Macri para revertir la dinámica y comenzar un sendero de crecimiento sostenible, con baja de inflación y tasas de interés en niveles aceptables para evitar que el sector industrial siga en caída.
Pocas variables se salvan de mostrar un 2018 con performances extremas: el achique del déficit primario (sin contabilizar el pago de intereses de deuda), que terminó el año pasado en 2,4% del PBI, y el riesgo país, que trepó a casi los 800 puntos básicos y marcó el peor registro del gobierno de Macri, sólo superado en magnitud con el default de la deuda en 2002 y en 2008, 2011, 2012 y 2013.
Ni el más avezado analista, dentro o fuera del Gobierno, se imaginó a fines de 2017 lo mal que iba a terminar el año pasado: caída del PBI (producto bruto interno), que se estima redondeará el 2% (los últimos datos oficiales marcan una contracción acumulada a noviembre de 2,2%); con un IPC de 47,6% se llegó a la inflación más elevada en 27 años; un desplome de 5% en la industria; aumento de la pobreza, que aunque aún no se conozcan las cifras del Indec, estimaciones privadas marcan que llegará a alcanzar a un 33% de la población al segundo semestre de 2018, peor que el 30,3% de dos años antes. El propio Macri había pedido que se lo evaluara de acuerdo a la evolución de esta sensible variable para medir el éxito de su gestión.
Ubicarse en el inicio de 2018 era pensar en una economía que iba a crecer. La discusión estaba planteada en cuánto: los más optimistas ubicaban la expansión del PBI hasta un 3,5%, número que de hecho estaba en el presupuesto. En palabras de Lorenzo Sigaut Gravina, director de Ecolatina, “existía cierto consenso de que la economía argentina podría romper con la maldición de los años pares”.
El desplome de la industria, que se extendió a todos los sectores en diciembre del año pasado cuando marcó una baja de 14,7% en comparación con igual mes de 2017 (cifra con al que redondeó un 5% de baja en el año) se vio plasmada en el comprimido uso de la capacidad instalada, que tocó el mínimo en casi 12 años, y en la contracción del empleo: de acuerdo a datos del Ministerio de Producción y Trabajo, a noviembre, se perdieron 172.000 puestos de trabajo, de los cuales unos 80.000 corresponden al sector industrial.
También en el inicio del 2018 se pensaba que la inflación iba a bajar, menos del objetivo anual de Cambiemos de un 15%, pero aún así se iba a ubicar en torno a 25%. De hecho, para Camilo Tiscornia, director de CyT Asesores Económicos, la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017 (en la que se cambió la meta de inflación) marcó el fin del intento de independencia del Banco Central, en un contexto de déficits gemelos (fiscal y externo), “potenciados por la aún elevada inflación”.
Tras dos años de fuerte endeudamiento, en 2018 las necesidades netas de financiamiento, por unos u$s 30.000 millones, estaban prácticamente cubiertas mediante las colocaciones de bonos en los primeros meses. A los desequilibrios de partida (déficit fiscal y externo), Marina Dal Poggetto, directora de EcoGo, añadió que se dio “una duplicación del endeudamiento del sector público (incluyendo las Letes) y de los pasivos remunerados de muy corto plazo del BCRA (Lebac) fomentada por la eliminación de los controles a los movimientos especulativos de cortísima duración, chocó con la doble sequía que afectó a la Argentina en 2018”.
El final fue con el préstamo más grande en la historia del Fondo Monetario Internacional, en un programa que arrancó en junio con u$s 50.000 millones iniciales, a tres años, ampliado luego a los u$s 57.000 millones, acuerdo que se anunció en septiembre, en medio de una corrida cambiaria que llevó al dólar, devaluación mediante, a los $ 42 y a la tasa de interés de referencia a tocar el máximo de 74%.
La suba del dólar, entre otras variables, afectó la relación del stock de deuda como porcentaje del PBI, que llegó a un 95% en 2018, según el último dato oficial disponible.
¿Cómo se sale?
A ocho meses de la elección a presidente, el tic-tac se acelera para el Gobierno a la hora de intentar revertir la situación para que la economía traccione votos.
Para Luis Secco, director de Perspectivas Económicas, salir de la situación actual no será posible “sin un programa económico integral, sin que se aborden las cuestiones estructurales que hacen a la insolvencia fiscal, la falta de competitividad y la inestabilidad de las reglas de juego”. De otra manera, “sólo se habrá surfeado una crisis sin que se haya hecho nada para evitar la próxima”, definió.
En un diagnóstico similar, Guido Lorenzo, director de LCG, marcó que primero se deberá demostrar que el país nuevamente logró estabilidad. “Una vez superado esto habrá que repensar la estrategia del crecimiento. Este año la apuesta a las exportaciones es clave porque además de generar demanda va a proveer los recursos para cerrar el déficit fiscal, pero va a ser un rebote respecto al año anterior”.
En ese sentido, agregó que de haber un plan que busque fomentar a ciertos sectores para que empiecen a exportar bienes y servicios, se va a “necesitar una política cambiaria que lo fomente pero en forma permanente”.
Para Sigaut Gravina, la única forma de que la economía empiece a ir por un sendero positivo es a través del consenso sobre cuatro pilares. Por un lado, alcanzar un superávit externo para mostrar capacidad de repago de la deuda en moneda extranjera. A eso agregó que “el sector público tiene que generar excedentes en moneda local para comprarle al sector privado las divisas genuinas”. En tercer lugar, se debe recuperar una trayectoria de crecimiento, “liderada por los sectores transables para no volver a chocar con la restricción externa”. Y, por último, “aplicar una política redistributiva que potencie el mercado interno, variable clave para generar empleo y mejorar los indicadores socioeconómicos”.
Lorena Giorgio, de Econviews, marcó como necesario “moderar las expectativas de inflación, reconstruir la confianza en el peso, seguir avanzando hacia la consolidación fiscal y prolongar la estabilidad financiera y cambiaria”.
Y agregó: “Aunque se hagan todos los deberes, la economía necesita también que el riesgo país siga cayendo. Es un proceso largo, y hay que tener paciencia. Recuperar la confianza cuesta muchísimo más que perderla”.