A pocos días de que el pánico se apoderase de los mercados financieros argentinos, algunos inversores comenzaron a vislumbrar oportunidades que, al mismo tiempo, enfrentan la dificultad de negociar en un entorno que se caracteriza por la evaporación de la liquidez de los precios.
En este contexto, incluso las operaciones pequeñas pueden ocasionar movimientos bruscos en los precios de mercado, lo que dificulta la implementación de cambios sustanciales en las carteras. Si bien los mercados argentinos y muchos sectores de los mercados emergentes nunca son los más líquidos, las pésimas condiciones de negociación volvieron a recordar a los gestores de fondos que ya no pueden confiar en los bancos con restricciones normativas para garantizar el buen funcionamiento de los mercados.
Según Gene Frieda, estratega de Pimco, este repentino deterioro de la "liquidez" -término utilizado para referirse a la comerciabilidad de los mercados- se convirtió en un fenómeno en los mercados emergentes este verano. "Tuvimos una serie de crisis idiosincráticas, pero la sorpresa es la magnitud de las medidas".
Aún así, hay señales incipientes de estabilidad tras el anuncio del gobierno argentino de que pretende eliminar su déficit fiscal primario para el próximo año, es decir, la brecha entre egresos e ingresos estatales antes de considerar el servicio de la deuda. La promesa del Fondo Monetario Internacional de revisar su programa de rescate de u$s 50.000 millones a la brevedad también ayudó a estabilizar los mercados.
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La moneda argentina se estabilizó en alrededor de 37 pesos por dólar estadounidense, el Merval rebotó desde sus mínimos y el rendimiento de los bonos del Estado a 10 años en dólares cayó de un máximo de casi 11% a alrededor de 10%. Incluso el "bono del siglo" a 100 años emitido en el momento de máximo entusiasmo de los inversores por Argentina en 2017 se topó con un piso superior a 70 centavos, que equivale a un rendimiento del 10%.
En consecuencia, algunos inversores están buscando oportunidades de compra. "Yo veo esto no solo como una oportunidad de compra, sino como la mejor oportunidad de compra en 16 años", dijo Jan Dehn, jefe de investigación global de la gestora de activos Ashmore, en vista de la devaluación de Argentina en 2002.
Y advierte que el peso podría volver a caer, dado que está casi garantizado que otra recesión golpeará la economía argentina este año. No obstante, sostiene que hubo una venta excesiva de los mercados emergentes más riesgosos debido a una percepción errónea de que el dólar estadounidense seguirá fortaleciéndose por tiempo indefinido.
Diego Ferro, codirector de inversiones de Greylock Capital, ve un valor similar en el país. "Por primera vez en mucho tiempo, el peso es barato", señaló. "Eso no significa que no pueda ser más barato, pero con tasas tan altas como estas, volcarse al peso, a la larga, será un gran negocio".
Además, la devaluación permitió al país eliminar una parte significativa de su déficit de cuenta corriente y mejorar su solvencia, agregó Ferrot. "El mercado está generando buena parte del ajuste que la economía necesitaba, y si el gobierno puede arreglar el agujero fiscal, el país parece mucho más sostenible ahora que hace un año".
Sin embargo, otros inversores siguen desconfiados de Argentina y de los mercados emergentes en general.
Las preocupaciones sobre Argentina fueron creciendo durante la mayor parte de 2018, lo que aumentó el valor de los swaps de incumplimiento crediticio (CDS, por sus siglas en inglés) que hacen referencia a los bonos del país desde un valor teórico neto de u$s 3.000 millones en marzo de este año a más de u$s 5.000 millones a comienzos de septiembre.
No obstante, la crisis hizo que el costo de los CDS argentinos subiera de 250 puntos básicos a principios de agosto a un pico de 877 en las últimas semanas, por encima de Líbano, Turquía, Pakistán e Iraq y sólo por debajo de Venezuela, que ya eludió sus compromisos de pago.
Las crecientes tasas de interés de Estados Unidos y el renacimiento del dólar sacudieron a muchas economías emergentes que cargan con grandes deudas denominadas en dólares y dependen desproporcionadamente de los flujos de capital a corto plazo que pueden evaporarse rápidamente cuando cambia la actitud de los mercados. A medida que el dólar se fortalece frente a las monedas locales, el reembolso de la deuda denominada en moneda extranjera se convierte en una tarea mucho más difícil.
Ese es el principal motivo de preocupación respecto de la solvencia de Argentina, uno de los mayores deudores en dólares del mundo desarrollado. Si bien algunos analistas consideran que el resurgimiento del dólar está descartado, hay muchos inversores que aún no están listos para volver a embarrarse.
Graham Stock, jefe de investigación de deuda soberana de mercados emergentes de BlueBay Asset Management, pretende - antes de volver a lanzarse a Argentina- que el Fondo Monetario Internacional sea más claro en cuanto a la credibilidad del ajuste fiscal de Argentina y al nivel de tolerancia que tendrá el organismo respecto de las metas establecidas en el paquete de rescate original.
Nicolás Dujovne, ministro de Hacienda de Argentina, insinuó la semana pasada que este mes se podría llegar a negociar una revisión del acuerdo con el FMI. Esto aclararía cuánto del paquete de rescate restante se adelantará y resolvería parte del escepticismo expresado por gerentes como Stock.
Suponiendo que el gobierno pueda lograr la difícil tarea de recortar el déficit fiscal primario un año antes de la fecha prevista originalmente, en 2020, Merrill Lynch del Banco de América estima que sin un adelanto de fondos del FMI, las necesidades de financiamiento de Argentina el próximo año serán de u$s 23.000 millones. Si el país refinancia más del 60% de su deuda a corto plazo durante ese período, la brecha de financiación se amplía a u$s 10.000 millones.
A Stock, de BlueBay, también le preocupan las elecciones presidenciales del próximo año, dadas las duras medidas de austeridad que anunció Macri. "Los intentos anteriores de ajuste fiscal se toparon con una dura oposición en las calles", dijo Stock. "Este programa es más agresivo y la carga recaerá en los trabajadores y exportadores del sector público".