El dinero tiene la particularidad de tener valor, pero no utilidad. Si nos dejaran en una isla desierta con una gran bolsa de monedas de oro y un maletín con muchos dólares, no podríamos sobrevivir. Es decir, que no serviría para nada; a no ser que para todos tenga otro significado. Con las criptomonedas parece comenzar a suceder lo mismo
Justamente, porque todos creemos que el otro va aceptar el dinero, suceden esos "extraños" intercambios de bienes y servicios reales por monedas o billetes que no tiene utilidad. Dos “papeles” de $50 no me los puedo comer, el bife de chorizo por el cual los intercambio, sí. La aceptación es lo que lo vuelve "místico". Incluso los más acérrimos enemigos aceptan el dinero del otro.
Esta religión tiene sus distintas "iglesias": la local, que tiene creyentes que viven en el país. Por ejemplo, nosotros creemos en el Peso Argentino y los brasileños en el Real. Pero también hay "religiones" mundiales, como el Dólar, el Euro o el Yuan.
Estas monedas tienen la particularidad de emitirse en un régimen monopólico. Hay un solo emisor por Iglesia. De esta manera, el Peso Argentino solo es emitido por el BCRA y el Dólar Estadounidense por la Reserva Federal.
Este sistema además de creyentes necesita intermediarios: dado un Banco Central que emite monedas, se necesita un sistema de intermediación que permita la operatividad del trueque a través del dinero. Entonces aparecen los bancos, las casas de cambio y los agentes financieros que permiten que las transacciones se paguen utilizando sus servicios.
Por ejemplo, al comprar un auto en la concesionaria se transfieren fondos de la cuenta del banco del comprador a la cuenta del banco del vendedor, con su correspondiente costo asociado. La intermediación financiera es un gran negocio desde tiempos inmemoriales.
Todo este sistema, obviamente, está regulado por el propio monopolista de la emisión monetaria, es decir, los bancos centrales. ¿Qué ocurre con las criptomonedas? Estas incipientes religiones se basan en el mismo principio que las anteriores. Si logran que muchas personas "crean" en ellas, las transacciones de bienes y servicios reales tambien van a ocurrir. Entonces todo tiene sentido, y seremos creyentes de estos nuevos "herejes". Pero no son iguales a los anteriores, y aquí empieza la verdadera discusión.
Las criptomonedas no tienen un único emisor: son miles y miles de distintos usuarios y bases que resguardan y aseguran la transacción. Por ejemplo, los Bitcoin ya tienen definido el tope máximo a emitir, que es de 21 millones y se van emitiendo a una tasa decreciente año a año. Pero estas definiciones no surgen de una única autoridad, sino del grupo que las crea, y ese grupo es muy grande.
A medida que más gente se "convierte" a los bitcoins, más transacciones sucederán. Pero esto no es trivial para los "monopolistas" del dinero actual. Estas transacciones ocurren sin intermediarios, directamente se transfiere la propiedad de la criptomoneda de un usuario a otro, en cualquier lugar del mundo y sin costos de intermediación. Las criptomonedas son el UBER del sistema bancario.
Ahora bien, cuando las autoridades monetarias comienzan a plantear distintas formas de regulación, ¿cómo puede creerse que se hace por el "bien común"?. Aquí hay un conflicto de intereses, puesto que si no intervienen pueden terminar desapareciendo. Y si intervienen pueden intentar que estas nuevas "creencias" sean desterradas.
Es claro que la irrupción de estas monedas digitales sin un ente único emisor, puede generar muchos problemas en la recaudación impositiva, y que algo que no es manejado centralizadamente puede generar burbujas con sus consiguientes problemas.
Por eso debemos ser cuidadosos cuando escuchamos opiniones y sugerencias de cómo regular y mantener en el corral a las criptomonedas, porque muchas veces lo que se está planteando puede estar escondiendo otro tipo de intereses.
El mundo sigue su curso, y la tecnología que permite esta transformación digital, también. Son movimientos imposibles de frenar, aunque se los puede ralentizar. Lo bueno para todos nosotros es que en los próximos años vamos a ser los testigos de esta lucha desigual, este David contra Goliat. Y el final, aún, está abierto.