Para entender este nuevo capítulo, dialogamos con Karina Zeverin, abogada penalista y querellante en representación de más de 90 damnificados en Córdoba y Buenos Aires. Ella explica que la quiebra permite “levantar el velo” de la persona jurídica. ¿Qué significa eso? Que, al determinarse que la empresa era solo una fachada, la responsabilidad puede alcanzar directamente a los bienes personales de quienes manejaban o vendían esos contratos.
Pero, ¿y qué pasa con estos personajes que formaban parte del “cuentito”? Lo novedoso (y delicado) del caso es que la figura de la “responsabilidad solidaria” empieza a cobrar fuerza. Es decir, no solo los titulares de la empresa podrían estar comprometido penal y civilmente, sino también quienes participaron en el circuito comercial: gerentes de venta, personal administrativo, incluso algunos agentes de atención al cliente.
“Hay muchos gerentes y vendedores que no pueden decir que no sabían lo que estaban haciendo”, afirma Zeverin. “Vendían casas que nunca se iban a construir. Firmaban contratos con promesas vacías y lo hacían con total conciencia de que no había estructura para cumplir”. “Hubo decisiones reiteradas y sistemáticas. No fue un error empresarial, fue una maniobra pensada. Cuando alguien vende lo que sabe que no va a cumplir, hay dolo”, resume Zeverin.
Esta mirada empieza a ser compartida por otros juristas que siguen el caso y por jueces que observan con atención no solo la estructura societaria, sino la mecánica de captación de clientes.
¿Y ahora qué? Con la quiebra en marcha, los damnificados pueden reclamar por la vía civil. Pero además, el proceso penal sigue su curso, con posibilidad de ampliar las imputaciones. Y ahí, las declaraciones de los testigos, los correos internos, las capacitaciones de venta y hasta las comisiones cobradas pueden volverse pruebas clave.
“Muchos vendedores eran conscientes. De hecho, varios dejaron la empresa antes de que estallara todo. Otros, en cambio, siguieron lucrando hasta el final”, explica Zeverin.
La megacausa Márquez todavía tiene capítulos por escribir, pero uno de ellos ya empieza a enfocarse en quiénes supieron, qué hicieron y qué responsabilidad les toca por haber sostenido durante años una maquinaria que hoy se define, cada vez con más claridad, como una estafa.