24-M, el día en el que Alberto terminó de entregar su gobierno

(Por Pablo Esteban Dávila - Diario Alfil) Durante el 24-M Fernández se recluyó en la quinta de Olivos, quizá el último territorio sobre el que tiene algún tipo de poder. Nada dijo sobre el grupo de Lima, nada sobre Carlotto ni, mucho menos, de las palabras de Cristina sobre el FMI. Su silencio es una confesión de que ha rendido su gobierno ante el kirchnerismo más duro y que decidió hacerlo en un día altamente significativo sin oponer resistencia alguna.

La conmemoración del 24 de marzo como el día nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia fue establecida por ley en 2002, cuando gobernaba Eduardo Duhalde, pero no fue sino hasta 2006 que, por iniciativa de Néstor Kirchner, la fecha se convirtió en feriado inamovible. La coartada formal del fasto fue no olvidar la enorme tragedia que significó el Proceso de Reorganización Nacional aunque, en su manifestación latente, tuvo por objeto legitimar el discurso de los derechos humanos que había postulado el expresidente desde su llegada al poder.

El origen determina que, en buena medida, esta conmemoración sea una de estirpe kirchnerista, no obstante que la izquierda dura se desgañitase en las calles en cada aniversario del golpe militar desde 1983 y sin que hiciera falta un feriado para movilizarse. El linaje de la evocación habilita a Cristina Fernández a mostrarse exactamente como es durante la fecha, un impulso que también insufla a sus seguidores, cualesquiera sean los lugares de poder que ocupen. Probablemente esta sea la explicación de una serie de importantes sucesos acaecidos el pasado miércoles que, a modo de un movimiento de pinzas, dejaron expuesto hasta que punto la agenda del presidente de la Nación se encuentra manejada por el kirchnerismo más rancio.

Temprano por la mañana del 24 se conoció burocráticamente que la Argentina abandonaba el grupo de Lima, una instancia multilateral integrada por catorce países que procuran buscar una salida pacífica a la crisis política y social en la que se encuentra sumida Venezuela. Esto supone el fin de la incómoda ambigüedad del gobierno argentino respecto a la dictadura de Nicolás Maduro y su renovada alineación con el régimen bolivariano. También implica, por carácter transitivo, el aval de Buenos Aires a las violaciones de los derechos humanos que allí se suceden. ¿No es, acaso, para recordar este tipo de aberraciones por lo que se instituyó el día “de la memoria por la verdad y la justicia” y por las que todavía se grita “¡nunca más!” en las calles de nuestro país? ¿O sólo cuentan las fechorías de Videla y compañía, acaecidas cuarenta y cinco años atrás, y nos las que ejecutan el gobierno y los militares venezolanos por estos tiempos en nombre del socialismo?

Es una contradicción penosa que desnuda el verdadero sustrato ideológico del Frente de Todos, pero que se vuelve todavía más increíble al constatar los dichos Estela de Carlotto. “(Mauricio) Macri tiene que estar preso, ya se ha demostrado que es un delincuente. Lo antes posible hay que meterlo preso”, disparó la titular de Abuelas de Plaza de Mayo en El Destape radio también en el marco del 24-M. Esto supone que Carlotto ya ha juzgado al expresidente y dictado su condena sin el concurso de jueces naturales, sin juicio previo ni garantías constitucionales, exactamente lo que los militares del Proceso hicieron desde 1976.

Este es tanto un extravío conceptual como una pretensión autoritaria. Carlotto nos dice que ella está dispuesta a pasarse la constitución por el trasero (y los derechos humanos que se encuentran incluidos en ella) con tal de lograr sus deseos políticos. ¿Este es el país de sus sueños? ¿Es el programa de la alianza que integra? Porque pretender que Macri dé con sus huesos a la cárcel solo porque ella cree que es un probado delincuente es, lisa y llanamente, una muestra absoluta de desprecio por las libertades y las leyes. Alberto debería aclarar que este no es el pensamiento de su gobierno, aunque haya sido proferido por alguien tan cercano a él como lo es esta señora.

Sin embargo, el presidente no está en condiciones de hacerlo. Si pudiera, también habría intentado sofrenar a la propia Cristina, quien tampoco se privó de decir lo que piensa en la apertura de un Espacio de la Memoria de Las Flores, provincia de Buenos Aires, donde la locutora oficial le agradeció su presencia como “señora presidenta de la Nación”.

El furcio tal vez exhiba lo que el subconsciente de muchos considera un hecho, pero no deja de ser una anécdota. Lo que sí es importante fue parte del discurso de Cristina quién, refiriéndose al Fondo Monetario Internacional, sostuvo que “todos sabemos que los plazos y las tasas que se pretenden (son inaceptables y que) que no podemos pagar porque no tenemos la plata para pagar”, estableciendo límites precisos a las negociaciones con el FMI que lleva adelante Martín Guzmán en el preciso momento en que el ministro intentaba convencer a sus autoridades de firmar un acuerdo que reemplace al suscripto por Macri. Bueno es recordar que de este logro, hoy lejano, depende en buena medida la salud financiera de la administración de Fernández.

¿Acto fallido? Es improbable, menos aun proviniendo de semejantes niveles de conducción. Al momento de hablar Cristina sabía que el bueno de Guzmán se encontraba mendigando en Nueva York un entendimiento que lo salve de pagar inminentes vencimientos con el Fondo. También debería saber -fue presidenta de la Nación en dos períodos, después de todo- que el FMI no amplía plazos de pago porque no puede, más allá de los deseos de Kristalina Gueorguieva. Es una institución multilateral que tiene reglas que cumplir, aunque cumplir con las reglas suponga algo completamente extraño al pensamiento kirchnerista.

Si la vicepresidenta dijo lo que dijo a sabiendas de lo que intenta lograr Guzmán es porque aspira a dinamitar sus esfuerzos, a menos que se trate de una perversión sádica. Acordar con el FMI sería, en cierta manera, arriar las banderas que ella considera son las de la resistencia a los grandes poderes mundiales. Además, el hecho de clausurar prematuramente las negociaciones implicaría dejar de hablar por un tiempo de la verdadera razón por la que Macri tuvo que tomar este préstamo, que no es otra que pagar las deudas que le había dejado la propia Cristina tras su paso por la Casa Rosada.

Mientras estos hechos se sucedían con despiadada precisión, Fernández se encontraba recluido en la quinta de Olivos, quizá el último territorio sobre el que tiene algún tipo de poder. Nada dijo sobre el grupo de Lima, nada sobre Carlotto ni, mucho menos, de las palabras de su vice. Su silencio es una confesión de que ha rendido su gobierno ante el kirchnerismo más duro y que decidió hacerlo en un día altamente significativo sin oponer resistencia alguna.

Por supuesto que esta no es una constatación novedosa ni mucho menos, pero es como si, finalmente, Alberto hubiera reconocido que no hay nada más que hacer. Tal vez se sienta feliz de fusionarse cósmicamente con su jefa sin mayores complejos, dejando atrás la comedia de enredos que suponía estar cerca de ella aunque proclamándose diferente y fallar todo el tiempo en tal propósito. No obstante, esta resignada aceptación puede que le juegue en contra.

Fernández es presidente porque, al 30% que invariablemente vota a Cristina, le supo aportar casi un 20% de electores que creyeron que él era un moderado y que atemperaría los excesos de su vice. Si bien es cierto que la ficción funcionó muy bien en las últimas presidenciales, es un hecho que se ha desvanecido por completo. El hombre no sólo se ha radicalizado a tono con el kirchnerismo duro, sino que también ha perdido los apoyos independientes que habían confiado en él.

Esto es leído con atención por la expresidenta quién, por lo visto, ha comenzado a preguntarse para qué necesita a alguien que ya no le aporta nada. Además, con la soja a precios récord y con los costos argentinos por el suelo gracias al ajuste del Frente de Todos, a la economía tal vez le vaya mejor con ella que con él. Conservar a Fernández es, a estas alturas, un lujo del que podría prescindir cuando así lo decidiera.

El 24-M será recordado como el día en que Fernández terminó de entregar su gobierno, rendido a Maduro, desautorizado por Cristina y silenciado ante los excesos de Carlotto. El proceso de traspaso había comenzado antes, mucho antes, pero, aparentemente, su entrega en cuotas se encuentra próximo a concluir, ayudado por la evocación. Ya no hay ni recuerdos de la mesura prometida ni de algún tipo de racionalidad en la toma de decisiones. Y, lo que resulta de peor augurio para él, el plan B del Frente de Todos no parece incluirlo en el día después.

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