Tal es la certeza de que Martín Llaryora será el candidato con el que el peronismo buscará anclarse un periodo más (el séptimo consecutivo) en el poder provincial, que hasta dirigentes de la primera línea del schiarettismo ya salen a militar ese objetivo.
Hasta hace muy poco, la orden era no hablar del tema electoral y lo que había eran expresiones “sueltas” de apoyo y clamor por el intendente de Córdoba. Mientras que ahora, desde el propio partido y a través de la figura de Oscar González, el justicialismo busca ordenar y centralizar ese proceso.
El operativo comenzó hace unos meses cuando, casi en soledad, la agrupación delasotista “La Militante” se adelantó y organizó actos para pedir públicamente por Llaryora ´23. Lejos de resistir la movida, desde el Palacio 6 de Julio aprobaron esas acciones por lo que rápidamente se multiplicaron en distintos puntos del interior cordobés, con la figura de juntas promotoras. Si bien, tal como se cronicó desde estas páginas, inicialmente fueron resistidas por la vieja guardia del PJ que las consideró prematuras, la realidad es que la cosa tomó tal volumen político que resultó imparable.
Por eso, hombres como González, Carlos Massei o Carlos Gutiérrez comenzaron a encabezar encuentros en nombre del partido en sus departamentos donde, en ocasión de entregar los certificados a las nuevas autoridades del PJ, reúnen a la dirigencia y empiezan a hablar sobre el escenario electoral. De paso, aclaran que las acciones serán ejecutadas orgánicamente a través del partido.
En esa misión anda el presidente provisional de la Legislatura quien, tras reunirse con el intendente capitalino, busca reordenar el trabajo político en el interior.
González ya realizó varias reuniones en la zona de Traslasierra donde es referente, llevando un mensaje claro: el peronismo deberá hacer un esfuerzo supremo para garantizar el triunfo provincial el año que viene.
En cada encuentro, el hombre que hasta hace poco fue el presidente alterno del PJ Córdoba, traza un exhaustivo diagnóstico con las debilidades y fortalezas con las que Hacemos por Córdoba encarará la carrera del año que viene.
Conscientes de que el sistema de alternancia que garantizaban José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti en el poder provincial se acabó, el peronismo asume un desafío mayúsculo. Advierten como una de las principales desventajas el hecho de que -esta vez- se observa a la oposición con hambre político real que podría hacer sostener la unidad y consolidación de Juntos por el Cambio en Córdoba.
En ese sentido, González plantea la teoría de la segunda vuelta para describir la complejidad del escenario electoral que asoma en Córdoba y espabilar a la dirigencia y militancia territorial. “Estamos convencidos de que en esta ocasión la oposición irá toda junta, lo cual convierte a la elección de gobernador prácticamente en una segunda vuelta”, dijo en uno de los encuentros del departamento Pocho. El PJ pronostica como muy poco probable que la foto del 2019 con el radicalismo fragmentado se repita y que su candidato, lejos quedará de pararse en aquel 57 por ciento de los votos que convirtió a Schiaretti en el gobernador más votado.
El legislador completó el concepto señalando que cuando el oficialismo tiene enfrente tres o cuatro fuerzas, con el 40 por ciento de los votos es suficiente, pero cuando la competencia se concentra en dos grandes espacios políticos, “para ganar hay que sacar el 50 por ciento de los votos. Más un voto”.
Vale decir que, en esa línea de razonamiento, la cúpula del PJ no contempla a un eventual candidato del kirchnerismo con poder de fuego real como para mellar en las pretensiones del oficialismo.
Lo cierto es que en ese pedido de máximo esfuerzo es donde el interior comienza a tallar fuerte. Se sabe, Llaryora mide muy bien en la ciudad que administra; incluso, dicen desde su entorno, arriba que Luis Juez, el por candidato autoproclamado que ya tiene la oposición. Sin embargo, la foto se revierte de inmediato cuando se mide el interior cordobés, precisamente ahí es donde el capitalino necesita levantar.
Sin embargo, no todas son pálidas para el peronismo en la radiografía que hace González. El hombre identifica, al menos, dos puntos fuertes a favor:
1- El gobierno de la provincia de Córdoba tiene una imagen positiva cercana al 70 por ciento de los votos, mientras que la figura del propio mandatario concentra el 72 por ciento. Si bien, se sabe que los votos no son transferibles, en el Panal consideran que esa base le otorga a Llaryora una ventaja inicial importante sobre el adversario político.
2- Destacan el liderazgo emergente del intendente de Capital. En los cálculos que hacen desde el Centro Cívico, apuntan que en el área metropolitana de Capital más el Gran Córdoba vive más del 50 por ciento de los habitantes de la provincia. Y esa gran mancha urbana, dicen, el jefe comunal conserva una imagen positiva del 66 por ciento.
Frente a esos datos “alentadores”, el peronismo está obligado a garantizar entonces algunas cuestiones domésticas, pero no por ello menos importantes.
Si efectivamente el perfil de elección tendrá las características de “segunda vuelta” que plantea González, el mayor desafío interno será mantener la cohesión. Sobre todo, cuando hay un proceso de recambio generacional madurando y una exigencia de las nuevas generaciones para ocupar lugares preponderantes en el nuevo mapa del PJ. Esa tensión entre lo que se viene y lo que se termina, ya existe.
El legislador de Hacemos por Córdoba fue claro al respecto, dijo que hay que “estar todos juntos” porque aún con todos dentro del espacio y con el gobernador Schiaretti jugando a todo vapor, sólo con eso al peronismo no le alcanzará. Necesitará más. “El voto peronista puro en Córdoba no supera el 35 por ciento, al resto hay que salir a buscarlo en los sectores independientes”, reflexionan desde el PJ.