En El Panal la crisis interna en el Gobierno nacional no tomó por sorpresa. No porque ningún funcionario de la Rosada los hubiera alertado, simplemente porque como antiguos jugadores del póker político saben que las derrotas tienen costos y porque, desde el inicio de la gestión de Alberto Fernández, estuvieron convencidos de que el Presidente debía aliarse con los mandatarios provinciales para generar un contrapeso al cristinismo.
Pese al enfrentamiento de la administración cordobesa con el kirchnerismo duro, el mejor y más frecuente interlocutor que tiene el gabinete de Juan Schiaretti es Eduardo “Wado” de Pedro. El Ministro del Interior, junto a una decena de funcionarios de estrecha relación con la vicepresidenta Cristina Kirchner, fue el primero en presentar su renuncia y desató una crisis institucional sin precedentes en esta gestión.
Desde que Fernández llegó al poder, impulsado por Cristina Kirchner, hubo fogonazos, tironeos e idas y vueltas, pero nunca una presión tan directa del área más radicalizada del gabinete sobre el Presidente. Esta vez la interna se expandió y se transformó en crisis de gobierno.
En El Panal siempre estuvieron persuadidos de que Fernández es Presidente por una cuestión “circunstancial” y que, condicionado por su Vicepresidenta, no pudo seguir la estrategia que en su momento ejecutó Néstor Kirchner. “Néstor era más amplio, más vivo -dice un funcionario de Schiaretti-. Ella profundiza la confrontación y Fernández no se desmarcó nunca de esa situación”.
Durante su campaña Fernández insistía en que su gestión sería de “24 gobernadores y un Presidente”. Ni siquiera los anotados en el arranque para poner gente en el gabinete consiguieron espacio y, ya con la pandemia dominando el primer año de la administración, muchas de las decisiones les eran “comunicadas” a las provincias después de decidirse con el bonaerense Axel Kicillof.
Antes de la asunción de Fernández un grupo de mandatarios liderado por Schiaretti y el santafesino Omar Perotti, barajó la chance de generar una nueva “liga de gobernadores” para defender sus intereses. Imaginaban un rol importante para que Fernández no fuera “dominado” por el kirchnerismo duro. La irrupción del coronavirus cambió todo.
Cuando la campaña de cara a las PASO estaba a punto de comenzar, algunos analistas pensaron que Fernández podía “tirarse más al centro” para recomponer la aprobación de su gestión y de que en esas condiciones se abría una “oportunidad” para los gobernadores. Sin embargo, para entonces los mandatarios ya estaban más concentrados en sus propios problemas de gestión que en los planes de la Rosada.
Para los dirigentes de Hacemos por Córdoba -también impulsados por la diferencia que le sacaron al Frente de Todos el domingo- el modelo de confrontación permanente está “agotado” hace tiempo. En ese contexto enfatizan que De Pedro es “razonable” y que, hasta ahora, se había mantenido un vínculo correcto, de diálogo.
Antes de las renuncias masivas y después de una cena con su Vicepresidenta que no terminó de la mejor manera, Fernández se mostró con los tres ministros que los “duros” cuestionan: Martín Guzmán, Matías Kulfas y Santiago Cafiero. “Se van los que no funcionan o nos vamos nosotros”, dijo ayer a los periodistas en la Rosada uno de los renunciantes.
Guzmán llegó a su cargo por un consenso entre Fernández y el cristinismo. Hace meses que viene resistiendo a los intentos de flexibilizar el ajuste que viene poniendo en marcha porque el esquema de gasto del 2020 era insostenible. La reacción “más contundente” que pide el kirchnerismo lo tiene al Ministro en la mira hace tiempo. Ayer la Vicepresidenta lo llamó para decirle que no está pidiendo su cabeza. Habló con un funcionario que en las últimas semanas gestionó en medio de rumores de nombres de sus potenciales sucesores. Generar confianza así es imposible. Y, después de una interna pública y salvaje, es casi un milagro.