Homenaje a Mao y peronización de Xi Jinping, nuevas desventuras de Fernández

(Por Pablo Esteban Dávila) Hacia diciembre de 2019 sabía que la presidencia de Alberto Fernández tendría dificultades, toda vez que quién manda es Cristina y no él pero, en aquellos días inaugurales, nadie podía calibrar la envergadura de sus contratiempos. Hoy, lamentablemente, el panorama resulta más claro. Y preocupante.

Es en el campo de las relaciones internacionales donde el asunto se torna oscuro. Dejando de lado la tradicional torpeza exhibida por el kirchnerismo desde 2004 en adelante, los yerros del presidente en la materia son por demás bizarros. Hasta hace poco, pasaba la gorra entre Washington y Bruselas suplicando que lo ayudasen a cerrar un acuerdo con el FMI; luego de logrado, partió a Rusia y a China con una agenda que, en el mejor de los casos, pareció forzada y cerrada a último momento.

Ya nos hemos preguntado en ocasiones anteriores para que Fernández se empeñaba en esta gira, sin mayores beneficios para el país. Lo sucedido durante el periplo, sin embargo, supera las presunciones más pesimistas.

En Moscú, junto al presidente Vladimir Putin, el argentino se despachó contra los Estados Unidos y, sorprendentemente, contra el FMI, afirmando que se encuentra personalmente “empecinado en que Argentina tiene que dejar esa dependencia tan grande que tiene con el Fondo y con Estados Unidos. Y tiene que abrirse camino hacia otros lados. Y ahí es donde me parece que Rusia tiene un lugar muy importante”. Lo extraño del caso es tanto Washington como el Fondo eran objetos de deseo de la Casa Rosada, al menos hasta la firma del acuerdo el pasado 28 de enero. Tal vez Fernández intentó seducir a su par ruso con este lamento, creyendo que la Unión Soviética todavía existe.

A Putin los Estados Unidos les resultan una auténtica molestia, porque interfieren permanentemente en sus planes de expansión hacia Ucrania, entre otros detalles, pero ya no razona en los términos de la guerra fría. Rusia puede financiar ciberataques o alentar acciones de desestabilización en algunos de sus vecinos, pero hace ya mucho tiempo que se olvidó del fomento del comunismo o de alentar la unidad del proletariado mundial, conforme la arenga internacional del marxismo. Rusia no es una víctima del imperialismo americano (como el presidente pretende hacer creer que lo es la Argentina), sino una astuta potencia continental con intereses tan hegemónicos como los que supuestamente persigue Washington.

Estas son sutilezas que, al parecer, no son debidamente comprendidas por Fernández quien, además, no cuenta con asesoramiento experto o desdeña el que sus asesores pudieren proporcionarle. No es de extrañar, por consiguiente, que continuara en China sus ya clásicas meteduras de pata.

La primera que podría hacérsele notar fue el homenaje de Mao Zedong, el mítico líder de la revolución comunista china y el fundador del partido actualmente en el poder. Aunque podría, en su defensa, argumentarse de que se trata de un acto protocolar que prácticamente todos los mandatarios deben honrar (Mauricio Macri lo hizo cuando le tocó en turno visitar al gigante asiático), para el kirchnerismo es un ritual que reafirma sus credenciales revolucionarias. Prueba de ello es que las usinas oficialistas se encargaron de destacar el homenaje de Fernández como si se tratara de un auténtico auto de fe, mientras que la difusión del similar gesto macrista fue mencionada con gran prurito por el gobierno anterior.

Sucede que, al igual de considerar todavía existente a la extinta URSS, Fernández aun cree que Mao es adorado en China y que invocarlo es un gesto de buena voluntad hacia sus anfitriones. Repite, en este sentido, el error de Axel Kicillof cuando, a comienzos de 2015, visitó Pekín como ministro de economía y alabó públicamente al personaje. En realidad, “el Gran Timonel”, es detestado en la cultura política de aquella nación. Tanto su Gran Salto Adelante como la famosa revolución cultural fueron ejemplos de exterminio y sufrimiento humanos. En términos contables, Mao fue un genocida de su propio pueblo, responsable de más muertes que las impulsadas por Adolfo Hitler o Joseph Stalin. Y, desde el punto de vista económico, el comunismo chino fue un auténtico desastre hasta que, en 1978, Deng Xiaoping ideó la combinación entre capitalismo y autoritarismo político que perdura hasta el presente.

En realidad, China se encuentra tan lejos de Mao y del comunismo como la Argentina podría estarlo de la conquista de la Luna. No obstante, los líderes criollos insisten en creerse la historia que a ellos mismos les gustaría escribir. De otra manera, no se explica la participación del propio Fernández en los cien años de la fundación del PC chino en julio de 2021 o su “elogio” a Xi Jinping, prodigado en el marco de su reciente visita sobre que, si viviera por estas latitudes, sería sin dudas peronista.

El presidente, evidentemente, nunca entendió muy bien el pensamiento de Perón, mucho menos el kirchnerismo en su conjunto. El fundador del movimiento nacional justicialista aborrecía a los comunistas, pese a que les gustase compartir con ellos el mote de “revolucionario”. Hay innumerables ejemplo de esta tirria. De hecho, si el movimiento obrero argentino no terminó en los brazos del socialismo o del comunismo (como fue moneda corriente en casi todos los países occidentales) fue gracias a la fundación e influjo del peronismo y su ideología de la tercera posición, una terra incógnita situada entre el capitalismo liberal y el comunismo soviético. Emparentar este fenómeno local con la filosofía de Mao o con las preferencias de Xi Jinping es no conocer demasiado las ideas de la fuerza política a la que el propio presidente dice pertenecer.

Dígase, como punto a favor, que al menos la ignorancia presidencial se les prodiga a todos, democráticamente. En mayo del año pasado llamó, se supone que encomiásticamente, “Juan DomingoBiden al presidente de los Estados Unidos, cuyo origen demócrata e iniciales medidas de supuesto linaje peronista embriagaron a los cerebros del Frente de Todos tras el período “reaccionario” de Donald Trump. El entusiasmo, sin embargo, duró muy poco. Biden demostró ser uno de los clásicos mandatarios americanos, mucho más afecto a las tradiciones políticas y económicas de su país que a los deseos imaginarios del progresismo kirchnerista al que Fernández intenta abrazar con la misma convicción con que lisonjea, sin saber exactamente para qué, a sus discimiles colegas en Rusia, China o los Estados Unidos.

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