Desde hace algunas semanas, las protestas contra el intendente Martín Llaryora han adquirido un nuevo cariz. Si bien los destrozos en el patrimonio urbano es una constante en este gremio, ha resultado una verdadera novedad que sus integrantes también hayan atacado a vecinos corrientes y cargado frenéticamente contra la policía con morteros caseros.
Estos excesos merecieron un repudio unánime y, casi de inmediato, los caciques sindicales juraron que en adelante se portarían mejor, aunque sin abandonar la calle. Sin embargo, promesas similares se han roto en ocasiones anteriores y nada hace prever que no volverá a suceder en el presente. Es obvio que la metodología del SUOEM lleva inmanente la lógica de la violencia y que su dirigencia es incapaz de imponer conductas más civilizadas entre sus conducidos.
Históricamente, la ciudad contempló estas protestas con un dejo de resignación y bastante molestia, pero nunca hubo encontronazos masivos entre los vecinos y el gremio. Colaboraba a esta situación la poca popularidad de los intendentes de turno y los problemas objetivos de los que adolecía la ciudad, enrostrados sin vueltas a deficiencias en la gestión política.
No obstante, el panorama ha cambiado mucho. Ocho meses de cuarentena han extenuado la economía de las familias y fatigado los ánimos. Muchas personas han pedido sus empleos o resignado ingresos para conservarlos. Los incrementos salariales en el sector formal han sido magros y en su gran mayoría por debajo de la inflación. Entre tanta penuria, los municipales han tenido su propio martirologio (una poda en la jornada laboral), pero sin riesgo de perder sus fuentes de trabajo y casi sin tener que concurrir a sus oficinas.
Esto contribuye a que, esta vez, el hartazgo social se exprese de modo más vehemente. El reciente acto de contrición del SUOEM, consistente en reparar los destrozos ocasionados en sus algaradas, ahora importa menos de lo que hubiera significado en el pasado. Sucede que, para los vecinos, también es violencia soportar cortes de calles intempestivos, bloqueos aleatorios o servicios deficitarios de parte de quienes cobran sueldos importantes gracias a los impuestos. En un país en donde la carga impositiva es demoledora, indigna tener que padecer también a los beneficiarios directos de una parte de esa presión fiscal.
Debe repararse en el hecho que, además de la crisis, el intendente pasa por un buen momento en cuanto a gestión, lo cual le da aire para resistir a las exuberancias gremiales. No es que tenga mucho para mostrar (sólo ha tenido un par de meses de normalidad desde que hubo de asumir su mandato), sino porque se ha mantenido firme en su postura de que la municipalidad también debe compartir los sacrificios de la sociedad. Esto le ha resultado bien, a punto tal de mantener funcionando los servicios esenciales y de renegociar con algún éxito la deuda en dólares del Palacio 6 de Julio. La opinión pública valora a quienes las crisis no se los lleva puestos, y todo indica que Llaryora está superando la prueba.
¿Significan los huevos arrojados ayer una escalada en la tensión explícita que existe entre la gente y el SUOEM? ¿Es el síntoma, la punta del iceberg, de alguna reacción popular mucho más masiva en contra del sindicato? No parecen existir pruebas objetivas de que algo se esté incoando pero, en épocas de redes sociales, no sería descabellado que eventos de esta naturaleza pudieran tener lugar. Además, los balcones ofrecen protección contra las agresiones físicas directas, con lo cual la perspectiva de repudiar las protestas municipales mediante este expediente adquiere mayor viabilidad. La imagen de un Daniele protestando bajo una lluvia de hortalizas -al estilo de un mal actor vilipendiado por el público durante la función- no se antoja una escena traída de los pelos.
Esta última arista puede que esté siendo pensada por mucha gente. Nadie le gusta meterse con los bravucones, especialmente cuando la función de estos últimos es, precisamente, intimidar. La mayoría de las personas solo quieren vivir pacíficamente y no ser molestadas en forma gratuita. Pero hay momentos, y la historia es pródiga en ejemplos, en los que hasta los corderos se rebelan. Nadie imagina que luchen con las mismas armas de sus agresores, sino recurriendo a sutiles combinaciones de ataque y defensa. Lo sucedido es un ejemplo de la ductilidad en las estrategias de los ofendidos.
Es un hecho que si el SUOEM no comprende que la ciudad está viviendo una época bisagra y si continúa leyendo sus conflictos en lógica endogámica, no tendrá chance alguna de evitar un encontronazo con la sociedad mucho más fuerte que los anteriores. Y, lo que resultará todavía más perjudicial a sus intereses tácticos, fortalecerá todavía más al único intendente que, en los últimos veinte años, pudo someterlos a un ajuste efectivo.