Esto cambió rotundamente tras el triunfo inapelable del gobernador en mayo pasado y la simultánea victoria de Martín Llaryora como intendente. A partir de entonces el peronismo, que desde principios de siglo se había vuelto imbatible en el interior, pudo contar también a la Capital como otra de sus conquistas.
Pero el dato encierra otra rareza, esto es, que los nuevos hombres fuertes del distrito no son ni nacidos ni criados en él. El actual intendente fue, en su hora, el lord mayor de la ciudad de San Francisco, en tanto que su vice, Daniel Passerini, lo fue de la localidad de Cruz Alta. Es una alquimia extraña, que revela tanto el vigor de la dirigencia proveniente de extramuros como la impotencia de quienes han militado históricamente en la ciudad.
Esta plasticidad territorial ha convertido al partido de gobierno en una máquina capaz de generar cuadros provinciales desde lugares que, considerados desde su perspectiva demográfica, no tienen la relevancia que podría suponerse para un liderazgo de masas. Así las cosas, y fallecido trágicamente De la Sota, seguramente sucederá a Schiaretti un dirigente proveniente del interior, que reclamará la posibilidad de continuar gobernando la provincia más allá del período del actual gobernador.
Sin descartar a nadie, a los ya mencionados Llaryora y Passerini debe sumarse a Manuel Calvo, un hombre procedente de Las Varillas y que, en la actualidad, funge como vicegobernador. Es una troika a la que bien podría agregarse, si es que lograse su reelección el próximo 29 de marzo, el riocuartense Juan Manuel Llamosas.
Llamosas ha tenido un gobierno con altibajos, pero nadie deja de reconocerle el mérito de haber ganado la ciudad de Río Cuarto para la causa oficialista en 2016. Es esta la razón por la cual el gobernador se ha empeñado, en las últimas semanas, a brindarle todo el apoyo necesario para que mantenga sus reales en el Palacio de Mójica durante los próximos cuatro años. La alta dispersión de la oferta electoral que muestra aquella elección (hay 8 candidatos) favorece, asimismo, los propósitos reeleccionistas y, con ellos, la potencial consagración de una nueva estrella de alcance provincial.
Esta abundancia de dirigentes del interior con claras proyecciones contrasta vivamente con las estrecheces que, en la materia, adolece el radicalismo. A vuelo de pájaro, su oferta política se concentra sobre referentes arraigados en la Capital que, pruebas a la vista, se han mostrado incapaces de liderar al partido hacia la victoria. Incluso sus nuevas promesas, como es el caso de Rodrigo de Loredo o de Juan Negri, forman parte de la cohorte territorial con asiento permanente en La Docta.
Es un fenómeno extraño, toda vez que la UCR ha tenido desde siempre múltiples intendentes y concejales diseminados por la geografía cordobesa y que, en la mayoría de los casos, se han mostrado como especialmente probos en sus funciones. Sin embargo, ninguno de ellos ha sido capaz de relevar a los bien establecidos dirigentes capitalinos de las responsabilidades de conducción, mucho menos de imponer un nuevo eje doctrinario o conceptual sobre el futuro de la fuerza.
Para ser justos, amagues han existido siempre desde todos los puntos cardinales. Desde 1998 -el annus horribilis del radicalismo- en adelante, no han sido pocos los que han dirigido su mirada hacia el interior buscando el reservorio moral del partido. Incluso el propio presidente, Ramón Mestre, ha intentado más de una vez que el foro de intendentes se transformase en algo más que una colegiatura destinada a hacer lobby ante el Centro Cívico. Pero, hasta ahora, todo se ha revelado un esfuerzo vano.
Parece extraño que esto sea así, especialmente al considerar la historia de la que sus propios correligionarios se enorgullecen. Amadeo Sabattini, por caso, siempre vivió en Villa María y, desde allí, impuso su marca en la provincia y en la nación. Durante el gobierno de Eduardo Angeloz hubo múltiples dirigentes y funcionarios oriundos de distintos lugares, siendo él mismo de Río Tercero. Es como si ahora, y pese a todas las promesas de resurrección, no existiese la indispensable sed de poder en nadie para disputar, seria y consistentemente, la conducción de las vacas sagradas que se alternan en el manejo de la Casa Radical.
¿Cuan grave es esta situación? La respuesta deriva del mero expediente de la contraposición. Así, mientras que el terceto peronista ya está maquinando como habrá de suceder a Schiaretti con la ayuda del propio gobernador, los radicales que se imaginan con chances son más o menos los mismos de siempre. Seguro Mestre, tal vez Negri, improbablemente Aguad. No hay mucho más, al menos con los deseos contagiosos que debe transmitir un candidato que se imagina a sí mismo como el seguro vencedor. Para añadir aun más desasosiego, y de seguir en Juntos por el Cambio, seguramente reaparecerá Luis Juez con su cuota de discordia y confusión en cualquier armado que el radicalismo intente diseñar para recuperar la provincia.
Por supuesto que debe asumirse que este análisis, aunque parta desde bases empíricas, pertenece al universo de la conjetura. Es una foto proyectada, no necesariamente la película. Porque, si de proyecciones se trata, tampoco debe dejarse de lado un factor que conspira contra las aspiraciones de al menos uno de los peronistas que se imagina en el Centro Cívico, nada menos que Llaryora. El intendente sabe que, desde la época de Martí, la municipalidad de Córdoba es una máquina de fabricar fracasos políticos y que, desde la gestión juecista, también se ha transformado en una organización inviable, patéticamente secuestrada por el costo de su planta de personal. Es una perspectiva ominosa para alguien acostumbrado a ganar.
De cualquier forma, especular sobre cuantas posibilidades tienen cada uno de los miembros de la troika o, eventualmente, también de Llamosas, es prematuro. Debe transcurrir un tiempo para que hablen sus gestiones. Lo que necesita ser señalado, una vez más, es que mientras que el recambio político dentro del PJ proviene del interior, en la UCR no hay noticias de que ocurra algo parecido, pese a cierto consenso interno sobre que sería necesario oxigenar sus cuadros desde aquel origen. La distancia entre el dicho al hecho sigue siendo, en este punto, la confesión más exacta sobre que al radicalismo le está costando mucho abandonar la visión comarcal adoptada, a modo de autodefensa, por muchas de sus esperanzas del pago chico.