El peronismo nacional busca cerrar la grieta que la era kirchnerista abrió con Córdoba y que, en los últimos comicios, le valió ir a las urnas sin el respaldo del oficialismo provincial. En ese escenario, el Frente de Todos tuvo una modesta performance electoral en la provincia -29% de los votos en el tramo presidencial, 22% en el tramo legislativo-, cosechado apenas dos de las nueve diputaciones que el 27 de octubre se pusieron en juego en Córdoba.
Alberto Fernández, en su rol de candidato, repitió hasta el hartazgo que se ocuparía de construir entre la Casa Rosada y el Centro Cívico una buena relación, o cuanto menos una relación razonable, diferente de la que existió durante las dos presidencias de Cristina Fernández, entre 2007 y 2015. Y puertas adentro, conspicuos dirigentes nacionales del kirchnerismo no vacilan en admitir “en Córdoba hicimos todo mal”.
Entiéndase, no lamentan las inequidades a las que la Provincia fue sometida por la Nación; lamentan los errores de cálculo político, las malas decisiones en la construcción de poder y el consecuente fracaso de su proyecto político en estas latitudes. Razonable.
Allí radica el interés del justicialismo nacional en recomponer lazos con el segundo distrito electoral del país. Y la oportunidad está servida. Córdoba necesita de la Nación, el Frente de Todos necesita del peronismo cordobés, y tanto el PJ local como el nacional tienen en agenda la renovación de sus autoridades.
Las negociaciones ya están avanzadas en la construcción de una lista de unidad en la provincia, y han incluido -por primera vez- al kirchnerismo duro (La Cámpora) en el armado. La Presidencia del partido en Córdoba será para Juan Schiaretti, y es poco menos que un hecho que el intendente Martín Llaryora se quedará con la Presidencia del PJ capitalino.
A nivel nacional todavía no hay grandes precisiones. Entre los nombres que se barajan para liderar el partido están el de su actual presidente, José Luis Gioja, el del chaqueño Jorge Capitanich y hasta el del mismísimo Alberto Fernández. Sí habría cierto grado de certeza, en cambio, sobre otro asunto: Martín Llaryora sería parte de la conducción nacional del PJ. Tiene lógica.
Llaryora, como todo dirigente joven, tiene poco pasado. No lo separan de la ex presidenta o de sus halcones afrentas pretéritas ni infértiles disquisiciones ideológicas. Nadie tiene que doblar la rodilla si la prenda de unidad entre el PJ nacional y el justicialismo cordobés es un dirigente que, aún firmemente enrolado en el schiarettismo, supo pulsear con el gobernador en 2013, y cuyo nombre no aparece proscripto por rencores de antaño.
Sellar la paz con el peronismo cordobés a través de la inclusión de Llaryora en la conducción del PJ nacional no demandaría que nadie recoja sus egos ni deba revisar en el pasado, se trataría de un acuerdo hacia el futuro, dejando lo demás de lado.
Adicionalmente, si quisiera revisarse en el pasado, tampoco se encontraría ningún gesto del intendente que pudiera justificar el veto del kirchnerismo a su participación en la conducción del justicialismo nacional.
Su gestión al frente de la Municipalidad de San Francisco coincidió con los ocho años del cristinismo y siempre tuvo una relación correcta con la nación. Durante ese periplo también coincidió con Sergio Massa, designado al frente de la Jefatura de Gabinete en 2008, con quien conserva una muy buena relación. Más aún, dentro del peronismo de Córdoba, Llaryora nunca buscó identificarse como una figura anti-kirchnerista. En resumidas cuentas, tiene un historial al que el escrutinio k no podría encontrar observaciones.
Si como se especula intendente llegara a una de las vice presidencias del PJ nacional, lo haría -desde luego- impulsado por el gobernador Juan Schiaretti y con la conformidad de CFK, y esto reflejaría un clarísimo acercamiento entre El Panal y Balcarce 50. Y, por extensión, entre el gobernador y el presidente.
De prosperar este ensamble, probablemente deba esperarse una sola lista peronista en Córdoba para las elecciones legislativas de 2021.