El objetivo del flamante observatorio es, cuanto menos, ambicioso. Se trata de la “detección y verificación de la información, identificación y desarticulación de estrategias argumentativas, la identificación de las operaciones de difusión y los sistemas de alertas”, con el declarado propósito de proteger a la ciudadanía comunicacional de este tipo de informaciones. La defensora del Público, Miriam Lewin, sostuvo para justificarlo que “insultar a quien piensa distinto, cancelar a quien es diferente, descalificar, agredir y no argumentar, bloquea el diálogo y vulnera derechos. Construir con falsedades noticias que apelan a la emocionalidad y fortalecen prejuicios que fomentan la intolerancia es poner en riesgo la convivencia democrática”. La criatura parecería estar dirigida, en esencia, al propio kirchnerismo que lo ha pergeñado, experto como el que más en los discursos de la exclusión.
Pero no, no es así. A modo de traducción de tan monumentales expresiones subyace el ánimo fascista de controlar todo lo que circula en la web y en los medios de comunicación. NODIO es la antesala de la censura oficial hacia la libertad de expresión bajo el pretexto -similar al que intenta legitimar la cuarentena- de que el Estado nos cuida, en este caso, de los engaños deliberados y de los odiadores que envenenan el alma.
Se trata, otra vez, del ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz, el paternalismo autoritario tan del gusto de los Kirchner. Es un pensamiento que desprecia al sujeto libre capaz de analizar, comprender y decidir por sí mismo sobre la información disponible y obrar conforme su leal saber y entender. Los autoritarios, especialmente los de este cuño, izquierdistas y antiliberales, consideran que el individuo es un átomo abstracto de la democracia burguesa, una entidad irrelevante que debe ser protegido de sí mismo, por así decirlo. La mejor forma de lograrlo es haciéndole ver, desde el poder, que lo que él cree que es en realidad no es así, y que son los funcionarios quienes mejor pueden advertirle de su estado de alienación y, en consecuencia, corregir sus percepciones.
Es obvio que tal razonamiento es falso, tanto en su matriz ideológica como en su ejecución histórica. Ninguna democracia seria tiene este tipo de organismos y en cualquier lado del mundo sería un escándalo de proporciones el mero hecho de proponerlo, salvo en Venezuela o Cuba, en donde no existe ni la prensa libre ni la libertad de opinión. Detrás de la pastosa intelectualización de NODIO se esconde la pretensión del discurso único y un maniqueísmo burocrático sobre el bien y el mal.
Lo repudiable es que este observatorio se encuentre dentro del Estado y financiado por recursos públicos, que pagan inclusive aquellos cuyas opiniones podrían ser objeto de censura. Si uno semejante hubiera sido instituido en el ámbito de, por ejemplo, una universidad o una fundación, sus recomendaciones u opiniones podrían gustar mucho o poco pero no sería objetabls per se; las sociedades libres pueden reflexionar sobre lo que sea, incluso de los temas más inútiles.
Claro que no es este el caso. NODIO pretende orientar el pensamiento social utilizando nuestros impuestos y enarbolando una superioridad moral e intelectual que niega a los ciudadanos de a pie. Desconoce, asimismo, que el contenido de internet se encuentra comprendido dentro de la garantía constitucional que ampara la libertad de expresión, conforme el Decreto N° 1279/97 y la ley N° 26.032, sancionada en 2005. El Poder Ejecutivo nada tiene que hacer en este distrito.
Vale decir que, si la señora Lewin y sus colaboradores consideran que un medio de comunicación (o un usuario de Twitter) miente deliberadamente o promueve la comisión de un delito, deben recurrir a la justicia para hacer cesar este peligro o resarcir los daños que pudiera producir. Es un derecho que le cabe a cualquier persona, no sólo a los funcionarios, y que es de aplicación pacífica desde hace años. Lo que les está prohibido hacer, y esto es categórico, es intentar cualquier tipo de censura previa o inducir a quienes deseen expresar libremente sus opiniones a la autocensura por temor a represalias o descalificaciones desde el aparato del Estado.
Llama mucho la atención que el kirchnerismo, que supo dilapidar cantidades abyectas de recursos en la creación de universidades nacionales de dudosa necesidad durante la década pasada, no sea capaz de postular no uno, sino decenas de estos observatorios en aquellas instituciones. La propia Florencia Saintout (una de las integrantes de NODIO) supo distinguir a Hugo Chávez, cuando fungía como decana de la facultad de Periodismo en la Universidad de la Plata, con el premio Rodolfo Walsh por el compromiso del bolivariano con la libertad de prensa. Si, en su hora, pudo justificar semejante oxímoron… ¿por qué no podría establecer este tipo de aberraciones, ella o cualesquiera afines a su pensamiento, en otras casas de altos estudios también financiadas por el tesoro nacional?
La respuesta es obvia: un observatorio de estas características dentro de una universidad K tendría un triste destino de intrascendencia. Sus papers o investigaciones despertarían bostezos en la generalidad de los especialistas y tendrían como propósito, principalmente, el justificar alguna que otra hora cátedra y la retroalimentación de la jeringosa antiliberal de sus integrantes. Nadie diría que semejante cosa pudiera formar parte de la lucha por la liberación nacional.
Todos prefieren, por lo tanto, mamar de la teta del Estado para hacer realidad sus sueños de justicia, en este caso, comunicacional. A ninguno se les ocurre dar debate por sus ideas en el barro de la opinión pública, en pie de igualdad con cientos de miles de tuiteros, periodistas de medios privados, usuarios de Facebook o ingeniosos creadores de memes en WhatsApp. Gustan de los oropeles del cargo público, a modo de una vanguardia iluminada cuya función primordial es guiar a las masas ignorantes hacia la lumbre revolucionaria.
El público, huelga decirlo, tiene todo el derecho del mundo a preferir lo que desee, aunque sea incorrecto. Alberto Fernández, después de todo, es presidente gracias a postulados que demostraron ser palmariamente falsos; ¿podría acusarse a otros por intentar engaños semejantes? El NODIO debería comenzar sus indagaciones sobre la pasada campaña del Frente de Todos en lugar de preocuparse por difusas conspiraciones de la derecha.
George Orwell, en su asfixiante distopía “1984”, lo sugirió proféticamente: de todos los totalitarismos, el del lenguaje es el peor. En su novela, el Ministerio del Amor se ocupaba de la tortura y la “neolengua” reemplazaba los significados del lenguaje común, invirtiéndolos a conveniencia del Gran Hermano. NODIO, aunque en la neolengua K se lo presente como un aséptico centro de estudios semiológicos es, en realidad, una policía de la libertad de prensa, una advertencia de lo que el gobierno podría llegar a ser si los diques de contención institucional cedieran por un instante.