Esta no es una novedad en sentido estricto. El justicialismo siempre ha considerado un dogma el reconocer a quien gobierna, sea un presidente o un gobernador, el carácter de jefe partidario. Córdoba ha sido, probablemente, uno de los distritos más prolijos en el respeto a este principio. Ni siquiera durante el primer mandato de Schiaretti, con José Manuel de la Sota en plena vigencia política, se discutió el asunto. Ambos se turnaron, con una previsibilidad escandinava, tanto en la gobernación como en la presidencia del peronismo sin que existiera el más mínimo desacuerdo público.
Pero que sea un acontecimiento hasta cierto punto rutinario no le quita importancia, especialmente en la actual coyuntura. Schiaretti es uno de los gobernadores mejor considerados en la opinión pública y se encuentra en la lista de deseos tanto de oficialistas como de opositores en el gran escenario nacional. No obstante, su proyección política no está del todo clara.
Esto es así porque, en muchos aspectos, el peronismo local se ha transformado en un partido provincial, aunque sin el pasado énfasis delasotista en el cordobesismo. Dejando de lado las referencias institucionalistas del gobernador -meras pinceladas programáticas dentro de un océano de gestión a secas- la fuerza es una especie de tecnoestructura especializada en ganar elecciones y gobernar sin mayores sobresaltos. Es, claramente, opositora a la Casa Rosada, pero no por ella dueña de un discurso alternativo, al menos de volumen y alcance general.
Schiaretti es consciente de esta limitación, deliberadamente esquivada hasta ahora. Pero debido a su propia masa gravitacional, tal abstinencia de proyecto no puede durar por siempre, a menos que decida clausurar su proyección política en el mejor momento. A nadie, por supuesto, se le ocurre esta posibilidad, si bien no se encuentra claro, en absoluto, cual es la mejor manera de romper el corsé de los temas y la gestión provinciales, que tanto poder le han conferido y que tantos límites también le han impuesto.
Es esta la razón por la cual la consagración de su actual unicato sea más relevante ahora que en el pasado. Es de prever que, en su carácter de presidente, tenga una excusa oficial para tratar de orientar la vida política de la fuerza que nominalmente conduce también Alberto Fernández o que, si no creyese que tal cosa valiera la pena, al menos utilizarlo para orientar una interlocución con otras expresiones políticas de cara a 2023.
Algo de esto ha comenzado a hacer, por cierto. En las últimas semanas se reunió con el prometedor diputado radical Facundo Manes y con su colega de Jujuy, Gerardo Morales. Es muy probable en los próximos días también haga lo propio con el mandamás correntino Gustavo Valdés, otro de los animadores de la vida interna de la UCR. Justo es decir que todos ellos, de paso por la provincia o con planes de hacerlo, solicitaron las correspondientes audiencias y que el anfitrión lejos estuvo de negárselas. Tanta cordialidad, como era de esperarse, generó recelos dentro de la franquicia mediterránea de Juntos por el Cambio, cuyos integrantes observan con aprensión que tales referentes nacionales busquen con particular afano fotos de ocasión con quien ellos se referencian como opositores.
Sucede que Schiaretti es visto como del palo por la oposición, con la lógica excepción de la cordobesa. A cualquier presidenciable, desde Rodríguez Larreta hasta Patricia Bullrich, le encantaría tenerlo en su tique. Lamentablemente, nadie ha dado en la tecla con la receta para romper el “espléndido aislamiento” (para usar la clásica expresión del exprimer Ministro George Canning) del gobernador. Tampoco se sabe como reaccionarían los que se encuentran lanzados a la carrera por la Casa Rosada frente a una hipótesis inversa, esto es, con él a la cabeza de la fórmula.
Por lo pronto, la estrategia a seguir solo depende del cordobés. Si decidiera, eventualmente y contra todo pronóstico, respaldar al presidente en su refriega con Cristina, mucho podría reclamarle de cara al 2023 y, probablemente, nada o poco le sería negado. Inversamente, si pegara el salto hacia Juntos por el Cambio, tal como lo hizo Miguel Ángel Pichetto en 2019, sus posibilidades también serían amplias, tal como se intuye.
Una tercera vía electoral siempre sería la posibilidad que mejor podría calzarle no obstante que, de momento, le ha faltado cierta convicción para liderarla y pese a las muchas señales emitidas desde el peronismo no kirchnerista que, con matices, se encuentra desperdigado por todas partes y con inocultables deseos de un conductor.
Esta reticencia se explica porque la construcción de un espacio semejante, especialmente desde el interior, se antoja muy compleja y plagada de obstáculos. Desde la reforma constitucional de 1994 la política argentina se ha vuelto aun más autorreferencial, concentrándose casi en exclusiva sobre la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano bonaerense. Schiaretti, como otros muy buenos gobernadores, es una víctima de esta distorsión geográfica que, a todas luces, obstaculiza su proyección nacional a menos que decida mudarse al AMBA y desatender sus obligaciones en el Panal para tener alguna chance.
Cualquiera que conozca mínimamente su carácter podría concluir que esta alternativa no sería posible, por lo que la cuestión regresa al principio. ¿Cómo transformar su prestigio en resultados políticos nacionales? Muchos especulan, a la luz de su impecable trayectoria electoral, que algún plan tiene en mente, a despecho de las dificultades que han experimentado en los últimos tiempos quienes desean atraerlo a sus respectivos rediles. Pero este es un supuesto quizá demasiado optimista. El altamente probable que Schiaretti todavía no sepa, a ciencia cierta, que hacer para transformar sus méritos en algo redituable y a la escala apropiada.
Ser presidente de su fuerza casi por aclamación es un primer paso no concluyente, aunque necesario, para dar el próximo paso. Schiaretti es el cacique a la espera de la oportunidad de su vida que, por fuerza del calendario, debe llegar en algún momento en el próximo año y medio. No hay dudas de que aquella llegará; la gran incógnita es saber si lo hará en los términos y condiciones planificadas por él planificadas o si, por ausencia de una estrategia propia, les serán impuestos por otros actores con mayor centralidad y menos tribulaciones.