Con el final de un ciclo que comienza a escribir el gobernador Juan Schiaretti al frente del poder provincial, empieza a operar una lógica de construcción política totalmente distinta en el peronismo cordobés de cara al 2023.
Aunque sin dudas el dueño del 57 por ciento de los votos en Córdoba será un actor clave en la estrategia electoral del peronismo no kirchnerista, al quedar fuera de la competencia directa las chances reales del oficialismo no son las mismas.
El peronismo pierde a su gran elector y para retener el poder por séptima vez consecutiva y traspasar el cuarto de siglo en el gobierno, deberá hacer un esfuerzo supremo.
Sin José Manuel de la Sota y sin Schiaretti en modo candidato provincial, Hacemos por Córdoba cierra una etapa de liderazgos indiscutidos, pero también una forma de hacer y construir la política. Si bien todavía su nombre no está oficializado, todo indica que Martín Llaryora será quien inicie la nueva era al encabezar el próximo proyecto provincial.
De arranque, el intendente de Capital necesitará anclarse fuertemente en la territorialidad. Por ahora, los números les son muy favorables en el distrito que gobierna, pero no así en el interior provincial donde el capitalino deberá trabajar duro para que su nombre resulte competitivo.
Más aún frente a la proyección provincial que tienen tanto el senador Luis Juez como el diputado Rodrigo De Loredo dentro de la alianza opositora, Juntos por el Cambio. En el Panal tienen muy en claro que, aún con los esfuerzos que pueda hacer Schiaretti para apuntalarlo fuera de la Circunvalación, los votos no son transferibles. Llaryora deberá hacer lo suyo.
Allí asoma una primera y gran diferencia respecto al gobernador. El próximo candidato provincial del oficialismo necesitará de todos en cada uno de los departamentos para ganar, invirtiendo así una lógica histórica de construcción política de arriba hacia abajo que rigió con De la Sota y Schiaretti. Por años, ambos dirigentes fueron quienes arrastraron los votos; ahora, el intendente necesitará que traccionen para él.
El capitalino no mide más que ningún dirigente peronista del interior en su territorio mientras que el gobernador conserva todavía números altísimos, incluso, más que muchos intendentes en sus propios municipios.
Esto modificará no sólo la estrategia política electoral sino también condicionará, de algún modo, el armado de listas. Ya no dará lo mismo llenar la boleta con cualquier nombre, Llaryora deberá garantizarse sumar a dirigentes que le arrimen votos.
De allí la relevancia con la que jugará el interior en los próximos comicios y el interés de un sector de Hacemos por Córdoba para que salga la modificación a la ley que prohíbe la re reelección de intendentes y legisladores.
En ese marco se inscriben también las tensiones subterráneas que ya rigen el vínculo entre la nueva camada de dirigentes y los de la vieja guardia peronista.
Los intendentes, legisladores y referentes departamentales trabajan para acumular políticamente en sus distritos y negociar luego desde allí.
Mientras tanto, el manual de la buena política lo ubica a Llaryora gestionando en Capital y no enfocado en la cuestión electoral; sin embargo, titular del Ejecutivo cordobés habilita todo movimiento y acción política que suponga instalar y trabajar su nombre en el interior. Mientras proliferan las juntas promotoras, desde el partido también comenzaron a apuntarlo como el mejor posicionado para suceder a Schiaretti.