Con un discurso sobrio, ni muy extenso ni muy breve, Martín Llaryora pasó ayer justo por el medio del cauce del Rubicón de su carrera rumbo al verdadero objetivo de su carrera política, que no es otro que la Gobernación de la provincia. Se había asomado a sus orillas allá por 2015 cuando acompañó a Juan Schiaretti como vicegobernador y ya en 2019 se animó a mojarse los pies cuando el gobernador le cargó sobre sus hombros la gabela de ser candidato para administrar la indómita Municipalidad capitalina.
Este cordobés sin tonada dudó al principio pero fortuna mediante y el suicidio electoral de los radicales –desdoblaron en dos candidatos su oferta electoral- ganó las elecciones después de 50 años sin un peronista en el despacho principal del Palacio 6 de Julio. El 10 de diciembre entró a la Municipalidad y lo hizo resueltamente, confrontando con la madre de todos los problemas de la ciudad, el belicoso Suoem, que desde 1999 disponía a sus anchas de los recursos municipales (a fines de 2007, llegó a embolsarse el 75% de los ingresos).
Desde que asumió Llaryora ha criticado sin pausas a su predecesor. En esto no fue original ni tampoco preciso. La Municipalidad de Córdoba ha sido vaciada de poder y de recursos, en forma sucesiva y decreciente, desde 1999. Fueron 20 años y cuatro intendentes los que cedieron graciosamente el poder al prepotente sindicato. Este se allanó solo ante el poder acumulado que resulta de un gobernador y un intendente del mismo partido. Verbigracia, cuando los radicales gobernaban ambas jurisdicciones o, como ahora, con los peronistas en simultáneo en El Panal y en el Palacio 6 de Julio. Esto lo dijo de manera más elegante Germán Kammerth en la sombría agonía de su mandato: “No se puede llegar al poder sin poder”.
Sin proponérselo, Kammerath ha hecho docencia involuntaria. Tal vez Llaryora no lo sepa, pero el ex intendente advirtió, también tardíamente, que no debe ofrecerse a la gente lo que la gente no demanda. Prometió transporte urbano con aire acondicionado y música funcional, cuando los usuarios demandaban frecuencia. Llaryora ha puesto en valor no sólo el poder y la autoridad del intendente. También muchas plazas y parques, fresado y reasfaltado de grandes sectores de la ciudad. Ayer prometió hacer otro tanto con dos mil cuadras de la ciudad en su discurso inaugural.
Ahora viene la segunda mitad de su mandato de cuatro años, con obras más emblemáticas, como su pretencioso proyecto de metropolización de servicios, entre ellos el transporte, administrado por un organismo interjurisdiccional. Algo de esto se viene hablando desde 1983 pero nunca se concretó nada.
De los proyectos más empinados de la segunda mitad de su mandato también estará atento el sindicato municipal, que en breve renovará autoridades. El gremio sabe que los políticos son más vulnerables cuando más altas son sus pretenciones.
Llaryora volverá a subirse al atril en el que estuvo ayer, el 1 de marzo de 2023, casi en las vísperas electorales, que muchos presumen para mayo de ese año. Es decir, en plena campaña electoral. Lo quiera o no, todos escucharán el discurso de un candidato a la Gobernación, por más que el intendente apure un resumen de su gestión.
Los escucharán con atención, entonces, sus adversarios. Entre ellos, Luis Juez. El ex intendente cuenta con una ventaja. El pretende la candidatura a gobernador o nada. Y puede entregar desde la Vicegobernación hasta el último cargo en el escalafón de la estructura política del Estado. Hacia dentro de “su” Frente Cívico está desobligado en absoluto.
Es un verdadero “llanero solitario” de la política. Y esto también es su debilidad. ¿Lo votarán los radicales que tanto ha denostado? Es obvio que no le alcanza con su partido unipersonal. Contabiliza la estructura territorial del radicalismo. Porque en Córdoba hay solo dos partidos organizados territorialmente y contra uno de ellos, el peronismo, confrontará. Las escuálidas tribus K y del PRO no mueven las agujas en ese tramo de necesidades.
Por lo pronto, en El Panal –también en el municipio- observan con tranquilidad su candidatura. Y algo de gastronomía político electoral han de saber quienes llevan casi un cuarto de siglo en la cúspide del poder de Córdoba. Mirado en perspectiva es notable cómo dos adversarios internos enconados terminaron armando un ensamble tan exitoso. Uno, De la Sota, ya está fuera de escena. Posiblemente éste sea el autor de esa alquimia. Los aciertos en la administración del Estado le pertenecen al otro casi por entero.
El viernes pasado el macrista radical Oscar Aguad enfatizó en el programa Alfil TV que se emite por Canal 10, que la UCR debe abstenerse, contener sus congénitas vacilaciones y encolumnarse detrás de Juez. El entusiasta ex ministro de Defensa de Mauricio Macri sabe mucho de derrotas a manos del peronismo y nada de victorias: fue tres veces candidato a gobernador y perdió contra De la Sota en 2003 y en 2011 y en 2015 con Sciaretti.