El presidente Sebastián Piñera es un líder de derecha que, ante todo, es un liberal. Mientras la democracia chilena estuvo tutelada en cierta manera por la presencia del dictador -ya fallecido- Augusto Pinochet y su constitución de 1990, Piñera y los líderes de su partido, Renovación Nacional, siempre dejaron en claro que la figura de Pinochet era contraproducente para forjar una derecha democrática. No en vano le tocó a él, y no a otro de los muchos y buenos dirigentes que ha dado su espacio, ser el primero en derrotar a la Concertación, la alianza de centroizquierda que gobernó Chile desde 1991 hasta 2010 sin interrupciones.
Piñera es uno de los dueños de la exitosa aerolínea LAN, actualmente LATAM y, como tal, conoce el mundo empresario al dedillo. En propiedad, y amén de su condición de presidente, puede decirse que él también es un CEO, esa categoría que tanto desprecia su par argentino, Alberto Fernández. Es probable que muchos quienes integran su gabinete también lo hayan sido en algún momento de su vida profesional.
Esta característica es periódicamente menoscabada por aquellos quienes creen que la política es una actividad de tiempo completo y que requiere, invariablemente, de cargos públicos, pero en circunstancias como los actuales, llenas de desafíos sanitarios y de tiempos apremiantes, la mentalidad de empresa dentro de un gobierno es una auténtica ventaja.
Tómese el tema de las vacunas, quizá el asunto excluyente en la agenda mundial. Dejando de lado épicas berretas o las aburridas apelaciones a la solidaridad internacional, se trata, en rigor, de una gran operación logística, en donde hay que comprar rápido millones de dosis que otros países también pretenden a un puñado de laboratorios con limitadas capacidades de producción, trasladarlas a determinados puntos, organizar a quienes habrán de inocularse y llevar un registro puntilloso de los inmunizados. Esto involucra múltiples puntos de vacunación, distribución a lugares remotos, vigilancia sobre la cadena de frío y movilización de miles de efectivos de las fuerzas de seguridad y de personal sanitario, entre decenas de otros aspectos cruciales.
Esto es lo que ha hecho Piñera y su equipo. Desde que las primeras vacunas fueron comercializadas, Chile contó siempre con millones de dosis a su disposición. A la fecha, y según la BBC, tiene comprometidas más de 35 millones de dosis, de las cuales 10 millones son de la estadounidense Pfizer-BioNTech, otras 10 millones de la china Sinovac y el resto de AstraZeneca, Johnson&Johnson y la plataforma Covax, impulsada por la Organización Mundial de la Salud. Su campaña de comenzó tan temprano como a finales de diciembre y, para el viernes pasado, ya se había vacunado al 15% de su población. A este ritmo, el 80% de los chilenos habrá recibido su dosis para junio de este año. Parafraseando una frase muy de los noventa, estamos en presencia de una auténtica Vacunación Popular de Mercado.
Es increíble que la derecha chilena, supuestamente antipopular e insensible a los padecimientos de las mayorías, haya logrado estos objetivos, especialmente cuando los gobiernos nacionales y populares -entre los que destaca, nominalmente, el de Alberto Fernández- se encuentran en el medio de improvisaciones y brulotes.
La Argentina del Frente de Todos viene padeciendo de una alarmante escasez de vacunas. A la fecha, sólo el 1% de su población se encuentra inmunizada. Rusia provee cantidades módicas de dosis, AstraZeneca accedió a facilitar medio millón desde la India y, aparentemente, la semana que viene llegaría un millón de la farmacéutica china Sinopharm, una vacuna que no ha completado los estudios de Fase III. A este ritmo, el país completaría el calendario en el año cerca de diez años.
El contraste entre Chile y la Argentina desnuda la hipocresía e improvisación del populismo. Los CEOs trasandinos han logrado aquello que el gobierno de científicos de Fernández se muestra incapaz de realizar. Para hacer del asunto algo todavía más bizarro, la gestión de la vacunación criolla ha derivado en un escándalo de enormes proporciones, que le ha costado la cabeza a Ginés González García, el ministro de salud y ha resentido todavía más la credibilidad de la Casa Rosada.
La noticia es suficientemente conocida: un grupo de amigos del poder, de entre los que sobresale Horacio Verbitsky, apodado “el Perro” y, supuestamente, heroico luchador montonero, accedió a una dosis gracias a un vacunatorio VIP instalado en dependencias del propio Ministerio de Salud. No fue el único. Otros políticos y dirigentes sociales, cercanos al oficialismo y todos integrantes de la progresía criolla, fueron beneficiados por esta metodología de privilegio cuando todavía no se habían comenzado a vacunar ni a docentes ni a efectivos de seguridad.
Esto es lo que ocurre cuando hay escasez y cuando todo pretende ser controlado por el Estado. Como en la Argentina la adquisición y distribución de dosis es monopolio del gobierno nacional, el poder que ostenta al respecto es omnímodo, más aún cuando la cantidad de vacunas que se dispone es homeopática. Si hubiera millones de dosis, como ocurre en Chile, Verbitsky no hubiera necesitado de ningún favor especial para acceder a la suya. Por su edad, simplemente lo habrían convocado junto a todos los de su grupo etario. Algo similar hubiera ocurrido si los privados, llámase obras sociales o farmacias, estuvieran habilitados a negociar directamente con los laboratorios internacionales y ofrecer a sus afiliados o clientes la vacuna en las condiciones que pactaren. El Perro podría haber pagado de su bolsillo lo que tanto deseaba.
Pero esto no ocurre así. Los populistas adoran el control social, la beneficencia estatal. Quieren que quienes reciban las dosis les agradezcan, se integren en una epopeya comunitaria contra el gran enemigo de la Nación, el coronavirus. ¿Qué mejor que lograrlo con pecheras de la Cámpora, registros barriales y todas esas iniciativas fascistoides que tanto conmueven a la militancia y que tan poco resultados prácticos logran? Basta con comparar la performance del vacunatorio Nac & Pop argentino con la Vacunación Popular de Mercado a la chilena para extraer las inevitables conclusiones.