Impuso la creatividad como consigna y el servicio a las marcas como imperativo. Creó cosas nuevas. Desarrolló una profesión seria, dotada de responsabilidad y compromiso. Sumó ideas, formó equipos con los más capaces, avanzó en la tecnología. Se incorporó al terreno de la publicidad política. Federalizó la actividad obligando al centralismo porteño a empezar a mirar al interior como una fuerza nueva que surgía.
Y todo lo hizo a bordo de la nave insignia de la publicidad del interior: Rombo Velox. Una organización poderosa y eficiente, en la que se formaron los mejores publicitarios, muchos de ellos hoy con empresa propia. Un lugar elegido por las marcas más importantes si querían crecer. Una especie de madre de agencias, el sitio más codiciado para empezar a trabajar.
Esa nave insignia ya no navega en el mar de una actividad que cambió.
Cerró Rombo. Impensado un tiempo atrás. Inevitable hoy.
Y ese cierre implica la desaparición de una forma de hacer publicidad.
Pero ojo: nadie muere mientras haya alguien que lo recuerde.
Y si ese recuerdo está cargado de afecto o reconocimiento, la desaparición es solo una instancia menor de nuestra existencia.
Por eso, Arturo Tarrés y Rombo Velox seguirán vivos por muchísimo tiempo.