Varios siglos de historias y leyendas se encuentran tras los muros de las Estancias Jesuíticas. Solo es necesario cruzarlos para viajar más de 400 años hacia el pasado y llegar a 1599, cuando la Compañía de Jesús se instaló en Córdoba y comenzó a desarrollar su labor espiritual y educativa.
Para sostener las actividades de sus colegios, los jesuitas generaron su propio mantenimiento a través de cinco establecimientos agroganaderos que contaban con todo lo necesario para su autoabastecimiento, rancherías para el personal, casa de residencia de los curas y capilla.
Entre tanto, en 1607, los jesuitas dividieron la provincia peruana y crearon la Provincia Paraguaya con sede en la ciudad de Córdoba –que comprendía las actuales regiones argentinas, paraguayas, chilenas, brasileñas y uruguayas– y, un año después, sentaron sus bases en lo que conocemos como Manzana Jesuítica, ubicada en pleno centro de la capital provincial. Allí se erigieron la Iglesia de la Compañía, el Colegio Máximo y el Convictorio, donde hoy funcionan la Universidad Nacional de Córdoba y el Colegio Nacional de Monserrat.
La Estancia Caroya, ubicada a 44 km de la ciudad de Córdoba, fue el primer establecimiento rural organizado por los jesuitas, allá por 1616. El segundo núcleo productivo fue la Estancia Jesús María. Se construyó a partir de 1618, a 48 km al norte de la ciudad de Córdoba, y se caracterizó por su producción vitivinícola, característica actual de la zona. La más grande de todas las Estancias es Santa Catalina, fundada en 1622 a 70 km de Córdoba y reconocida por su iglesia de estilo barroco colonial.
A 36 km al sudoeste de la ciudad capital, se encuentra la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, que data del año 1643. Su templo es hoy la iglesia local y en la residencia funciona el Museo Nacional Casa del Virrey Liniers.