En plena tensión con los fondos liderados por BlackRock y con enojo porque cree junto a su equipo que los acreedores le corrieron varias veces el arco, el presidente Alberto Fernández dará por terminadas las negociaciones con los acreedores para lograr el canje de 21 bonos de deuda externa por u$s 65.000 millones, que hasta el viernes a la noche tuvo una baja e insuficiente adhesión.
Ratificará así que no cederá más para llegar a un acuerdo con los acreedores privados, pese a que entre abril y julio mejoró en unos u$s 15.000 millones la oferta.
De esta forma, Argentina entrará en un hard default en su deuda, que cayó formalmente en cesación de pagos el 22 de mayo.
Las consecuencias en las próximas semanas -evalúan cerca de la Casa Rosada- podrían ser un incremento de la volatilidad cambiaria con presión sobre los dólares paralelos y un estrés financiero que se cortaría cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) garantice su respaldo al país.
El séptimo Período de Invitación para la reestructuración de la deuda bajo legislación extranjera culminará este martes 4 de agosto y la operación se liquidará el viernes 4 de septiembre, de no mediar un nuevo giro.
Aunque antes del fin de semana era "altamente probable" que hubiera una extensión, la voluntad del jefe de Estado cambió con el correr de los días.
Entre este lunes y martes, no obstante, podría abrir la discusión sobre las cláusulas legales. El capítulo económico ya está cerrado.
Al mismo tiempo, Fernández dio este fin de semana desde la Quinta Presidencial de Olivos la orden de acelerar las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que permitirán a la Argentina aliviar el cronograma de vencimientos en los próximos tres años y garantizará al organismo el repago de u$s 44.000 millones en concepto de capital y más de u$s 5000 millones de intereses.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, enviará en los próximos días un pedido formal ante el FMI para discutir un nuevo programa stand by, en principio con el staff técnico, que deberá hacer un nuevo análisis de sostenibilidad de la deuda, ya que las previsiones de evolución económica empeoraron severamente en los últimos seis meses.
El Gobierno cree que las condiciones están dadas para abrir el camino del Fondo: mostró que, pese a no llegar a un acuerdo con sus acreedores privados, negoció con buena fe.
Antes de que el nuevo coronavirus impactara de lleno en la Argentina, se estimaba que el Producto Bruto Interno (PBI) caería un 2,3% durante este 2020. Ahora, el FMI calcula que el desplome será de 10%.
Es por esto que el Gobierno insiste en que si los bonistas no aceptan ahora esta propuesta, más adelante, cuando se reinicien las negociaciones -probablemente a mediados de 2021- cobrarán menos aún.
Una fuente que no quiso revelar su nombre lo graficó así: "Muchachos, tienen la posibilidad de agarrar y cerrar algo ahora. ¿Van a poner eso en riesgo por pedir 2 dólares más y que el precio de sus bonos bajen a u$s 25 o u$s 30?"
Según el mercado, la aceptación a la segunda oferta oficial (y cuarta presentada en el proceso, si se contabilizan las dos que no se registraron) para la reestructuración de la deuda fue cercana a un 35%, una cifra que no confirmó el Gobierno, como así tampoco la receptividad positiva de la anterior propuesta, que habría sido menor al 20%.
En cualquier caso, los números fueron escasos e insuficientes para alcanzar la participación mínima, fijada en un 50%, y las Cláusulas de Acción Colectiva (CAC), establecidos en 85% general para los bonos Par y Discount -Exchange, surgidos de los canjes de deuda de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en 2005 y 2010- y de 66% los Globales, emitidos entre 2016 y 2018 por la administración de Mauricio Macri.
La actividad podría sufrir en las próximas semanas un duro golpe y atravesar diás de altísima volatilidad si los acreedores deciden levantarse también de la mesa e ir a los tribunales de Nueva York, Estados Unidos, para comenzar un juicio por la cesación de pagos.
En diálogo con El Cronista, una importante fuente sostuvo en off the record que "hay una evidente desconexión entre lo que percibe Wall Street y lo que pasa realmente en el mundo".