No sé bien de qué va la cosa pero ya estoy acá. Vine con un pudoroso vestido largo que en unos minutos iba a ser suplantado (yo aún no lo sabía) por un pañuelo amplio y suave que acaricia la piel. “¿Por qué hay que ponerse pareos”, le pregunto a Olga Tallone, psicóloga, sexóloga clínica, poeta y creadora de la Escuela de Tantra Clásico, que es donde me encuentro ahora (está en Buenos Aires pero en marzo viene a Córdoba). “Bueno también se puede practicar desnudos, pero cuando es la primera vez no lo recomiendo”, me responde riéndose y no sé si lo dice en broma o en serio.
En el salón con piso de madera, cortinados y lámparas indias somos 4 hombres y 4 mujeres, más Olga, que dirigirá y cuidará cada movimiento que haremos (no hay penetración, ni masturbación, ni besos profundos en esta práctica, se trata de otra forma de sexualidad e intimidad y hoy cumpliendo con los protocolos sanitarios). “Yo hago Tantra porque probé de todo y nada me calmaba”, me dice Ariel (44 años, comerciante) antes de comenzar la práctica y en un rinconcito mientras los demás hacen estiramientos. “El yoga me ponía más nervioso todavía y ya no sabía qué hacer. Ahora, gracias a Olga hasta estoy aprendiendo a respirar y me siento mucho mejor”. Luego hablo con Camila (24 años, estudiante de Ingeniería en Sistemas) que me dice que en 6 meses le cambió la vida porque pasó de odiar su cuerpo a amarlo: “Yo antes ni siquiera andaba descalza para no verme los pies”, me cuenta, “y ahora hasta uso remeras escotadas en la calle”, grafica y me brinda una sonrisa hermosa.
“Tantra es una vía para expandir la conciencia en cualquier situación, desde un encuentro sexual al ejercicio de una profesión; es una práctica para evolucionar y para dejar de ser un ignorante espiritual, es decir abandonar el sufrimiento”, resume Olga dando inicio al taller. “Y una de las formas es despertando la energía sexual que tenemos dormida por vivir todo el día en la mente. Una vez despertada esta energía llamada Kundalini, además de orgasmar con todo el cuerpo uno siente cómo el placer se expande tanto en el aspecto físico como espiritual y emocional”.
Luego de la teoría comienza la práctica. Ya casi no hay luz en el salón, apenas diviso los contornos de las otras personas pero mis ojos se van acostumbrando. Nos ponemos en parejas (de pie) y apoyo la espalda contra la del compañero que me ha tocado. Olga indica que bailemos, que mueva la pelvis sin despegarme de mi pareja. Me doy cuenta de que estoy pegada a un cuerpo que no reconozco (es la primera vez que veo a este hombre) pero al cabo de unos segundos (sí, solo segundos) ya me resulta familiar y placentero. Hay algo en el contacto físico inmediato que derriba de un plumazo miles de barreras y de pronto estar ahí con él me resulta totalmente natural. Y ahí es donde comienza este viaje para mis adentros, que es tan relajante, tan de otra dimensión, que se siente tan bien.
Luego de unos minutos (no sé cuánto porque fui perdiendo la referencia temporal y el encuentro duró casi 4 horas) las mujeres rotamos de compañero. Ahora la consigna es olerse y frotarse cara y cuellos como hacen los caballos en cortejo. El hombre que me ha tocado es mucho más alto que yo, así que la cosa está un poco más complicada pero le encontramos la vuelta. Eso ya es más intenso porque de pronto una barba cortante se frota contra mi cuello y alguien respira muy pero muy cerca de mí. Pero bueno, al fin y al cabo yo hago lo mismo y si bien no tengo barba quizás el señor también se sienta un poco raro. No le pregunto y paso a mi siguiente compañero.
Con este nuevo hombre la postura consiste en apoyar nuestras coronillas y sincronizar la respiración hasta terminar nariz con nariz, ondulando la columna, por donde asciende la Kundalini. Aquí el nivel de intimidad es menor porque estamos ocupados poniéndonos de acuerdo para respirar y movernos al unísono, somos más un equipo deportivo que una pareja tantreando, pero el efecto relajante de la respiración profunda se siente. También siento cómo se ha elevado la temperatura de mi cuerpo. Por un momento pienso si acaso no tendré fiebre pero es un pensamiento fugaz que se desvanece ante lo placentero de ese estar ahí compartiendo con desconocidos que ya no lo son (esa es otra nueva sensación).
La última práctica es la que será la más larga y dónde ocurrirá (o no) la conexión profunda con mi nuevo y ocasional compañero. En este caso se trata de un hombre de mi tamaño. Pienso que quizás sea deportista porque tiene brazos y piernas estilizados y musculosos; me gusta. Nos miramos en la penumbra, le sonrío, no sé si me ve.
Olga dice que ahora trabajaremos acostados, primero el hombre boca abajo, luego la mujer, y finalmente ambos como quieran. La tarea consiste en, a través de masajes en la espalda, despertar la Kundalini de cada uno. Arrancamos con las manos, la derecha sobre la izquierda, haciendo rotación al revés del reloj y de abajo hacia arriba. Se empieza desde el hueso sacro, así que debo bajarle un poco el pantalón a mi nuevo compañero (otros llevan el pareo pero él usa shorts). Olga me ahorra la decisión y lo hace ella. Él parece contento. “Si hay algo que no te gusta, levantás la mano y ella se detiene”, le dice. Pero él solamente sonríe y no levanta nada.
Me dedico a la espalda de mi compañero. Primero con las manos y luego con distintas partes del cuerpo que naturalmente me van “pidiendo” que las use para el masaje. Suena extraño, lo sé, pero es como que el cuerpo se activa y se torna más eficiente que uno, más gozoso, más relajado. Entonces uso piernas, cara, brazos, antebrazos, me subo a su espalda, me bajo. Es divertido y placentero, íntimo y relajado. De pronto me doy cuenta de que no sé su nombre ni le he visto el rostro y eso me da risa. No digo nada (se recomienda no hablar). Me río, pongo mi espalda contra la de él. Él también se ríe.
Luego me toca a mí y todo es puro placer sin juicios ni temores ni la sensación de que alguien te mira. Mi compañero me recorre la espalda con manos y cuerpo. Me gusta sentir su peso encima, aunque creo que no se ha echado del todo porque me resulta liviano y si quisiera podría moverme y tumbarlo. Bah, eso creo. A lo mejor es porque en este momento nada pesa, nada molesta, todo es tan gozoso que la mente juega.
Finalmente quedamos echados uno al lado del otro, sin decir palabra y sonrientes. Siento que en ese momento algo nos une y nuestras manos entrelazadas son testigos de ese sentir. La música va bajando y las luces van subiendo poco a poco, aunque no demasiado.
“En Tantra la práctica de la sexualidad sagrada despierta en el cerebro la potencia aletargada y desplaza la energía sexual por todo nuestro ser. Varones y mujeres logran vivir así sus múltiples orgasmos y eso nos convierte en personas disponibles, creativas y con mucha energía. Esta técnica es la que permite al varón descubrir que orgasmos y eyaculación no van unidos”, dice Olga con suavidad y énfasis, luego de preguntarnos cómo nos sentimos.
“Tantra aumenta la predisposición mental para el placer y si los orgasmos ocurren físicamente en el cerebro, es comprensible que Tantra comience por la mente como camino de liberación, entonces las áreas de placer sexual dejarán de limitarse al clítoris o al pene y las zonas periféricas se tornarán más sensibles”, concluye Olga finalizando el taller mientras la escuchamos algunos recostados, otros sentados pero todos expandidos y con pocas ganas de vestirnos, como si nuestro cuerpo post Tantra no entrara en la ropa que traíamos.
Es que eso que dice Olga de que todas las zonas se tornan más sensibles es así. Todo el cuerpo se va transformando en una unidad de sentir donde se incluye al otro, es decir, el otro forma parte naturalmente de mí y de mi placer, como si fuéramos uno. Pero no ese uno de las películas románticas con miles de percances donde sin ti me muero y contigo para siempre, sino uno unido a todo.
¿Se entiende?
Bueno, quizás no. Es que a veces las palabras no alcanzan para explicar ciertas cosas. Lo digo con cierto pesar como periodista pero con una enorme alegría como practicante ocasional de Tantra.