“La experiencia de vulnerabilidad e incertidumbre que supuso la pandemia abrió preguntas existenciales en la gente: qué tiene sentido y qué no. Así surge un nuevo paradigma: habitar una vida que tenga sentido”, dice la lic. Analía Paz, docente experta de Identidad Argentina y graduada en Relaciones Laborales. Ella inició, junto al equipo de Trazo Propio, una investigación sobre los impactos de la pandemia en la organización tradicional del trabajo: “Las prioridades y aspiraciones se reconfiguran, el trabajo pierde centralidad y el cuidado físico, psíquico y emocional, gana terreno”.
Si bien en el ámbito laboral “el crecimiento y los desafíos siguen siendo una motivación importante, los trabajadores no están dispuestos a pagar cualquier costo. Se privilegian los caminos con disfrute, sin relaciones tóxicas ni sacrificios excesivos, porque no hay desafío que compense lo que se deja de hacer”, afirma Paz. Estas demandas laborales se expresan en un movimiento que progresivamente gana terreno y se conoce como la Gran Renuncia, un fenómeno mundial que las empresas ven con gran preocupación.
Según un estudio de Udesa + Microsoft, el 77% de la gente en relación de dependencia en Argentina no volvería al trabajo presencial 100%. Asimismo, en este camino, una investigación reciente realizada por la consultora Mercer asegura que el 69% de los líderes de RRHH de Latam están preocupados por el impacto que tiene y va a tener el trabajo remoto en las culturas organizacionales.
La post pandemia reconfiguró la realidad y expectativa de las personas, alterando las demandas y necesidades en el ámbito laboral. “Se resignifica la ecuación work life balance. Antes, el beneficio era trabajar en cualquier momento y desde cualquier lugar. Hoy el balance está más asociado a la carga mental: la privacidad como bien supremo, sin invasiones temporales ni mentales, una especie de derecho al desenchufe mental”, explica la especialista.
El “sincronizador”
En este contexto, se abren muchos desafíos pero el mayor es cómo dotamos de identidad, propósito, sentido y organicidad a este nuevo modelo de trabajo híbrido. Según la experta de Identidad Argentina, actualmente se está implementando una modalidad de trabajo descentralizada, con un mix de canales comunicacionales importante, donde la calidad pasa en gran medida por articular la interacción sincrónica con la asincrónica al interior de la dinámica de los equipos y entre ellos. ¿Cómo articulamos las burbujas? ¿Cómo logramos producir un incremental colectivo? Así aparece una nueva demanda que el especialista Derek Thompson llama el “rol del sincronizador”.
El trabajo híbrido necesita de un diseño que vaya más allá de una ecuación logística. Un diseño organizacional que encuadre, soporte y acompañe los desafíos de transformación, siendo el rol del sincronizador, una función o competencia de mando, que surge como demanda en esta reconfiguración laboral.
La nueva realidad genera una imperiosa necesidad de regenerar espacios en blanco, por fuera de la tiranía de la agenda del “teams”. Esos espacios informales y orgánicos donde nos encontrábamos casualmente en la cocina o en los pasillos y terminábamos encontrando respuestas impensadas a partir del intercambio. Ante este contexto, las empresas deben encontrar o generar nuevos espacios al interior del trabajo híbrido. Si la colaboración requiere confianza y la confianza implica algún tipo de intimidad, es necesario diseñar estímulos para la interconexión; allí se erige el rol del sincronizador.