No soy amigo de Diego Lagomarsino. Quiso el destino que coincidiéramos en las últimas vacaciones en Yacanto, justo cuando en Buenos Aires los medios retomaban el Caso Nisman a un año de su misteriosa muerte.
Mientras todos querían nuevamente su testimonio, Lagomarsino alternaba entre asados y descanso con su esposa e hijos. Compartimos dos gustos, eso sí: tomar un fernecito con Coca después de cenar y hablar de informática.
De entrada, me pareció que a Lagomarsino “su” mundo le había dado la espalda.
Antes de iniciar un diálogo sobre la causa Nisman con él, consulté a nuestro amigo en común si era pertinente hablar sobre este tipo de cosas. “Con absoluta confianza, preguntale lo que quieras”, me dijo.
Cuando salió el tema, me encontré con una persona que, a mi entender, hacía mucho que no “dialogaba” con gente (por fuera de la Justicia, los periodistas) sin intereses de por medio. Creo que necesitaba hablar y habló de todos los puntos de la causa.
Le pregunté por qué aceptó compartir sus honorarios con Alberto Nisman y me respondió con una lógica entendible: “era eso o nada”. Todos los meses, después de cobrar, iba a dejar el 50% de los ingresos al Fiscal.
Le pregunté por la cuenta bancaria que compartía con Nisman y contó que jamás tuvo acceso, ni tenía idea de qué montos se movieron desde y hacia esa cuenta. Me parece que era un “prestanombre” a título gratuito… o a título de gratitud con Nisman. Dió un detalle: lo único que hizo, solo una vez y por pedido expreso de Nisman, fue pagar las expensas (desde esa cuenta) de un lote en Punta del Este que está a nombre de Sara Garfunkel.
Me cuesta creer que las cosas no sucedieron como las cuenta Lagomarsino. Me cuesta creer que sea parte de una conspiración, al menos de forma consciente. Pero también me cuesta creer también que Alberto Nisman se haya suicidado.
Creo -y es sólo mi opinión- que Lagomarsino quiere -como pocos- que se sepa toda la verdad.