Uno no sabe a dónde es el lugar hasta que concreta telefónicamente la reserva. Recién ahí Luis Libretti (decorador de Pizza Banana, El Rey y productor de Mannequins) da las coordenadas y ciertos detalles luminotécnicos para reconocer la casa (de afuera no hay nada que la distinga) y así comienza a tomar forma este viaje a la India que pretende activar todos los sentidos a través de la gastronomía.
La simpleza de la fachada contrasta abruptamente con lo que uno se encuentra al ingresar al “Palacio”, tal como su dueño lo define. Y es que una exquisita combinación de muebles, telas, ornamentos y aromas ya anticipan que será una noche distinta (sin similares en Córdoba) e inolvidable.
La travesía del grupo (mínimo de 4 personas, máximo de 16) transcurrió en diferentes espacios (muy bien decorados) de la casa; en cada uno de ellos nos fueron sirviendo distintos platos o fuimos realizando algún ritual. Las entradas son 4 y las disfrutamos en una especie de living con sillones y mesas bajas. Si bien en la India se come con la mano, los 4 platos nos llegaron en una suntuosa vajilla hindú, mientras el anfitrión nos explicaba de qué se trataba, cómo se hacen y qué condimentos tienen.
Toda la comida típica es muy especiada; tiene muchas masalas (un tipo de curry formado por la mezcla de condimentos). Y a pesar de que aquí eso se respeta a rajatabla, Libretti confiesa que le ha bajado el tenor de picor a los platos, puesto que el paladar cordobés no está acostumbrado al excesivo picante.
Posteriormente, degustamos unas somosas (empanadas de la India), una tarta de garbanzos, una raita (preparación a base de yogurt natural y vegetal, especiada con pasas y pistachos) y un revuelto de tomate, queso y huevo.
Luego, y a modo de corte entre las entradas y el menú principal, nos trasladamos a otro espacio de la casa para participar de algunos rituales propios de la India tales como ofrendas al Buda y el pedido de deseos. Hay varios rincones del lugar ambientados como santuarios, con imágenes de Budas enormes, por ejemplo.
Cuando llegó el momento de los platos fuertes ingresamos a un recinto con una mesa grande central donde nos sirvieron (también de a uno y muy bien presentados) un plato típico popular (una raita) y otro exclusivo denominado malai (solo se ofrece en la India para agasajar a los invitados en casamientos o festividades especiales).
El viaje (siempre guiado por el anfitrión) tuvo su próxima parada en otra habitación de la casa donde tuvo lugar el último ritual. En este caso se ofrecían flores al Buda, quien habilita a comer dulces. Los postres también han sido adaptados al paladar local puesto que los originales son muy pesados por su excesivo dulzor y fritura.
En otro espacio nos sirvieron entonces dos postres: uno es una crema de mango y merengue. El otro consta de frutas horneadas con especias (clavo de olor, canela y anís), almíbar de rosas y mascarpone con jengibre.
El recorrido culinario cuesta $ 800 por persona (solo efectivo). Incluye una botella de vino (liviano, elegido especialmente para que combine con la comida) y dos jarras de limonada con menta y jengibre (recomendable para limpiar el paladar y seguir degustando los distintos sabores) cada cuatro personas.
Se admiten vegetarianos ya que hay pocos platos con carne que pueden reemplazarse por otros aptos cuando el comensal lo solicita al momento de reservar.
Este espacio para vivenciar el arte de los sentidos se puede visitar cualquier día de la semana pero hay que coordinar telefónicamente con dos semanas de anticipación, dado que trabaja con 3 o 4 grupos por semana y al ser grupo único la agenda se completa rápidamente.
¿El target? El lugar es muy elegido por las mujeres (que disfrutan de sitios íntimos, donde pueden hablar) figuras públicas (que gozan de la intimidad y el anonimato), viajeros, gente que aprecia la estética (como los arquitectos y los artistas) y todas aquellas personas que gustan de conocer lugares diferentes.
(Si querés el contacto de este espacio, mandanos un mensaje por Whatsapp aquí).