Gobierno peronista y gobierno débil rara vez se encontraron juntos en la historia Argentina desde el nacimiento del fenómeno de masas que inició el mismo Juan Domingo. Ah, eso sí: cuando hubo gobiernos peronistas débiles sucedieron cosas funestas para el país: el golpe del 55 y dos décadas después, el golpe del 76.
Pero de esas cosas, felizmente, hemos sabido aprender y decir Nunca Más.
La coalición de gobierno tiene por delante un primer desafío casi imposible y otro posterior difícil e inédito:
- Intentar revertir la fuerte caída en las parlamentarias de noviembre.
- Después vendrá lo más relevante: cómo articular un gobierno “rengo” hasta 2023, una tarea donde el Frente de Todos necesitará una oposición a la altura del momento.
En materia económica, Martín Guzman -de continuar en el cargo, o quién lo sucediere- deberá avanzar hacia un programa económico que busque cierta alineación de expectativas de precios. Si optan por un crawling peg o devaluación gradual deberá ser en un marco de cierta calma política que lo haga verosímil. Si la escasez de divisas típica de los próximos dos trimestres genera un salto en el dólar oficial, el desafío será menguar la espiralización de precios.
Aún los argentinos que nunca escucharon hablar de Celestino Rodrigo (el ministro de Economía de Isabel Martínez inmortalizado por su “Rodrigazo”) saben que no son buenos meses para “estar” en pesos. Una mayor dolarización de carteras sería una reacción natural, al menos hasta que hable la política.
En este juego de Vidas Paralelas, la debilidad de Isabelita y Alberto tienen comunión en su origen: ambos fueron designados por quién de verdad tenía el poder de los votos. Una quedó huérfana de apoyo político con la muerte del General; Alberto tiene el sostén político a su lado. O debería tenerlo.
Habrá mucha tensión en la economía hasta noviembre, la fecha de la convalidación o no del eventual nuevo Congreso y -más aún- en los meses que falten para un acuerdo con el FMI que nos aleje de otro default que sumiría a la Argentina en imprevisibles complicaciones adicionales.
Y en las calles también pasarán cosas: a los movimientos sociales que reclaman por la erosión de la inflación en los ingresos de los sectores que representan, el “movimiento obrero organizado” deberá tomar definiciones, aunque sea para los títulos de los diarios. Una vía miserable sería replicar aquella célebre frase de Casildo Herrera (el Héctor Daer de 1976) y decir “yo me borré”.
Para la oposición la tentación de dejar al oficialismo cocinarse en sus propios desaguisados políticos y económicos es una vía tan tentadora como peligrosa para el país: faltan dos largos, muy largos años y en esa olla más que una cocción a fuego lento, podría suceder una acumulación de presión cuyo explosión apuraría un proceso de recambio institucional que no deberíamos dejarnos ni siquiera analizar.
Cuando Isabelita se desintegraba en el caldo de las tensiones entre la izquierda y la derecha peronista y la inflación saltaba a ratios de casi 200% anual, Ricardo Balbín pidió, casi suplicó: “hay que llegar a las elecciones, aunque sea con muletas”. No haberlo podido hacer en 1976 es casi un mandato para garantizarlo medio siglo después.