A quién le conviene Cristina muerta (hechos violentos siempre son precedidos de palabras violentas)

(Íñigo Biain / Madrid) La Argentina está de suerte. Si la Bersa 32 que empuñaba Fernando Andre Sabag Montiel no hubiera fallado, estaríamos descendiendo el camino al infierno por el ascensor. Por ahora, seguimos yendo por la escalera.

Cuando Larreta decidió vallar la zona perimetral de la vivienda de Cristina en Recoleta, desde Madrid le escribí a algunos conocidos para saber su opinión y dar la mía: “vienen días violentos en Argentina”, aventuré.
 
Ni por las tapas se me hubiera ocurrido que el nivel de violencia podría escalar hasta un intento de magnicidio como el sucedido anoche.
 
Cristina muerta, asesinada, es uno de los peores escenarios que se puede trazar para un país ya grave en su sistema económico y político.  
 
Las palabras de Alberto por cadena nacional hacen flaco favor a la concordia.
 
La Argentina había ido olvidando la violencia desde la recuperación de la Democracia en 1983, aunque bien recuerdan los diarios hoy que el pasado asomó en tres intentos de atentado contra Alfonsín hasta 1991. Fueron los últimos estertores de una forma de acción política (que creemos) difunta.
 
Pero así como recuperamos en poco tiempo la memoria inflacionaria tras los 10 años de Convertibilidad, no habría que subestimar livianamente el retorno a la violencia como forma de acción política.
 
Sería un error encasillar lo Fernando André Sabag Montiel solo como el accionar de un loquito. 
 
Seguramente tampoco es expresión de ninguna vertiente de acción política, pero muchas veces los incendios provienen de una chispa accidental.
 
Todos hemos escuchado a alguien -quizás en tono de chanza o no tanto- ilusionarse con el fin del kirchnerismo y decir: “como no aparece alguien que…”.
 
A estos habría que recordarles a Oscar Wilde: “Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad”.
 
Sin ser Perón (aunque busca su 17 de Octubre), Cristina muerta dividiría al todavía algo cohesionado peronismo en facciones que -separadas- serían aún peor que el todo.
 
Hegel creía que la historia tendía a repetirse. Marx le dio una vuelta de tuerca y postuló que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.
 
Estamos a tiempo de no revivir como farsa acciones cotidianas en otras décadas. Qué bueno sería que -antes que termine este viernes- haya una mesa nutrida de políticos poniendo los paños fríos que demanda esta inflamación. 

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