La mar estaba serena… (y los pasajeros también).
(IB) Aunque en los mapas quizás no llame tanto la atención, el Río de la Plata es imponente. Cuatro horas después de haber zarpado, la estela del Costa Victoria seguía marrón y pacífica sobre las aguas dulces que el Paraná vuelca en ese pedazo deprimido de llanura. Sus 300 kilómetros de largo -nos explicó Jorge, un pasajero que gusta de cruzar de Buenos Aires a Montevideo en velero- son navegables para los gigantes cruceros merced a una imponente obra de dragado. La prudencia del Capitán en la velocidad de navegación así lo indicaba: pudiendo llegar a 23 nudos (unos 42 kilómetros por hora) apenas si andaba por la mitad de esa rapidez en la salida hacia mar abierto. Desde la cabina 70102 del deck 7, recién cuando nos levantamos tras la primer noche a bordo pudimos ver las olas azules del Atlántico. En las cubiertas superiores ya todo era alegría y movimiento: la mar estaba serena y los pasajeros aflojaron sus tensiones, empezando a lucir sus mejores sonrisas. Unos al sol, otros en las piscinas, muchos todavía descubriendo rincones y servicios por todos lados: cancha de básquet, clases de cycling, torneos de ping-pong, internet, café y hasta un curioso curso de doblado de servilletas (sí, sí), son algunas de las opciones para un típico día de navegación.
En el resto del viaje, cada uno hará lo que le plazca pero siempre hay una actividad obligatoria para todos: el simulacro de emergencia en el que nos ponemos los chalecos y asistimos a la cubierta específica donde deberíamos ser evacuados en los botes salvavidas. Ya sabemos qué hacer si sucede lo que no sucederá. Ahora seguimos relajadamente rumbo a Angra dos Reis. (Más datos -en orden cronológico de este crucero y fotos de las comodidades del Costa Victoria en nota completa).
Échale la culpa a Río (todos a la playa en domingo). Llegar a Río de Janeiro un domingo soleado después de Navidad permite ver Copacabana, Leblon e Ipanema atiborradas de cariocas que bajaron a las playas para mitigar un calor de 33 grados. Entre obras para refuncionalizar los típicos bares de playa (modernizando su estructura y dotándolos de depósitos subterráneos) y el montaje de los escenarios para año nuevo, desfila todo un arco de personajes desinhibidos en sungas y bikinis que contienen las más diversas anatomías. Río es así, desprejuiciado y variopinto. Un chop sobre las veredas negras y blancas de Copacabana vale $ 9 (de los nuestros), un emparedado de pollo y queso $ 30 y $ 25 una porción de papas fritas. Pasar Revelión (Año Nuevo) ahí mismo, sobre la playa, cuesta $ 1.000 de los nuestros. Sí, una luca por pera para cena y esperar el año nuevo en una mesa de playa con sillas de madera. Eso sí, con Río a tus pies… ¿no lo vale?
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