Ejerce el oficio de sastre, una palabra que no se escucha tanto quizás porque tampoco se habla ya tanto de la ropa a medida. O al menos no como antes, un “antes” donde los hombres usaban sombrero y la industria nacional se podía jactar de fabricar telas de tan alta calidad como las de los primeros países del mundo.
“Toda la ropa de la historia de la humanidad surge en la sastrería, en el trabajo artesanal, incluso para las mujeres”, explica Nicolás Zaffora, un joven sastre de 44 años (teniendo en cuenta que los que quedan pasan los 80). “Solo que luego de la Revolución Industrial aparecen los talleres de ropa por todos lados y algún visionario notó que era más negocio hacer las cosas por talle y no a medida, así que los artesanos que hacían una prenda entera comenzaron a ocuparse de solo una parte que luego se ensamblaba y así surgieron los talleres”.
Hace 10 años que Nicolás se hizo emprendedor de su propia marca y convirtió su apellido en sinónimo de prendas de alta gama a tal punto que asiste cada año a Pitti Immagine Uomo, la feria de sastrería más importante del mundo que se realiza en Florencia, Italia.
“Cuando me decidí compré una máquina portátil chiquita y, en el departamento de dos ambientes que tenía y sobre un tablón de madera de pino, empecé haciendo las primeras cosas para mis amigos”.
Hoy tiene un bonito salón y taller sobre la coqueta calle Arroyo en Buenos Aires y describe a sus clientes como “sibaritas a quienes les gusta lo bien hecho”. Automáticamente, la pregunta que surge es: ¿cómo hizo para crecer tanto? Su respuesta es “Ni idea”, porque dice que nunca invirtió en publicidad y que el primer marketing sistematizado que hizo fue en LinkedIn, generando contactos y haciendo posteos de su trabajo. De ahí le surgieron sus primeros clientes.
Casi todas las telas que usa son inglesas e italianas y de fibra natural (de origen animal y vegetal, que son las mejores). “Solo utilizo telas importadas porque la industria nacional de buena calidad hoy no existe; años atrás había pero se fundió… es parte de la historia argentina”, reflexiona.
Nicolás no viene de la academia sino que aprendió el oficio trabajando con sastres experimentados. Pero antes de eso tuvo una experiencia que quizás fue la primera semilla: vivió 10 años en un convento donde estaba a cargo de confeccionar los hábitos religiosos.
“Ahí no aprendí nada estético porque es ropa toda igual y para gente que no se mira al espejo, pero sí aprendí a hacer las cosas bien”, recuerda. Luego, el sentido de la belleza, lo aprendió de la sastrería italiana.
“En este oficio hubo un corte generacional porque los sastres no contaban lo que hacían y comenzó a crearse un mundo de secretos, casi como de una logia, y esa actitud finalmente atentó contra la vida de las nuevas generaciones de sastres”, reflexiona. “Además, luego de la Segunda Guerra hubo una explosión del comercio y del consumo, con la ropa en serie, ready to wear hasta el hartazgo; hoy hay una tendencia a volver a valorar lo artesanal, a lo hecho a mano y a medida”.
Actualmente Zaffora se está expandiendo a Paraguay y Perú, ya tiene clientes de Ecuador, Estados Unidos y Panamá y la idea es seguir creciendo. Todo con el parámetro “bespoke”, término que se usa para referirse a las prendas hechas a medida y de forma manual. Y un dato curioso: les compra las tijeras a los sastres que se jubilan porque son herramientas que pueden durar 200 años.
Más allá de que el traje sea la prenda por excelencia que favorece la imagen masculina, Zaffora le da su sello particular: el bolsillo del pecho lo diseña con una leve curva y el interior del saco está cosido con hilo de seda de color natural.
“El estilo es la subjetividad puesta en ropa”, sintetiza Nicolás y ante la pregunta de qué busca el cliente que llega a su negocio, responde sin vacilar: “Sentirse seguro. Con mis trajes, mi cliente se cubre y se protege, tanto de las inclemencias del clima (frío o calor) como de los ojos de los demás”.
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