“Hoy dispuse todo el día para conversar con vos”, comienza Cancho sentado en la mesa de reuniones de su estudio ubicado en barrio Jardines del Jockey. “Yo soy de la vieja escuela, prefiero el cara a cara antes que el teléfono”, dice con una sonrisa. En el estudio trabaja junto a su hija Rosario, quien heredó de su padre la pasión por las estructuras, y su yerno, Oscar Rivero, ambos ingenieros civiles, y continuadores de la tradición familiar.
Cancho cuenta que desde los 4 años supo que iba a ser ingeniero civil. “Mi vocación estuvo marcada desde muy pequeño. Te cuento un ejemplo: a los 4 años yo jugaba mucho con mi prima Josefa Martínez, éramos de la misma edad y ella soñaba con tener un mirador. Tanto lo quería que lo había diseñado sobre una morera que tenía en el patio. Era precioso. Y yo lo hice: puse unas tablas sobre las ramas más firmes, las até, calculé cómo hacerlo para que nos soportara a los dos. Josefa después fue una arquitecta muy talentosa y yo, ingeniero civil”, recuerda.
Hizo la primaria en la legendaria Escuela Olmos (donde hoy está emplazado el Patio Olmos) y su secundaria en la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano, porque su padre era docente allí y quiso inculcarle el amor por los números. “Yo siempre supe que iba a ser ingeniero y no contador, y había clases en las que me aburría y me ponía a jugar al ajedrez para que se me pasaran más rápido”.
Sus primeros pasos en la profesión
El ingeniero Bosch inició su vida profesional en la academia. “Era ayudante de alumno de Antonio Magliano en la Cátedra de Estabilidad I en la Universidad Católica de Córdoba. Siempre disfruté mucho la docencia”, dice.
Es muy agradecido de las personas que allí conoció y que lo marcaron para siempre. Hizo todos los pasos que cualquiera que elige esa vida desea: comenzó como ayudante de alumno, luego fue docente, titular de cátedra, director de escuela y llegó a ser decano de su facultad.
Paralelamente en aquellos “años mozos” trabajó en Agua y Energía, una empresa pública argentina encargada de la producción, distribución y comercialización de energía eléctrica, así como de la evaluación y construcción de obras de ingeniería hidráulica. Allí tuvo la oportunidad de calcular, nada más y nada menos, que dos diques cordobeses, una de las obras de ingeniería más complejas.
137 cuadras (y un Pocito que podría no estar)
Hagamos un ejercicio simple: imaginemos 915 edificios en fila, uno al lado del otro. Supongamos que cada uno tiene -como mínimo- 15 metros de frente. Serían algo así como 13.725 metros en línea, o, dicho de otro modo… ¡137 cuadras de edificios continuados!
915 son los edificios que lleva calculados el ingeniero Cancho Bosch, muchos de ellos, en sociedad con su hija y su yerno. Mucho, ¿no?
Cuando le consultamos cuál fue la obra más desafiante que le tocó calcular, no duda: “Es el proyecto en el que trabajo actualmente, Pocito, el emprendimiento de Grupo Proaco. Hemos hecho allí un trabajo de fundación tan importante, una obra de ingeniería subterránea tan impresionante, que el 1 de enero, con esa tormenta tan tremenda que tuvimos que provocó el socavón, si no hubiera tenido tal estructura, hubiera desaparecido Pocito también”, analiza Bosch.
IN: ¿Cuántos edificios más le gustaría calcular, Cancho?
CB: Me gustaría llegar a los 1.000 edificios, creo que es un buen número (dice entre sonrisas).
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