Según el Ministerio de Producción Nacional, el 99% de las empresas registradas en Argentina son pymes. Representan casi el 70% del trabajo en blanco y cerca del 75% se ubican en Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Muchas de ellas desean ser sostenibles, pero temen perder rentabilidad, como si ambos conceptos fueran incompatibles entre sí.
¿Sustentable y sostenible son lo mismo?
En 1987 la ONU publicó que, para un desarrollo sostenible, las empresas debían producir para cubrir las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las de las generaciones futuras. Al traducir el informe al español, como sostenible no estaba contemplado en la RAE, se empleó el término sustentable. En la actualidad, en Argentina, se los utiliza como sinónimos.
Tándem Estrategias Sostenibles ayuda a las empresas a ser más sustentables sin descuidar su rentabilidad. Su directora, Natalia Vidal (contadora, investigadora y docente universitaria) dice que “las herramientas de hace 20 años no satisfacen completamente las necesidades de las organizaciones de hoy”. Por eso propone una visión más amplia de los negocios: “La empresa debe tener en cuenta otros factores, no solamente el indicador económico”.
Sí importan la inflación, el valor del dólar, el pasivo de la empresa (cuestiones más financieras) pero también, otras variables que generan costos ocultos o riesgos y que la contabilidad tradicional no ve. Por ejemplo, en un proceso productivo, la contabilidad tradicional no considera los desperdicios. Y algunos (e incluso la mayoría) tienen valor, ya sea porque se pueden volver a aprovechar en el proceso de fabricación o bien porque se pueden comercializar como insumos para otras industrias. Tal es el caso de la caña de azúcar, cuyos desechos se emplean hoy para fabricar papel.
“Ser sustentable es llevar los negocios aplicando esta visión ampliada”, resume Vidal. “Es tener en cuenta todas estas otras variables para poder identificar dónde están los mayores riesgos, dónde están los costos ocultos y ver cómo se puede trabajar con mayor eficiencia, con una mejor relación con clientes y proveedores; teniendo reglas un poquito más claras”.
¿Puede una empresa ser absolutamente sostenible?
No. Siempre hay algo para mejorar. La sustentabilidad mide tres ejes: lo económico, lo social y lo ambiental, intentando un equilibrio entre ellos; en otras palabras, sustentabilidad es alcanzar un equilibrio entre lo que la empresa hace (su razón de ser) y el impacto que genera, deseando que sea el más positivo posible. “La empresa debe ser rentable (su objetivo es ganar dinero) pero no a cualquier costo, sino considerando que su accionar impacta en el entorno (para bien o para mal)”, explica la experta.
Se suele escuchar “somos pocos empleados”, “no generamos daño ambiental”, “la sustentabilidad es para las grandes empresas”. Pero no importa el tamaño de la organización; cada una, desde su situación, posibilidades y contexto puede aportar su granito de arena.
La sustentabilidad nace del corazón de la empresa, de sus procesos, del producto o servicio que brinda y del impacto que genera su accionar. “La solución tiene que salir de su operatoria para que el impacto sea el mejor posible; no es cuestión de contaminar, total después planta tres árboles. Eso no es responsabilidad social, es filantropía”, aclara Vidal.
¿Ser sostenible es más caro?
Hay cosas que pasan en las empresas que no se miden en pesos y una pyme, en general, al no tener procesos estandarizados y organizarse de manera informal, carece de información valiosa (no numérica) para la toma de decisiones. Si quiere ser más eficiente debe incorporar las variables sociales. Muchas veces son cuestiones simples y no implican una inversión costosa, sino que tienen que ver con analizar, buscar opciones y reorientar la forma en la que se hacen las cosas.
Por ejemplo, la industria textil no necesita descartar los retazos que sobran; puede venderlos a quienes hacen juguetes o carteras. Cambiar la silla al empleado puede ayudarle a hacer mejor su trabajo; ajustar la manera de atender al cliente posiblemente aumente las ventas; y planificar procesos seguramente dé lugar a mejores acuerdos con proveedores. A la postre, todo repercutirá positivamente en la rentabilidad.
“En la facultad doy el ejemplo Garbarino. ¿Por qué se fundió y sus competidores no, si vendía los mismos productos, con precios similares, con la misma financiación y operaba en lugares geográficos idénticos? La pyme debe pensar qué cosas puede hacer que la competencia no hace. Hoy los clientes valoran otras variables, además del precio: la rapidez en la entrega, la disponibilidad de producto, mejor atención, mejor servicio post venta. Y para eso no se necesita una gran inversión”, manifiesta Vidal.
¿Con qué herramientas se miden los impactos?
Los indicadores no son los mismos para todas las organizaciones. Algunas pueden medir en kW, otras en kilos, o en dióxido de carbono, en litros de agua o en otras unidades no monetarias. “Así hablamos de cuántos litros de agua ahorró y no cuántos pesos”, ejemplifica la profesional.
Tomar las buenas prácticas y estandarizarlas, aplicándolas a todas las pymes por igual hace que estas no vean los resultados esperados y crean que la sustentabilidad es algo caro e imposible de conseguir. “En Tándem entendemos a la organización como un todo y sabemos que una decisión en un proceso repercute indefectiblemente en otros”, dice su directora.
Ella hace hincapié en la necesidad de establecer pocos indicadores para luego ir complejizándolos. Estos se registran, miden, revisan y posteriormente se arman informes de sustentabilidad. “Los mitos de que las pymes no pueden, no saben o no tienen dinero para ser sostenibles son todos falsos”, concluye.