¿Estos serán los semáforos 2.0?
(Por José Manuel Ortega) Se trata de uno de los elementos de seguridad vial que -prácticamente- no ha tenido evolución desde su creación, pero parece que llegó su hora.
Los antecedentes de este señalizador luminoso son algo difusos. Los más recientes se remontan a mediados del siglo 19, en Inglaterra, y funcionaban a gas y con los colores que se utilizaban (y se utilizan) en navegación.
Más cerca, hacia 1914 comenzaron a implementarse en Estados Unidos y en 1920 ya mostraban los colores actuales, incorporando la tercera luz (amarilla) para conseguir una transición más suave. La falta de innovación en los semáforos tiene su explicación. Es un sistema sencillo, práctico, convencional y, sobre todo, fácil de leer. Y allí radica la complicación a la hora de modificar la señaléctica.
Si se incorporaran letras o nuevas figuras, el conductor debería desviar su vista y demoraría más tiempo en advertir el mensaje, lo cual redundaría en una menor seguridad vial.
Un nuevo desarrollo, de un tal Thanva Tivawong, apunta a solucionar un problema que tienen los semáforos actuales y radica en la complicación de adivinar cuanto le falta al amarillo antes del rojo. Sí, es obvio, con amarillo debemos detenernos, pero ayudaría (en las 3 fases) saber cuánto falta para su culminación.
Con la imagen de un reloj de arena, podemos advertir cuánto falta para que cambie de color. Tiene una debilidad y es que, si bien no incorpora contaminación visual, obliga a los conductores a detenerse un mayor tiempo a interpretar el mensaje. No es crítico, pero puede ayudar a la confusión.
Este desarrollo, racional, tiene chances de ser incorporado en calles y avenidas. Veremos. Por lo pronto, debemos respetar los actuales, de lo contrario nada de esto tendrá sentido.
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