Si -en términos generales- el gobierno de Alberto Fernández se parece crecientemente al último de Cristina Kirchner, -en términos particulares- el Indec de Marco Lavagna se aleja diametralmente del que supo “mandonear” Guillermo Moreno.
Continuando el gran trabajo que hizo Jorge Todesca ordenando el sistema de estadísticas, ahora Marco Lavagna (hijo de Roberto) ha mantenido al Indec fuera de toda sospecha y renovando proyectos.
Medir el “bienestar” es una tarea a la que están abocados la mayoría de los países del mundo, como forma de tener otra perspectiva de la evolución de una sociedad; en ese contexto, el Indec se organiza para “la incorporación de indicadores subjetivos -de forma complementaria a los objetivos-, tales como la satisfacción con la vida, la seguridad, la confianza en las instituciones, etc.”.
Algunos países directamente construyen un “Índice de Felicidad” y la misma ONU realiza una medición en su World Happiness Report donde el país “más feliz” del mundo es Finlandia (1), el más “infeliz” Afganistán (153) y donde Argentina está en la posición 54, debajo de México (24), Uruguay (26), Brasil (32) y arriba de Ecuador, Bolivia y Paraguay, por mencionar países latinoamericanos.
Aunque en la primera aproximación del Indec (ver aquí) no se menciona cuáles serán (y cómo se llamarán) los indicadores concretos, sí se abunda en las dimensiones que concatenará: ingresos, vivienda, salud, seguridad personal, balance vida-trabajo, bienestar subjetivo, entre otras.
En la mirada del equilibrio vida-trabajo, se mirará -entre muchas cosas- el porcentaje de ocupados que trabaja más de 45 horas semanales (¿es factor de infelicidad o felicidad?) o la tasa de participación en el trabajo doméstico no remunerado. En la dimensión “compromiso cívico”, se observará la participación electoral y de votos afirmativos; también componen esta nueva mirada de bienestar factores de salud como obesidad o la confianza en la policía y la Justicia.
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