Lamentablemente, claro, ambas cosas a la vez no están disponibles. Al menos por ahora. Lo dejó claro el titular del Banco Central, Guido Sandleris, esta semana. Las tasas recién van a empezar a bajar cuando la inflación se acerque a 2%, suponen en Gobierno hacia diciembre. Y se sabe que la dureza del programa monetario está escrita en el programa con el Fondo Monetario Internacional.
Los desembolsos para llegar sin mayores sobresaltos en el pago de la deuda hasta el final del actual mandato presidencial están condicionados a mantener tasas claramente positivas frente a la inflación.
Conviene apuntar, a esta altura, que las tasas intolerables de hoy son la consecuencia del intolerable gasto público, el intolerable déficit y la intolerable inflación vigentes, que al ritmo de septiembre último apuntaba a tres dígitos anuales si no se intervenía de alguna manera. Todo como corolario, se sabe, de la súper herencia que dejó Cristina, agravada por el súper gradualismo del presidente Macri y disparadas por el brusco cierre del mercado voluntario de deuda que determinó que para financiar el súper déficit, el país se haya quedado prácticamente sin crédito privado en dólares, salvo el auxilio del FMI.
La actual política desinflacionaria del Banco Central difícilmente sea exitosa. La Teoría Monetarista de la inflación anticipa el fracaso de la nueva política del BCRA.
Volviendo al debate sobre si bajar las tasas o mantener estable al dólar para salir de la recesión, las opiniones lucen en general divididas en dos bandos como no podría ser de otra manera en los tiempos que corren. En general en los medios, particularmente cuando se calma el dólar, se escuchan más las quejas por el nivel del costo del dinero. En el sector empresario, industriales y comerciantes braman porque pagan las consecuencias de la recesión, la fuerte suba en los costos financieros y la tensión en la cadena de pagos. Muchos economistas advierten, con seriedad, que mantener este nivel de tasas durante más de 180 días torna explosiva la bola de nieve de intereses de las Leliq y todos los instrumentos financieros indexados en pesos en todo el sistema. Admiten que ante la emergencia de agosto al Gobierno tal vez ya no le quedaba otra (más en el marco del acuerdo con el FMI), pero no están tan convencidos de que se pueda recomponer la confianza como para desarmar los riesgos del torniquete monetario sobre el sistema y la cadena de pagos, combinado con una demanda de dólares persistente que el año próximo podría sobrevenir por las inestables condiciones internacionales que lucen lejos de despejarse, más el impacto de la incertidumbre electoral en Argentina.
En el equipo económico y en los bancos la lectura es unívoca. Apuestan a que la estabilidad del dólar es lo que más reactiva en Argentina, sin dudas. Los bancos explican que el crédito en pesos total a personas y empresas, chicas y grandes, es apenas 4% del PBI con toda la furia.
Muy poca gente afectada por las súper tasas, frente a 45 millones de argentinos que sufren minuto a minuto la devaluación. Dicen que aún con la fuerte suba de las tasas en las últimas semanas, no aumentó la mora entre empresas ni crédito hipotecario, sí algo más entre individuos, sobre todo monotributistas. Tampoco es tan relevante el crédito bancario en pesos, apenas 40% del total. El resto es en dólares.
Los banqueros explican que los que verdaderamente imponen el nivel altísimo de las tasas de interés son los depositantes, que lógicamente para quedarse en pesos exigen en los plazo fijos tasas de interés positivas frente a una inflación de 42/45% como se espera este año. Si los bancos, dicen, tienen que pagar 50% para que los plazofijistas no se vayan al dólar, más 12 puntos de encaje, el costo del dinero para las entidades no baja de 62/65%. Palabra del CEO de un banco local: "Al menos ya le encontramos un precio al cual los depositantes se quedan en pesos. Es un precio elevadísimo. Pero seamos prudentes. Para que haya crédito, tiene que haber depósitos. Nosotros estamos en el medio".
Hay economistas que observan ese razonamiento algo exagerado, porque en rigor la tasa de interés por los depósitos en pesos o por las colocaciones financieras en pesos en general se mide en Argentina por su rendimiento en dólares. Si el tipo de cambio queda estable, una tasa de 50% luce exagerada. Claro: Siempre y cuando el dólar se mantenga estable durante un año, conviene aclarar.
Lo que sí es cierto es que más allá del volumen de crédito bancario, la extrema dureza del programa monetario y las súper tasas determinan que el costo del crédito vuele también en el circuito comercial. Se estiran los pagos y el costo del efectivo afecta no solo a los que tienen crédito bancario, golpea sobre todo a los miles que operan fuera de los bancos.
En el Banco Central argumentan que no hay peligro de bomba explosiva con las Leliq. Suponen como se dijo que a partir de diciembre la inflación y las tasas se irán moderando. Creen que tarde o temprano el Banco Central podrá emitir más pesos contra la compra de dólares cuando el tipo de cambio pise la banda inferior de la zona de no intervención. Pero aún si durante un año las Leliq siguieran al 60/70 anual, argumentan que el stock no superaría 8% del PBI y, no lo dicen ni mucho menos lo esperan, siempre está la devaluación para licuar pasivos monetarios.
Entre los ejecutivos y accionistas de las principales empresas tal como se observó en el reciente Coloquio de Idea, hay mal humor por los resultados de los balances y los bonus, hay fastidio por los aumentos en los impuestos y por la falta de fibra en el Gobierno para bajar el gasto; pero a la vez es el terror al regreso del populismo estatista que representa Cristina es tan profundo, que apoyo del establishment a la reelección de Mauricio Macri y de Cambiemos parece, al menos en público, garantizada.
Son varios plenos los que deberían confirmarse para que la economía se estabilice y permita el año próximo colocarlo al Presidente en forma competitiva para buscar la reelección. Resulta clave el descenso de la inflación hacía noviembre y fin de año para empezar a bajar las tasas, medir el impacto de la cosecha de trigo y la futura de maíz y soja, rezar para que el Brasil de Bolsonaro reactive y despegue, mantener el ritmo de inversión en Vaca Muerta, resolver el futuro de los contratistas de obra pública en la era post cuadernos y esperar que no se agraven las condiciones de los mercados internacionales. Falta mucho.
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