No hace tanto tiempo resultaba impensable describir el atuendo de una mujer elegante y no incluir el velo como un accesorio. La connotación de pureza y recato que le ha acompañado históricamente se ha ido diluyendo en las sociedades occidentales con el tiempo, aunque perviva en situaciones muy puntuales, como el velo de novia. La pasarela se posicionó el año pasado al respecto con un rumbo por el que siguen apostando los diseñadores en 2021: de los largos velos de Simone Rocha o Rodarte hemos pasado a varias colecciones de primavera que han puesto el velo en primer plano.
Entre ellas, la acepción que aflora de manera especial es la más cubierta. Haber pasado un año entero con la mitad del rostro cubierto parece haberse traducido, por ejemplo, en propuestas como la de Margiela: John Galliano optaba por cubrir el rostro con un velo en diferentes tonos como el azul o el rojo, un gesto que ya hizo su predecesor en la colección de otoño de 1995. Por aquel entonces, la crónica de Vogue.com aludía a las “face masks”, máscaras, que el diseñador gibraltareño también ha acompañado con velos que caen sobre la cabeza, como si de un velo de duelo se tratase. Los que ha incluido Kenzo esta temporada no hacen tanta alusión al luto, sino que evocan más a aquellos sombreros con grandes velos que cubrían la cabeza por entero, similares a los de los apicultores. En época de COVID ese accesorio incluso se podía poner en paralelo con los “velos de seguridad”, que se pusieron de moda en 1918 contra la pandemia de la gripe española: “Los fabricantes de velos se han dado cuenta rápidamente de las ventajas del velo de chiffon como medida preventiva”, recogía WWD por aquel entonces.
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