Agustina Díaz Santia creció entre surtidores. Mamó el olor a nafta, a veces amado y otras odiado por los clientes. Aprendió a andar en bicicleta en la playa de la estación de servicio que su familia tiene en Villa del Rosario. Con seis años comenzó a atender lo que ahora es el shop de la estación, pero antes fue un pequeño kiosco.
Tiene 29 años, y lleva más de 20 implicada en la empresa familiar, que comenzó en el rubro hace tres décadas. “Mis abuelos iniciaron la sociedad. Trabajaban a la par. Y yo sigo ese ejemplo”, dice.
Actualmente trabaja en la administración, aunque si le toca descargar un camión, lo hace. “Pasé por todos los roles. Conozco todos los puestos de una estación de servicio”, dice como si hubiera superado el umbral de los 50.
Por todo esto Agustina se mueve en el trabajo como si estuviera en su casa. Asegura que le encanta lo que hace. Y lo sintetiza en cuatro palabras: “Amo lo que hago”. Es obvio, pasión no le falta.
Agustina, que además estudia abogacía, es la tercera generación de estacioneros. “Mis abuelos comenzaron con bandera blanca en Villa del Rosario, después en Pilar y luego en El Trébol, Santa Fe”, cuenta.
Hoy conservan una estación Puma en Villa del Rosario y otra en El Trébol.
Una tienda (para ellas)
Más temprano que tarde Agustina detectó algo que con solo echar un vistazo todavía puede ser verificado: en las estaciones de servicio predominan los clientes varones.
Para equilibrar eso sumó al shop una tienda de accesorios, a la que luego le añadió ropa. El objetivo: hacer de la estación un lugar amable también para las mujeres.
Según cuenta, fueron su abuela y su madre las que le inculcaron esto. “Ellas siempre trataron de involucrar a la mujer, en un rubro dominado por varones”, señala.
Con este propósito también organiza ferias en el “patio” de la estación. Y, según dice, se llenan de mujeres.
Tras varios años con esta política asegura que lograron el objetivo. “Ahora muchas mujeres se reúnen en nuestra estación”, dice.
La tienda tiene además un propósito solidario: existe un perchero de ropa a precios económicos. Todo lo que se vende se dona a un comedor de la ciudad.
Agustina dice que, pese a que se trata de un rubro dominado por hombres, se siente cómoda entre ellos.
Aunque reconoce, sin enojo, que a veces le toca lidiar con situaciones que preferiría evitar. “Algunos camioneros se bajan a descargar y cuando me ven preguntan por el encargado. Los miro y les respondo que los voy a atender yo. Y en algunas reuniones me preguntan por mi papá. Les digo ´lo dejé en mi casa´”. (Risas)
Instagram, entre lo personal y lo laboral
Agustina no es una influencer, pero casi. Tiene cerca de 7 mil seguidores en Instagram. Además, y debido a sus publicaciones, recibe frecuentemente propuestas laborales o invitaciones a eventos.
“Me invitan a muchos eventos como influencer, pero yo les aclaro que no lo soy”, dice.
Tiene claro que bien usada, la red social puede traer algunos beneficios a su empresa. Y lo sabe aprovechar.
Luego de una foto donde se la puede ver disfrutando de un nuevo look, vistiendo elegantes prendas o visitando algún lugar atractivo, puede ofrecer algún descuento en la carga de combustibles.
También muestra allí parte de su rutina laboral, y publica información valiosa sobre el cuidado de vehículos o consejos para salir de viaje.
“Era un Instagram personal, pero se fue dando y empecé a usarlo también para el trabajo. No fue algo planificado. Comencé a publicar cosas relacionadas con la estación y la gente se copó”, dice y acaso da justo en una de las teclas de las redes sociales: probar, y medir las reacciones.
Dice que varios de sus seguidores se convirtieron luego en clientes. “Me gusta dedicarle tiempo a Instagram, aunque a veces no lo tengo. Aún en mis viajes subo algunas historias vinculadas con el trabajo. No me desconecto”, cierra.
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