Hace 30 años se inventó un trabajo: privatizar cocinas de clínicas y empresas. En una época donde todavía el mandato dominante sugería que las mujeres debían dedicarse a las tareas del hogar, obtuvo un título universitario y con eso salió a la calle a pelearla. Y todavía, con 68 años, lo sigue haciendo.
Esta es la historia de Susana Inaudi, la primera nutricionista de Pilar. Madre, abuela, amiguera y luchadora incansable. Se enorgullece de conservar todavía a sus amigos de toda la vida. Dice que ahora, como antes, la guían las mismas convicciones: trabajar duro y no darse por vencida jamás.
Siendo estudiante fue madre. “Me acuerdo que mientras cocinaba pegaba los apuntes en los azulejos de la cocina para seguir leyendo”, cuenta. Y recuerda que en esa época se desconocía lo que hacían las dietistas, como se llamó la carrera de nutrición inicialmente. “Se confundían con dentista”, dice y se ríe.
Arrancó haciendo consultorio en varias clínicas y hospitales. También fue miembro del Colegio de Nutricionistas de Córdoba. Pero en un momento eso no le alcanzó. Tenía tres hijos. Dice que la necesidad económica la llevó a “inventarse” un trabajo. Antes rechazó una oferta laboral tentadora.
La jefa del servicio de nutrición del Ministerio de Salud le propuso trabajar en esa cartera. “Hacía poco había fallecido “Titi”, mi hermano, que se dedicó a la política y fue senador. Él decía que jamás le iban a reclamar que, por sus contactos, había acomodado a su familia. Yo no podía aceptar ese trabajo”, explica.
Al tiempo que cerró esa puerta, otra se abrió: “Marta Maqueda, entonces jefa del Hospital Privado me propuso privatizar la cocina de la clínica donde yo trabajaba. No entendía de qué me hablaba. Fui durante varios días al hospital a leer sobre el tema”, cuenta.
Nace SIAP
Susana cuenta que armó una carpeta donde explicaba el servicio que ofrecía y la repartió en varias clínicas. Y pasó algo sorprendente: “La llevé primero a la clínica de Oncativo. Fui a las 17. Cuando llegué a mi casa, cerca de las 21, me avisaron que querían el servicio. Me temblaban las piernas”, dice.
SIAP (Servicio de Alimentación Profesional) ofrecía hacerse cargo de los pacientes que estaban internados. Les llevaría la comida y les haría un seguimiento hasta su alta médica. Todo salió bien.
El sistema se implementó después en clínicas de Villa del Rosario, Río Segundo y Pilar. Además comenzó a ofrecerlo en comedores de fábricas. Su método se implementó en fábricas como Capemi, Cargill y hasta en un gimnasio. “También empezamos con viandas particulares para personas con distintas patologías”, dice. Todavía recuerda a su primera clienta: Beba Balcells, en Pilar.
El procedimiento más antiguo de publicidad, “boca en boca”, les acercó a los demás clientes. “Fue lento, pero así se fidelizaron los clientes del SIAP. Siempre se suman nuevos, pero algunos llevan más de dos décadas con nosotros”, señala. Y punta algo: el equipo, conformado siempre por otras mujeres. “Es obvio que sin ellas no estaríamos contando esta historia”, dice.
“¿Las puedo nombrar?”, pregunta… Grey, Chavela, Cristina, Nora, Ana, mi hija Natalia, Carolina, Margarita, Cintia, Dana, Alejandra…
La historia de las ollas
Susana recuerda que cuando comenzó con SIAP se asoció con otra nutricionista. Alquilaron un garaje y comenzaron a adaptarlo para montar una cocina. “En medio de todo eso una tarde me llama y me dice que no iba a poder trabajar porque estaba embarazada. Igual seguí adelante con el proyecto”, dice.
“Me ayudó muchísimo una amiga. No tenía ni para las ollas. Llevé algunas de mi casa y varias personas me prestaron otras. “Hasta los vecinos se sumaron. Así empecé”, recuerda.
Dice que la única inversión que hizo fue comprar mercadería, y aclara que tampoco tenía dinero para eso: “La plata me la prestó mi mamá”. Y otra vez aparece una mujer en la historia de SIAP, que es, en parte, la historia de su vida.
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