La crónica de los hechos cuenta que un pionero Arturo Tarrés abrió las puertas de Rombo Velox Asociadas S.A. en 1969. Y de la mano de cuentas como Salto 96 y su “hijo”, Tarjeta Naranja se convirtieron en referentes. Luego llegaron IMSA Franco, Cadena 3, Ecogas, Blangino y otras, muchas otras. En el medio Tarrés presidió la Asociación Cordobesa de Agencias de Publicidad, impulsó la creación de la Federación Argentina de Agencias y se convirtió en referente indiscutido.
Arturo murió a fines del año pasado, pocos días antes de recibir un premio a la trayectoria, concedido por la Fundación Golden Brain Atacama.
Fue un golpe duro para quienes quedaron en la agencia. Gloria, su mujer, y Fernando, su hijo, intentaron varias maniobras, entre ellas alianzas con Romero Victorica y Gurdu. Pero no se concretaron. “Era una empresa sana y tenía posibilidades de seguir”, afirman algunos desde adentro. Pero no fue así. Hace pocos días falleció Gloria, socia y compañera de Arturo, y con ella se fueron las últimas esperanzas de mantenerla a flote.
El jueves a la noche se cerraron las puertas de Rombo Velox y el siempre leal Fernando Medeot tuvo que asumir la responsabilidad de poner la última vuelta de llave.
Que lo cuente Marcelo Garraza, mejor. Él estuvo ahí y tomó la foto final. (Extraído de su perfil de FB).
“Saqué la foto intentando reflejar un momento cargado de significado: el Fer Medeot -como Charly- cierra y apaga la luz, en este caso de Rombo Velox. La puta que lo parió. Cerró Rombo. Chau Rombo.
Cerró lo que hasta 2004 y durante 7 años, fue no solo mi lugar de trabajo diario, sino también una casa/escuela/sanatorio/biblioteca y parque de diversiones para casi todos los que pasamos por ahí.
Cerró lo que hasta hace unas semanas y por más de 20 años fue el trabajo de mi mujer, diseñadora y laburante de fierro. Cerró una agencia que parió a muchas agencias, entre ellas la mía.
Después de casi 50 años de laburo, cerró la agencia de publicidad más importante de nuestro medio.
Fue extraño en sí mismo asistir al evento de cierre de la agencia. La despedida fue tan fría y desangelada como la noche que hacía afuera. Eramos 50, 60 personas en la sala de Arte, buscando calor en los cercanos, apretados entre las islas de trabajo en las que descansaban las bandejas de sanguchitos de miga y un montón de tristes copas de plástico vacías ocupando el espacio que hasta hace poco era para las mac, los libros, las cabezas, los fierros, las horas/culo y el talento para crear. Volví a recorrer pasillos y algunas salas que hacía muchos años no visitaba. Verlas vacías fue cruel. Eso sí, hubo reencuentros hermosos, charlas que sobrevolaron mil historias con gente querida, risas y abrazos de plaf plaf plaf sonoros y sentidos. Hubo un micrófono para discursos cálidos y breves de gente con cosas para decir y también para que otros abrieran la boca y decir absolutamente nada. Todos sentimos más o menos lo mismo, según corroboré después en las charlas post cierre, cervezas de por medio en la chopería de la esquina.
Sería injusto y definitivamente erróneo calzarle la mochila de este cierre al momento que hoy vivimos como país. No creo que sea por eso. No es culpa de los desmanejos de un gobierno. Ni de este, ni del anterior, ni del otro. Siento que no hubo una razón en sí, sino muchas razones, demasiadas para bajar acá, en la diaria de un negocio que hace mucho viene mutando azarosa e implacablemente. Y que la muerte de Arturo, emblema, timón y alma de la agencia, precipitó este final, indigno y torpe, inmerecido para toda la querida gente de Rombo, las familias, los amigos, los cercanos. Para todos los que nos sentimos parte de sus filas de una u otra manera. Y ni hablar cuando hace unos pocos días partió Gloria. Para qué!
Chau Rombo.
Apagá todo y cerrá bien, Fer, pero por favor dejá las llaves a mano, no sea cosa”.
Tu opinión enriquece este artículo: