En una trasnochada sesión de la Cámara Baja los diputados enlistados en las filas del Frente de Todos y Juntos por el Cambio que mejor interpretan las conveniencias de sus líderes últimos desecharon cualquier esfuerzo por construir un acuerdo de consensos mínimos para llevar adelante una agenda legislativa abocada a cuestiones sociales y económicas urgentes y prefirieron, en lugar de ello, dar algunas nuevas paladas para profundizar la grieta que divide a los argentinos.
Las expresiones radicalizadas de cada espacio triunfaron, una vez más, sobre los sectores que a uno y otro lado del espectro sostienen posiciones dialoguistas, y pretenden encontrar un núcleo de coincidencias básicas que permita al país salir del ‘no lugar’ en el que parecen caer desdehace tiempo los debates políticos.
En un principio, trascendió, Sergio Massa se mostró receptivoa postergar el tratamiento de la Reforma Judicial dejándolo afuera de la agenda legislativa a tratar en sesiones virtuales, pero el kirchnerismo duro no lo acompañó. En Juntos por el Cambio también existen sectores contemporizadores, y desde el oficialismo el propio presidente apostaba a un acercamiento con la oposición por intermedio de Horacio Rodríguez Larreta, algo que tampoco prosperó.
Todos asistimos así a la siguiente paradoja: el poder dentro de las cámaras legislativas responde a quienes no tienen responsabilidades directas de gobierno, y hacen uso de él con fines que se agotan en sus conveniencias políticas. Mientras tanto, quienes sí necesitan del poder para traducirlo en leyes, programas e iniciativas que aborden el sinfín de problemas sociales y económicos acarreados de antaño y exacerbados por la pandemia (y sus daños colaterales) no lo tienen, y se ven vedados de construirlo por la severa vigilancia de sus celadores.
Quienes gobiernan no fijan la agenda. Y quienes fijan la agenda no gobiernan.
Los recursos políticos (de quienes cuentan con ellos) permanecen avocados al ejercicio endogámico de profundizar una grieta que asegura dividendos políticos que no serán destinados a abordar los problemas de la agenda de la sociedad, sino a maximizar el poder de dos polos que sitúan sus agendas en futuro o, llagado el caso, en el pasado.
En el medio, operar en el presente se hace cada vez más difícil. El ejecutivo nacional se enfrenta a la amenaza de ver reducida su base de sustentación. Y en la provincia, el peronismo podría atravesar un escenario similar.
Hacemos por Córdoba, último refresh de Unión por Córdoba, es un peronismo de centro. Construyó su base electoral armonizando las posiciones de sectores históricamente referenciados en el conservadurismo, como el sector agropecuario, y espacios de más íntimamente ligados al primer peronismo, como el sindicalismo. El escenario actual plantea serias dificultades al equilibrio que esa alquimia necesita.
Los diputados que conduce Juan Schiaretti deberán navegar en aguas todavía más embravecidas, con una oposición decidida a dejar desiertas las cámaras del Congreso y un oficialismo dispuesto a redoblar sus apuestas.
El argumento con el cual el Frente de Todos reclamará ahora el apoyo de los interbloques Federal y de Unidad Federal para el Desarrollo será la lisa y llana gobernabilidad; el mismo al cual el Centro Cívico apeló para justificar su colaboración con Cambiemos entre 2015 y 2019.
Las acusaciones que desde Juntos por el Cambio se apuntarán contra los representantes de Hacemos por Córdoba en la Cámara Baja se volverán también -con mejores o peores argumentos- más punzantes.
No se adivinan aguas calmas para un peronismo republicano, ni para todo aquel que no comulgue con la idea de que en los extremos se deban buscar las soluciones para los problemas del presente.
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