La iniciativa suena herética para algunos de los sectores más radicalizados del Juntos por el Cambio, especialmente los que se nuclean en torno a Patricia Bullrich y a Mauricio Macri. Los halcones de la coalición han hecho saber que no están dispuestos a avalar cualquier acuerdo con el Fondo Monetario con duras palabras: “es una bomba de tiempo que explotará en la cara del próximo gobierno. Posterga las reformas estructurales que el país necesita debatir con responsabilidad (laboral, impositiva, previsional y cambiaria), crea ‘un puente’ al 2023 para la continuidad de las políticas económicas del kirchnerismo y le deja una bomba fiscal e inflacionaria al próximo gobierno”. No parece existir mucho margen para negociar sobre estas premisas.
En el radicalismo los ánimos son, quizá, algo más flexibles hacia el gobierno. Gerardo Morales ha dicho que apoyará el entendimiento y otros de sus correligionarios se han mostrado más en sintonía con el jujeño que con el talante del macrismo duro. Lo que suceda en la oposición es importante porque, a diferencia de otros momentos políticos, en esta coyuntura el Frente de Todos no cuenta con los números necesarios para aprobar los compromisos asumidos por el ministro Martín Guzmán. No es exagerado decir que Alberto Fernández necesita la benevolencia opositora antes que la comprensión del ala más dura del kirchnerismo.
Dentro de este complejo escenario, la idea de la señora Carrió es tan sobria como pertinente, un auténtico oxímoron considerando de quien proviene. Autoriza al gobierno a cerrar un acuerdo sin caer en las tentaciones de los detalles ni en los peligros del cogobierno. La Constitución, en definitiva, solo exige del Congreso el “aprobar o desechar los acuerdos con las demás naciones y con las organizaciones internacionales” (inc. 22, Art. 75), no desplazar al Ejecutivo en las minucias de las negociaciones que son inherentes a aquellos. El éxito o el fracaso macroeconómico de lo que se termine cerrando con el FMI sería, de prosperar esta iniciativa, un asunto político del que solo será responsable el presidente.
Esto le cae como anillo al dedo a Schiaretti. Los diputados del gobernador, en un principio, habían adelantado su rechazo al acuerdo con el Fondo, pero esta postura fue haciéndose cada vez menos evidente a medida que transcurrían los días. La explicación de esta sutil mutación no es otra que la preocupación del gobernador sobre las consecuencias que podría tener para el país caer en un default nada menos que con un organismo multilateral del cual la Argentina es parte integrante.
Colaborar en la actual encrucijada no significa que en el Panal exista algún deseo de barajar y dar de nuevo en la relación con la Casa Rosada. Es un hecho que, más allá de los puentes formales que el gobernador y el presidente mantendrán hasta el final de sus mandatos, no existe ningún vaso comunicante entre ellos más allá del respecto de la institucionalidad. Si Schiaretti está dispuesto a habilitar la aprobación que tanto necesita Fernández lo es porque prima su sentido de la gobernabilidad antes que su antikirchnerismo. Puede que le falte la audacia política de José Manuel de la Sota, pero es un auténtico hombre de estado y, por sobre todas las cosas, un obsesionado por la gestión.
Tal vez sea este el motivo que explique el viaje del vicegobernador Manuel Calvo a Washington. Calvo necesita relanzar su imagen porque siente (y no se equivoca) que sus posibilidades de disputar la gobernación en el próximo turno electoral se diluyen a favor de Martín Llaryora, cada vez más firme en el traje de candidato. ¿Qué mejor, por lo tanto, que mostrarse como alguien preocupado por los grandes temas nacionales?
Su agenda en la capital de los Estados Unidos ya ha merecido alguna difusión. Por de pronto, entre el 7 y el 16 de marzo participará de una delegación que visitará Washington para cumplir con diferentes actividades organizadas por la AmCham Argentina y la Fundación Centro de Estudios Americanos (CEA) y, entre otras reuniones, mantendrá una con Luis Cubeddu, jefe de la misión del FMI para Argentina.
No interesa demasiado conocer si esta última le fue sugerida por el gobernador o si forma parte de la estrategia de posicionamiento de Calvo, pero lo cierto es que resulta funcional a los intereses de aquel. Es un recado que se envía tanto al presidente como a la entidad que conduce Kristalina Georgieva sobre que no está en el ánimo de Schiaretti complicar una negociación que ya viene de nalgas. Calvo es el mensaje, una pieza más dentro del complejo ajedrez desplegado por aquel de cara al 2023.
En este sentido, Schiaretti parece estar leyendo bien la realidad. En una encuesta reciente, la consultora Aresco afirma que más del 60% de los argentinos apoya el acuerdo del Gobierno con el FMI porque considera que el default generaría mayores perjuicios y que el 54% de los entrevistados creen que la oposición debería acompañar el proyecto enviado al Congreso. Si a esto se le suma otro capítulo en la saga de infortunadas declaraciones presidenciales (“discutí dos años con ese mismo Fondo Monetario Internacional que yo desprecio tanto como todos”), la posición del gobernador se encuentra dentro del hemisferio de lo razonable. Su vice solo deberá afirmar ante Cubeddu en Washington que su jefe es un distinto; con solo abrir Google el funcionario concluirá que esto es una de las pocas verdades que ha escuchado de la Argentina.
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