El PJ K da señales de abandonar el barco del FdT

(Por Pablo Esteban Dávila) La legisladora Mariana Caserio y el intendente de Huerta Grande, Matías Montoto, se enfrentaron duramente en la solitaria interna peronista del departamento Punilla, un raro capítulo dentro de la pax schiarettista construida en torno a la influencia del gobernador. Aquellas elecciones tuvieron lugar a finales de marzo y, aunque por muy poco, la hija del exsenador Carlos Caserio se quedó con la conducción departamental.

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Fue extraño, por consiguiente, que ambos compartieran una reunión con autoridades de Trenes Argentinos la semana pasada para extender los servicios del Tren de las Sierras en el valle de Punilla, articulada por la propia Caserio y por su colega Miguel Maldonado, otro dirigente enrolado en el kirchnerismo. Pero resultó todavía más insólito que los adversarios de ayer fueran vistos conversando animadamente a solas, sin que hicieran mucho esfuerzo para ocultarse de las miradas de los presentes.

El motivo de esta insospechada familiaridad no está del todo claro, pero todo apunta a una dirección: el regreso de Caserio y los suyos al seno del peronismo provincial. Y no solo de Mariana sino también de Carlos, el albertista más connotado de la provincia, aunque en este último caso el pase podría demorarse un poco más. No sería bien visto que el actual vicepresidente del Banco Nación se desligara del gobierno nacional en un momento tan crítico ni tampoco, a decir verdad, es este su estilo.

La legisladora no estaría sola en las intenciones del retorno. Martín Gill, ex funcionario del Frente de Todos y actualmente al frente de la municipalidad de Villa María, también se encuentra dispuesto a abandonar el barco kirchnerista cuando llegue el momento. Y, junto con ellos, una tropa más o menos numerosas de peronistas que, en su momento, cedieron ante los cantos de sirena de la Casa Rosada y se enrolaron detrás de las promesas fundacionales de Alberto Fernández.

Las razones de esta posible deserción son bastante claras. El Frente de Todos se encuentra en una fase de implosión, determinada tanto por la crisis económica como por las tensiones políticas entre el presidente de la Nación y su vicepresidenta. El conflicto interno es tan agudo que ni los más optimistas creen que ya haya margen para acomodar los tantos. Para hacer todavía más angustiosa la coyuntura kirchnerista, las encuestas son lapidarias respecto a sus chances de cara a las elecciones del próximo año. Algunas sitúan al oficialismo incluso fuera de un eventual ballotage.

Es posible que se traten de profecías aventuradas, pero es innegable que los sinsabores de Alberto y el ninguneo constante al que lo somete Cristina Fernández irradian claras señales de un fin de ciclo. Todas las frecuencias vibran hacia la derrota electoral, una sensación que no es patrimonio exclusivo de los expertos. El hecho de que el presidente no tenga más dificultades de las que padece actualmente es, dada las circunstancias, un auténtico misterio.

Esta es una percepción global, no cabe duda, pero que pega más fuerte en Córdoba dadas las características del Frente de Todos local. En rigor, fue siempre impropio hablar de un kirchnerismo fuerte en la provincia. Si alguna vez hubo algo similar a esto fue porque existieron dirigentes del justicialismo que se avinieron a militar dentro de este espacio por una serie de variadas razones, la mayoría de ellas emparentadas por el tapón político impuesto por el tándem integrado por el fallecido José Manuel de la Sota y el propio Schiaretti.

Años atrás resultaba un clásico hablar de las “mini tribus K” como una manera de ejemplificar lo disperso y raleado del campamento kirchnerista mediterráneo. Fue la llegada de referentes tales como Eduardo Accastello o el mismo Caserio lo que permitió que aquellas expresiones tribales tuvieran algún desempeño político un poco más decente. Pero, hablando claro, ni Gabriela Estevez ni Pablo Carro, por mencionar alguno de los más connotados referentes de Cristina, movieron nunca el amperímetro electoral sin el aporte táctico de las viudas del justicialismo que, con diversos argumentos supieron aproximarse, sucesivamente, al armado territorial del oficialismo nacional.

Sin embargo, aquellas aproximaciones no fueron nunca motivadas por convicciones ideológicas. Ningún peronista que haya militado activamente en el Frente de la Victoria primero y en el FdT después se rasgó las vestiduras ni por Cristina ni, mucho menos, por La Cámpora. Todos racionalizaron de las más diversas maneras su pertenencia a aquel espacio, como si hubiera que dar motivos de algo tan extraño en una provincia profundamente refractaria a la vicepresidenta y a todo lo que la rodea. La última explicación, y quizá la más elaborada, fue la de Caserio, quien se justificó su cercanía a Alberto sugiriendo que el presidente sería la llave con la que el peronismo se desembarazaría de la tutela ejercida desde 2003 por Néstor y su esposa y pasaría, de tal suerte, a una nueva fase. Lamentablemente para él, su ilusión de un albertismo superador de las actuales contradicciones se desvaneció al compás de los yerros de la gestión nacional.

No es de extrañar, por consiguiente, que la legisladora Caserio y el intendente Gill pretendan, en el mediano plazo, desempolvar sus carnés afiliatorios y dejar atrás estos meses de pesadilla en el FdT. La cuestión, por lo tanto, no es tanto si desean regresar como si serían bien recibidos. Y es aquí donde las posibilidades se bifurcan.

En el Panal no habría mucho entusiasmo. Para el entorno del gobernador los que se fueron con el kirchnerismo apostaron y perdieron; no hay motivo alguno para un salvataje. Deberían pagar algún precio por sacar los pies del plato. No obstante, en el Palacio 6 de Julio existiría mayor receptividad para acoger a los arrepentidos.

El motivo no es otro que los deseos de Martín Llaryora por ser gobernador. Para lograrlo necesita de todos aquellos que le prometan sumar cualquier cosa, por pequeña que sea. A diferencia de las anteriores elecciones provinciales, esta vez él no tendría la vaca atada, como sí la tuvieron De la Sota y Schiaretti desde 2011 en adelante. Ahora existe una amenaza real para la continuidad del peronismo en el poder, corporizada en Juntos por Córdoba y, probablemente, en Luis Juez, autoproclamado candidato para espanto de la mayor parte de sus socios radicales.

En los cálculos del intendente capitalino, tener pacificados y trabajando en conjunto a departamentos tan importantes como Punilla y San Martín no es poca cosa. Llaryora cuenta con una excelente imagen en San Justo y en la Capital, pero en el resto de la provincia todavía debe recorrer un importante camino en términos de conocimiento, un requisito del que Juez no adolece. Esto hace que cualquier aporte, incluso los provenientes de aquellos que hasta hace poco trabajaron en contra de sus chances, sea bienvenido.

¿Esto se da de bruces con los planes del gobernador? No necesariamente. A Schiaretti puede no entusiasmarle la vuelta de los autoexiliados, pero no privará a Llaryora de tales soldados si este los reclama. Llegará un momento en que la causa del intendente será la de todo el peronismo y, con ello, cualquier tipo de inquisición sobre el pasado reciente de quienes que se indultasen quedará a juicio de la historia. Después de todo, solo se trata de ganar. Como siempre.

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