Las razones de unos y otros son públicas. Para los gobernadores, las primarias significan ceder valiosos lugares de poder a La Cámpora toda vez que, si no hay acuerdo por las listas, podría resolver enfrentarlos en las Paso a suerte y verdad. Con los recursos del Estado a su entera disposición, el kirchnerismo duro tal vez lograse en las urnas lo que la burocracia partidaria le negara en el marco de las negociaciones internas.
El presidente, amén de sus esfuerzos por agradar a los mandatarios provinciales, tiene motivos que le son propios para tratar de soslayarlas. Su diagnóstico es bastante similar al que hiciera Mauricio Macri dos años atrás: cuanto más tiempo pase, mejor estará parado para enfrentar las elecciones, en su caso, las de medio término. En 2019, Macri razonaba con que la economía mejoraría a medida que transcurriera el año; ahora, Fernández se juega todas las fichas a que, hacia octubre, el plan de vacunación habrá rendido sus frutos y que el peligro del coronavirus ya habrá pasado.
La hipótesis macrista era correcta, como también lo es suposición de Fernández. Pero, mientras el primero no supo ver el riesgo que significaban las Paso hasta que se contaron los votos, el segundo tiene perfectamente claro que se enfrenta a una potencial derrota si estas efectivamente se realizan en la fecha prevista.
En el campo de Juntos por el Cambio, el radical Alfredo Cornejo fue el único que se atrevió a sugerirle a Macri que las suspendiera. Sin embargo, ni el expresidente ni su jefe de gabinete, Marcos Peña, consideraron seriamente la propuesta, tal vez por un exceso de celo republicano o por no contar con una coartada creíble que les permitiera soslayarlas. El resultado, como se recuerda, fue catastrófico y condicionó severamente el desempeño del gobierno de cara a las presidenciales.
No es la misma situación de Fernández. El presidente tiene la excusa de la pandemia para intentarlo y la está utilizando -no obstante que a través de diferentes portavoces- para persuadir a los escépticos. El último en sumarse a estos heraldos del temor fue el ministro Ginés González García, quien acaba de asegurar que “es un riesgo innecesario votar en agosto (uno) que no debemos correr” enfatizando, para mayores datos, que “todo lo que pueda ser evitable, debe ser evitable (y que) cualquier concentración genera ampliación de contagios”. Es probable que el recuerdo de las exequias de Maradona lo siga atormentando, pese a haber sido organizadas por su propio jefe político.
Sus prevenciones sanitaristas podrían ser atendibles, excepto porque el propio Ginés se había comprometido a vacunar la mayor parte de la población de riesgo para agosto, es decir, antes de las primarias. Si esto era cierto algún tiempo atrás, no se comprende porque ahora, y con ese segmento de población ya vacunado, las Paso podrían ser una fuente de contagios inmanejable, a menos que el hombre se encuentre flojo de vacunas.
Tampoco se entiende demasiado que tanto podría cambiar el ritmo de vacunación entre agosto y octubre si, en los meses anteriores, no se hubiera hecho un esfuerzo proporcionalmente mayor, dado el tiempo disponible. Incluso si el gobierno insistiera ahora con que el grueso del esfuerzo se concentrará en el segundo semestre y que, debido a ello, las Paso constituyen un escollo, el argumento se le volvería como un búmeran, toda vez que interpelaría la real capacidad del presidente y de su equipo para llevar adelante una política que, a todas luces, es indispensable. Difícilmente la opinión pública convalidaría esta mala praxis con su voto en las legislativas.
Esto es precisamente lo que está señalando la oposición, definitivamente unida en contra de cualquier alteración en el cronograma electoral. Más allá de las contradicciones en el discurso oficial y de la evidente improvisación en la adquisición y provisión de las dosis que se requieren, es un hecho que la estrategia de Juntos por el Cambio consiste en dar batalla cuando, imaginan sus conductores, el gobierno todavía se encontrará lo suficientemente débil como ser golpeado golpearlo en forma decisiva. El precedente de lo ocurrido con Macri es suficientemente elocuente para dejar pasar por alto la oportunidad.
Resta ver en que dirección se moverá Cristina y, con ella, sus incondicionales. Hasta ahora, mucho no se conoce de su posición, a menos que se juzgue las de La Cámpora como las suyas propias. Si esto fuera así, la conclusión inevitable sería que a la vicepresidenta le interesa más el poder que pudieran acumular sus referentes a lo largo del país y con independencia de los caciques del peronismo antes que la suerte que pudiera correr la Casa Rosada en la coyuntura.
Esto, claramente, es un riesgo para Alberto. De consumarse la inédita maniobra de pinzas a favor de las Paso ejecutada en forma sincrónica (aunque no pactada) por la oposición y por La Cámpora, la consecuencia más inmediata sería un doble debilitamiento de su poder. Por un lado, los caudillos de Juntos por el Cambio saldrían empoderados por un triunfo previsible; por el otro, se consolidaría una facción dentro del Frente de Todos que, lejos de responder al presidente, sólo reconoce a Cristina como su única líder y que podría mortificarlo internamente con la desventura electoral. Es una perspectiva demasiado ominosa como para no continuar insistiendo en que las Paso constituyen un riesgoso capítulo sanitario dentro de la saga política iniciada con el nuevo año.
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