Fue Gerardo Morales el encargado de transmitir el malestar de sus correligionarios: “Rechazamos las políticas neoliberales implementadas por el menemismo en los 90 que hoy reivindican algunas voces de la política argentina. Estás medidas destruyeron nuestro aparato productivo, nos hicieron más pobres y terminaron con la esperanza de nuestro pueblo”. Ni Néstor lo hubiera dicho mejor. Otros dirigentes, como la diputada Zuvic, se manifestaron en similar sentido. Aparentemente, la reivindicación del riojano que Macri considera próxima a llegar no es del agrado de alguno de sus aliados.
Es extraño que esto ocurra. Dejando de lado los aspectos folclóricos que han construido su leyenda negra (la corrupción, el tema AMIA o el contrabando de armas, entre otros), las principales líneas macroeconómicas implementadas por Menem son las que actualmente se reclaman para poner fin a la inflación que azota la Argentina. Más aún, cualquier observador razonablemente objetivo se atrevería a decir que, cualquiera fuese el candidato de JxC, de eventualmente asumir la presidencia tendría que llevar adelante medidas muy similares a las implementadas por el fallecido expresidente en 1989.
¿O no es necesario sincerar tarifas y terminar con los subsidios? ¿No debería el próximo gobierno recuperar el poder adquisitivo del peso? ¿Acaso no habría que terminar con la emisión espuria? ¿O crear un clima creíble para favorecer las inversiones, tanto las nacionales como las extranjeras? ¿Y qué respecto a regresar al mundo occidental en materia de relaciones internacionales? ¿Puede prescindirse ad aeternum del autoabastecimiento energético, logrado en los ’90 y dilapidado luego por el kirchnerismo?
Las respuestas son bastante obvias, al menos para lo que se espera del principal espacio opositor, y todas remiten a Menem, el único presidente exitoso que tuvo el país desde 1939 en derrotar la inflación. No obstante, los radicales prefieren rasgarse las vestiduras y algunos macristas hacerse los distraídos cuando alguno de ellos lo recuerda públicamente con respeto.
Podría decirse que existen ciertos acuerdos entre el radicalismo y el PRO sobre los resultados económicos que debería lograr el país, pero no en las herramientas para alcanzarlos, por más evidentes que estas sean. Tal hecho es particularmente grave, porque aspirar a lograr cosas sin tener en claro el cómo hacerlo es garantía de frustraciones o desastres. Preguntar, ante cualquier duda, a Alberto Fernández, experto en soslayar las relaciones entre fines y medios y sus restricciones.
El reciente episodio con el diputado Alejandro Cacace (perteneciente al núcleo radical Evolución) ilustra sobre esta minusvalía conceptual. Cacace propuso dolarizar la economía para terminar con la inflación (Cuba y Venezuela ya lo han hecho de facto), haciéndose eco de una vieja idea que, debe reconocerse, goza de creciente predicamento. Pero otra vez Morales fue el encargado de descalificar la iniciativa con gruesos términos, rechazando “terminantemente (este) payasesco proyecto” y agregando que “hay que ser irresponsable e ingenuo, por no decir otra cosa, para plantear que la dolarización es la salida. La dolarización es peor que la convertibilidad”.
A la luz de estas afirmaciones la coalición debería blanquear tales contradicciones y resolverlas tan pronto sea posible. De lo contrario correrá el riesgo de reeditar, ya en el gobierno, los penosos vetos que hoy paralizan la gestión del Frente de Todos. Que Morales advierta que ni él ni su partido son “neoliberales” no significa que no deban, forzosamente, adoptar muchas de las prescripciones del neoliberalismo en los próximos tiempos. La verdad es dura y no tiene remedio.
No es la primera vez que el radicalismo cree que su principal misión en la vida es “emprolijar” lo que el peronismo hace en forma desprolija. Así, Fernando de la Rúa creyó que su misión era liderar un menemismo prolijo para terminar con los males que imaginaba en el país, sin darse cuenta del rumbo de colisión que estaba adoptando la economía. Más cerca en el tiempo, parecería que algunos de sus correligionarios, como es el caso el gobernador de Jujuy, sólo pretenden llevar adelante un populismo prolijo, esencialmente igual al de los Kirchner pero sin sus excesos, algo así como muchos imaginaron en el mismísimo Alberto Fernández antes del actual desencanto.
Lamentablemente para ellos no es lo que esperan sus votantes, al menos no en esta ocasión. Los opositores al Frente de Todos quieren que alguien, de una vez por todas, termine con la decadencia generalizada, aunque esto signifique tomar decisiones duras. Y, si JxC no otorga las seguridades de que esto será llevado a cabo, ahora existen otras opciones crecientemente atractivas.
Este es el caso de Javier Milei y de José Luis Espert, cada día con mayor consideración entre la opinión pública. A diferencia de los temerosos radicales, estos libertarios no tienen inconvenientes de decir que es lo que hay que hacer, y decirlo brutalmente. Los jóvenes, otrora de izquierda, hoy parecen haber descubierto la potencialidad de las ideas liberales. En el medio de esta creciente certeza, la mojigatería ideológica que todavía parece campear en JxC conspira para mantener el monopolio opositor frente al ascenso libertario.
Bien Macri por reflexionar en forma incómoda sobre asuntos que ya no pueden ser soslayados (lástima que no lo hizo en su gobierno). Mal Morales & Cía. por suponer que todavía están vigentes las ideas nacional – económicas del viejo radicalismo. Atentos PRO y UCR porque al actual diletantismo ideológico se le opone, ahora, un fundamentalismo liberal que se las trae. A diferencia del 2015, ya no están solos. Deberían tomar nota de este hecho.
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