La frase condensa una serie de supuestos que hoy parecen dignos de la edad de piedra. Primero, que el lugar de la mujer está dentro de la casa; segundo, que depende económicamente del marido; y, finalmente, que las finanzas no es el fuerte de ellas. Es como si el presidente evocara elípticamente aquel viejo chiste del “Negro” Álvarez -hoy irreproducible- sobre un hombre que le comentaba al amigo de que le habían robado las tarjetas pero que, sin embargo, no quería denunciar a los ladrones porque “gastaban menos que su esposa”.
La expresión, además, es doblemente desafortunada. No solo porque es prejuiciosa sino porque les da pasto a sus adversarios en medio de una campaña electoral complicada. Hasta Cristina Fernández se animó a reaparecer en medio de la polémica. “Yo les dije que era un machirulo”, apostrofó al comentarla. El día anterior se había mofado del presidente al asegurar que no era el más “chispita” para gobernar en el marco de la presentación de su libro en la ciudad de El Calafate.
Machirulo, chispita, pindonga y cuchuflito son epítetos que denotan cierto anclaje cultural en el pasado. Pese a que la expresidenta adora vestirse con el ropaje de la izquierda y que es una referente de muchos militantes jóvenes (algunos de los cuales están fascinados con la jeringonza del lenguaje inclusivo), no vacila en utilizar adjetivos que vienen de otros tiempos y que tienen por claro objetivo descalificar a personas o situaciones. El resultado es una especie de agresividad en color sepia, probablemente a tono con sus ideas políticas más arraigadas.
No obstante, esto no disculpa el gafe de Macri que, seguramente, merecerá alguna explicación o pública mea culpa (de hecho lo hizo ayer al filo de la tarde). Para peor empalidece sus sinceros esfuerzos por reforzar la agenda feminista, como lo fue el habilitar el tratamiento parlamentario del tema del aborto pese a las convicciones en contrario del propio presidente. Bueno es recordar que fue el denostado gobierno “neoliberal” el que se animó a dar un debate siempre clausurado por la política argentina, especialmente durante los mandatos del nominal progresismo kirchnerista.
El asunto se vuelve todavía más surrealista al advertir que Macri no hablaba de las mujeres sino del populismo ante los micrófonos de una radio en la ciudad de Pergamino. “Lamentablemente, el anterior gobierno kirchnerista, despilfarrándose las reservas del Banco Central, los ahorros y las reservas de gas y de petróleo, hizo como el populismo: hipoteca el futuro para vivir el presente. Y después, cuando se acaba, se acaba” fue su correcto señalamiento antes de rematarla con el uso irrefrenable de las tarjetas de crédito por parte de las cónyuges.
Porque, más allá del género de quien gasta a cuenta, no hay dudas de que en algún momento la economía colapsa si los recursos para pagar la fiesta no aparecen. Los Kirchner, en este sentido, fueron particularmente irresponsables. Malgastaron los famosos superávits gemelos surgidos tras la devaluación y pesificación asimétrica de Duhalde, saquearon los fondos jubilatorios acumulados en las AFJP, manipularon las tarifas energéticas con las consecuencias conocidas, intentaron quedarse con la mayor parte de la renta agropecuaria a través de retenciones móviles e imprimieron dinero espurio cuando ya nadie se atrevía a prestarles plata. En honor a la verdad, cuando llegó Macri la casa estaba hipotecada.
Esta es la hipocresía fundamental del populismo. Se rasga las vestiduras por causas nobles pero oculta los métodos más reprobables que utiliza para intentar perpetuarse en el poder. Desprecia la sustentabilidad financiera como una rémora de la ortodoxia, más no vacila en confiscar la propiedad privada para mantener la repartija “solidaria” basada en el gasto público. Aunque Macri no haya hecho nada muy memorable para desarmar esta bomba que amenaza el futuro del país, al menos tiene la decencia de insistir en los males que supone retornar a este orden de cosas. Y, no obstante haber contribuido a mantener una presión impositiva récord, reniega públicamente de haberlo hecho y se compromete a bajarla tan pronto tenga una oportunidad. Algo es algo, especialmente cuando Alberto Fernández no parece estar convencido de acometer con esta tarea de llegar a la presidencia.
A modo de consuelo, algún comedido podría sugerir que el árbol del machismo financiero no debería tapar el bosque de la hipoteca populista que fue, en realidad, de lo que se trataba el reportaje que dio origen a la pifia. También que Macri merece cierta indulgencia porque, en rigor y más allá de inexactos clichés arraigados en el subconsciente popular, su gobierno tuvo políticas proactivas para con la mujer y que, de hecho, se encuentra rodeado de muchas colaboradoras en posiciones de relevancia. Una de ellas, María Eugenia Vidal, tiene incluso mayor valoración positiva que él.
Podría considerarse este argumento. Porque, más allá de alguna simplificación que aparezca en adelante, el presidente no es un cavernícola ni cosa que se le parezca. Los nuevos tiempos -y también las campañas electorales- requieren desaprender muchas cosas que, hasta no hace mucho, parecían eternas. Y, algunas veces, el ejercicio de deconstrucción se toma un respiro, probablemente en contra de la voluntad del interesado.
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