A modo de una célula dormida, los referentes del flamante superministro en Córdoba han decidido pasar a la acción. Están a un paso de constituirse formalmente como partido político ante la justicia electoral y juran que trabajarán para que Martín Llaryora sea el próximo gobernador. También aclaran, por las dudas, que lo de ellos no se emparenta en absoluto con el Frente de Todos. Son seguidores de Sergio Massa, no de Cristina. No vaya a ser cosa que la fuerza nazca con un sambenito imposible de remontar en el territorio más antikirchnerista del país.
Este revival tiene sin cuidado a Juan Schiaretti. Los renovadores todavía necesitan transitar un largo trecho para demostrar que son algo más que un conjunto de entusiastas. Tampoco le preocupa demasiado lo que puedan hacer dentro del peronismo oficial. El partido está blindado a cualquier intrusión no autorizada. Además, Massa no es un dirigente que, a corto plazo, pretenda disputarle nada.
Sucede que este supo tener una relación especial con Córdoba. Primero con José Manuel de la Sota, con quién compitió en la recordada interna en 2015 en el marco de un proyecto nacional de cierta envergadura, y luego con el propio Schiaretti. No se han diluido aun el recuerdo del armado que, a inicio de 2019, intentaron consolidar junto a Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urtubey y Roberto Lavagna, intentona dinamitada tras el anuncio de Cristina Kirchner de que Alberto Fernández sería candidato a presidente con ella como vice.
La posterior defección de Massa hacia el Frente de Todos no fue tomada como un agravio por el cordobés, simplemente porque asumió que la expresidenta los había madrugado y que cada uno tenía el derecho de buscar la mejor manera de sobrevivir. Y, si de estrategias de supervivencia se trata, Massa es un auténtico Robinson Crusoe. No hubo reproches entonces y, por lo que se conoce, tampoco los hubo después. Ni siquiera la posibilidad de que el tigrense pudiera compartir, el próximo año, parte del electorado que el gobernador imagina como suyo es motivo de desavenencia inmediata. Resultaría prematuro reñir por un espacio semejante cuando aquel tiene que demostrar que es competente para lidiar con los desafíos del presente.
Además, Massa sabe perfectamente que puede que Schiaretti que no lo ayude explícitamente, pero que con su silencio alcanza. La tarea que se le presenta es de una envergadura tal que necesitará al menos la comprensión de quienes gozan de alta imagen pública en cualquier lugar del país. Tampoco hará nada para malquistarse con Córdoba; por el contrario, es altamente probable que tenga gestos hacia el Panal que den a entender que una nueva etapa efectivamente ha comenzado dentro del maltrecho gobierno nacional.
Tanto los renovadores locales como su máximo líder dan por sobreentendido que cualquier posibilidad de chances futuras depende de cómo este se desempeñe en sus nuevas y peligrosas tareas. El mercado, de momento, le ha dado un guiño. Tal es la desesperanza de la gestión de Fernández que el solo hecho de que nominar a alguien racional ha supuesto el reverdecer de un optimismo de corto plazo que hace meses no se veía.
Sin embargo, esto no significa un cheque en blanco. Se intuye en general lo que debe hacerse para reencauzar la economía y, paralelamente, se reconocen los enormes costos que significará hacerlo. Se descuenta que Massa también lo entiende y, por tal motivo, que obrará en consecuencia. El plazo que él mismo ha solicitado para presentar sus medidas -será el próximo miércoles- es interpretado como una señal de que, esta vez, finalmente habrá un auténtico plan económico.
No obstante, los peligros que lo acechan siguen siendo enormes. Más allá de su legendaria ambición política y de la voluntad que la sostiene, su programa estará siempre amenazado por la agenda de la vicepresidenta y por el maltrecho ego de Alberto, que no se resignará dócilmente a ser el muñequito de la torta que elabora el nuevo pastelero. El asunto dependerá, en última instancia, a cuantas amenazas se vea obligado a proferir internamente para que lo dejen trabajar en paz.
Por lo demás, no tiene garantizado nada en absoluto. El estado de la economía es tan precario que incluso las medidas más audaces pueden que no tengan efecto en lo inmediato. La política jugará, asimismo, un rol relevante. Si los piqueteros oficialistas no aceptan que tendrán que acompañar el nuevo orden de cosas, la calle se complicará enormemente. Lo mismo debería decirse para los subsidios energéticos, la construcción del gasoducto irónicamente llamado Néstor Kirchner y el galimatías de los tipos de cambio existentes, esto sin hablar del gasto público. Son tantas las variables que están fuera de curso que el pronóstico no puede ser otro que uno reservado.
Massa deberá vérselas, adicionalmente y como si no tuviera suficiente trabajo por delante, con una Cristina crecientemente crispada. La causa de Vialidad en la que se encuentra procesada está por ingresar a la recta final y promete novedades que podrían llegar a incomodarla. Otros expedientes podrían reabrirse en el corto plazo, tales como Los Sauces y el de los cuadernos de las coimas en la obra pública. Dado que la vicepresidenta siente que es víctima del Lawfare, demandará activamente a todo el oficialismo para que la respalde activamente en contra de la supuesta persecución judicial.
Sus exigencias serán particularmente gravosas para el nuevo hombre fuerte, toda vez que se hará difícil convencer a la sociedad que algo distinto efectivamente ha nacido si se continúa con la retahíla de acusaciones contra jueces y fiscales por el solo hecho de hacer su trabajo. Cristina detenta el arbitrio, exclusivo en la política argentina, de desestabilizar el gobierno que integra debido a sus tirrias personales. Gran parte de la inquina que siente por Alberto, amén de su notable incapacidad para llevar las riendas de la administración, es que no haya acertado a reformar la justicia federal en el sentido que ella pretendía y que, conforme sus pretensiones, habría podido reivindicarla ante la gran historia, único lugar en el que considera que merece estar.
Con semejante carga a cuestas, Massa tiene, en lo inmediato, suficientes problemas como para anunciar algún tipo de armado nacional que respalde su futura candidatura a la Casa Rosada. Sería como poner el carro delante del caballo. Recién a fin de año se verá, si es que llega a tal meta, si lo que se propone llevar adelante tiene posibilidades de éxito. Hasta que eso no ocurra, Schiaretti podrá preocuparse de muchas cosas, excepto porque algún renovador intente entrometerse en su pago chico con la excusa de representar al salvador de la Argentina.
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